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sábado, 13 de septiembre de 2014

.- LA REDENCION DE TOM .- CAPITULOS 39º 40º Y 41º

CAP 39.-
Mayo de 2010
Cementerio de San Jaime Apóstol
West Roxbury, Massachusetts

Tom estaba frente a los dos ángeles de piedra; sus formas gemelas parecían dos centinelas a lado y lado de la lápida con un nombre grabado en ella. Las estatuas eran de mármol, con una piel blanca y perfecta. Estaban vueltos de cara hacia él, con las alas extendidas. El monumento le recordó los panteones que había en la Santa Croce, en Florencia. Y no era casualidad, ya que él mismo lo había diseñado a semejanza de éstos. Mientras contemplaba los ángeles, recordó el tiempo que había pasado en Florencia durante sus meses de voluntario con los franciscanos. Recordó la experiencia que había vivido cerca de la cripta de San Francisco. Y la separación de ________. Si lograra esperar hasta el uno de julio, podrían volver a reunirse. Aunque no estaba seguro de que ella pudiera perdonarlo. No estaba seguro de que nadie fuera capaz de perdonarlo, pero tenía que intentarlo. Se sacó el móvil del bolsillo y buscó un número en su lista de contactos.
—¿Tom?
Él respiró hondo antes de responder:
—Paulina, tengo que verte.
—¿Qué pasa?
Se volvió de espaldas al monumento, incapaz de hablar con ella delante del nombre grabado en el mármol.
—Nada. Necesito hablar contigo un rato. ¿Podemos vernos mañana?
—Me encuentro en Minnesota. ¿Podrías explicarme de qué va esto?
—Cogeré un avión esta misma noche. ¿Nos vemos mañana? —insistió él, con un hilo de voz.
Ella suspiró antes de rendirse.
—De acuerdo. Nos vemos mañana en el café Caribou. Te enviaré la dirección por email.
Tom la oyó revolverse inquieta al otro lado de la línea.
—Nunca has cruzado el país para hablar conmigo.
Él apretó los dientes.
—No. Nunca lo había hecho.
—Nuestra última conversación no fue precisamente agradable. Me dejaste a la puerta de tu casa, llorando.
—Paulina —suplicó.
—Y luego cortaste el contacto por completo.
Tom empezó a andar de un lado a otro, con el teléfono pegado a la oreja.
—Sí, eso es lo que hice. ¿Qué pasó luego?
Ella hizo una pausa antes de responder:
—Volví a casa.
Tom se detuvo.
—Debiste volver a casa hace muchos años. Y yo debí animarte a hacerlo.
El silencio se alargó entre ellos.
—¿Paulina?
—Me va a doler, ¿no?
—No lo sé —confesó él—. Nos vemos mañana.
Colgó y agachó la cabeza antes de volver junto a la tumba de la hija de ambos.

Paulina estaba nerviosa. La entrevista con Tom frente a su piso del edificio Manulife había sido una experiencia humillante. Consciente de su adicción al alcohol y a los somníferos, así como de su dependencia del fondo de inversión de Tom, hizo lo que había jurado que no haría nunca: volvió a casa. Encontró un empleo y se trasladó a un apartamento pequeño pero acogedor. Y entonces ocurrió algo inesperado. Conoció a alguien. Alguien amable y cariñoso que la quería a ella y sólo a ella. Alguien que, probablemente, nunca miraría a ninguna mujer que no fuera ella en toda su vida.
Y Tom quería que se vieran de nuevo. Amaba a Tom, pero al mismo tiempo le tenía miedo. Siempre se había mostrado esquivo y distante, incluso cuando vivían juntos. Había una parte de él que siempre se reservaba. Nunca permitía que llegara hasta allí. Paulina lo sabía y lo aceptaba, pero nunca le había gustado y eso siempre se
cernía sobre ellos como una nube de tormenta que pudiera descargar en cualquier momento. Tras su último encuentro, se había dado cuenta de que Tom nunca la amaría. Siempre había creído que era un hombre incapaz de amar y de ser fiel. Pero al oírlo hablar de ______ se dio cuenta de que estaba equivocada. Era capaz de amar y de ser fiel. Por desgracia, la mujer que le despertaba esos sentimientos no era ella.
Una vez que fue capaz de aceptarlo, una sensación de liberación se unió al dolor y la añoranza. Ya no era una esclava tratando de recobrar la estima de su amo. Ya no era una persona con aspiraciones limitadas, que ponía el futuro en espera para mantenerse siempre disponible para él. Cuando entró en el café Caribou a la mañana siguiente, se sentía fuerte por primera vez en muchos años. Verlo no sería fácil, pero había progresado tanto en otras áreas de su vida, que estaba segura de que también podría progresar en su relación con él. Lo encontró sentado a una mesa para dos personas en la parte trasera del local, sosteniendo una taza de café con sus largos dedos. Iba con camisa y chaqueta, pero sin corbata. Los pantalones estaban
impecablemente planchados y se lo veía bien peinado. Llevaba gafas, cosa que le extrañó, ya que generalmente sólo se las ponía para leer. Al verla, se levantó.
—¿Puedo invitarte a un café? —preguntó él, con una leve sonrisa.
—Sí, por favor. —Paulina también sonrió, aunque se sentía bastante incómoda.
En el pasado siempre la había saludado con un beso, pero en esos momentos se mantenía a una educada distancia.
—¿Aún lo tomas con leche desnatada y sacarina?
—Sí.
Tom fue a buscarle el café a la barra y ella se sentó. Mientras esperaba a que le prepararan el café de Paulina, pensó que estaba distinta. Seguía moviéndose como una bailarina, con la espalda recta y el cuerpo controlado en todo momento, pero
algo en su aspecto había cambiado. Llevaba el pelo, largo y rubio, recogido en una coleta baja, y su bonita cara limpia de maquillaje. Se la veía joven y fresca. La rigidez que endurecía sus rasgos la última vez que la vio había desaparecido.
También había cambiado su estilo de ropa. Paulina siempre había vestido bien, con faldas y zapatos de tacón a la última moda. Sin embargo, ahora llevaba un sencillo jersey azul de manga larga, vaqueros oscuros y sandalias. Hacía años que no la veía tan informal. Se preguntó qué significaría. Tras dejar el café en la mesa, se sentó y volvió a coger su propia taza. Clavando la vista en el líquido oscuro, buscó las palabras para empezar a hablar.
—Se te ve cansado —dijo ella, mirándolo con preocupación.
Tom miró por la ventana para rehuirle la mirada. El paisaje de Minneapolis no le interesaba demasiado, pero no sabía cómo empezar.
—En otro tiempo fuimos amigos. —Paulina siguió la dirección de su mirada, mientras bebía un sorbo de café—. Diría que hoy necesitas un amigo.
Él se volvió a mirarla. Sus ojos parecían aún más cafeces, casi negros en contraste con el negro de las gafas.
—He venido a pedirte que me perdones.
Ella abrió mucho los ojos y dejó la taza en la mesa para que no se le cayera de la impresión.
—¿Qué?
Tom tragó saliva.
—Nunca te he tratado como se trata a una amiga o a una amante. He sido cruel y egoísta. — Echándose hacia atrás en la silla, volvió a mirar por la ventana—. No espero que me perdones, pero quería verte y decirte en persona que lo siento.
Paulina trató de apartar la vista de la cara y la mandíbula apretada de Tom, pero no pudo. Estaba tan sorprendida que casi temblaba. Él siguió contemplando los coches pasar, mientras esperaba que ella dijera algo. Al ver que seguía en silencio, se volvió para mirarla. Tenía la boca abierta y los ojos como platos. Al darse cuenta, Paulina cerró la boca.
—Estuvimos juntos un montón de años, Tom, y nunca te disculpaste. ¿Por qué ahora?
Él no respondió, sólo le sostuvo la mirada. El tic de su mandíbula era el único movimiento visible en su rostro.
—¿Es por ella?
Tom permaneció en silencio. Enfrentarse a Paulina ya era bastante difícil. No podía hablar de lo que ______ significaba para él; de lo mucho que lo había cambiado; de lo mucho que temía que no lo perdonara cuando volviera a verla. Estaba dispuesto a recibir las críticas de Paulina sin rechistar. Al contrario. En su estado de ánimo actual, consciente de sus muchos pecados, deseaba que lo riñeran y lo castigaran. Ella observó su reacción. Era evidente que estaba muy disgustado, algo muy difícil de ver en él, que siempre ocultaba sus sentimientos y debilidades.
—Cuando me mudé a casa de mis padres, entré en un programa de ayuda y sigo yendo a reuniones. También he estado viendo a un terapeuta. —Tras una pausa, Paulina añadió—: Pero ya lo sabes. Le he estado enviando informes a la secretaria de Carson.
—Sí, ya lo sabía.
—Te ha cambiado.
—¿Cómo dices?
—Ella te ha cambiado. Te ha... domesticado.
—Ella no tiene nada que ver en esto.
—Claro que tiene que ver. ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos? ¿Durante cuánto tiempo nos acostamos? Nunca te disculpaste por nada. Ni siquiera...
Él la interrumpió.
—Debí hacerlo. Traté de compensarte con dinero, ocupándome de que no te faltara de nada.
Tom se encogió al oír lo que acababa de decir. Conocía de primera mano el tipo de hombre que actuaba de ese modo para tapar y compensar sus indiscreciones sexuales. Paulina volvió a coger la taza de café.
—Sí, debiste hacerlo. Fui una estúpida por conformarme con lo que teníamos. No sabía cómo salir de aquella relación. Ahora lo veo, pero entonces no podía. Juro ante Dios, Tom, que nunca volveré a soportar algo así.
Apretó los labios, como si no quisiera seguir hablando. Pero tras unos instantes, continuó:
—Durante todos estos años tuve miedo de volver. Tenía miedo de que mis padres me cerraran la puerta en las narices. Le pedí al taxista que esperara cuando fui a llamar al timbre. —Bajó la mirada hacia la mesa—. Pero ni siquiera pude llegar a hacerlo.
»Mientras avanzaba sobre la nieve con mis zapatos de tacón, la puerta se abrió y mi madre salió corriendo de casa. Iba en zapatillas. —Paulina se emocionó al recordarlo y los ojos se le llenaron de lágrimas—. Corrió hacia mí, Tom. Corrió hacia mí y me dio un abrazo. Antes de entrar, me di cuenta de que podía haber vuelto hacía años y me habría recibido así.
—La hija pródiga —murmuró él.
—Sí.
—Entonces podrás entender mi deseo de ser perdonado.
Ella miró sus ojos, sus manos, su expresión. Todo en él parecía sincero.
—Sí —respondió, lentamente—. Lo único que no entiendo es por qué me lo pides ahora.
Tom se echó hacia atrás y volvió a coger la taza.
—Eras mi amiga y mira cómo te traté.
Paulina se secó los ojos. Él volvió a echarse hacia adelante.
—Y luego pasó lo de Maia.
A ella se le escapó un sollozo. En eso eran iguales. La mención de su hija les producía una angustia inmediata. El dolor era especialmente agudo cuando el nombre aparecía sin previo aviso.
—No puedo hablar de ella —dijo Paulina, cerrando los ojos.
—Ahora es feliz.
—Sabes que no creo en esas cosas. Cuando te mueres, te mueres. Te duermes y no vuelves a despertarte.
—Lo que yo sé es que eso no es verdad.
Su decidido tono de voz hizo que ella abriera los ojos. Había algo en su mirada... No sabía qué era, pero algo a lo que él se aferraba con más fuerza de la que había demostrado hasta ese momento.
—Sé que no tengo derecho a pedírtelo y sé que te estoy haciendo pasar un mal rato con esta visita —Tom se aclaró la garganta—, pero algunas cosas es mejor decirlas a la cara. Me porté mal contigo. Fui un monstruo. Lo siento. Por favor, perdóname.
Las lágrimas no dejaban de caer por el perfecto rostro de Paulina.
—Para.
—Paulina, hicimos algo juntos. Algo hermoso. No ensuciemos su memoria viviendo vidas vacías e inútiles.
—¡Cómo te atreves! —exclamó ella—. ¡Vienes a verme para lavar tu conciencia y me dices algo así!
Tom apretó los dientes.
—No he venido a lavar mi conciencia. He venido para que arreglemos las cosas.
—Mi niña está muerta y nunca podré tener más. ¿Cómo arreglas eso?
Él se tensó.
—No puedo.
—Nunca me quisiste. Malgasté mi vida junto a un hombre que me toleraba y nada más. Y sólo porque era buena en la cama.
A Tom se le agudizó el tic en la mandíbula.
—Paulina, tienes muchas cualidades. Eres inteligente, generosa y con sentido del humor. No te subestimes.
Ella se echó a reír sin ganas.
—Pero al final no sirvió de nada. Por muy inteligente que fuera, fui lo bastante idiota como para pensar que podía cambiarte. Y fracasé.
—Lo siento.
—Y cuando al fin logro seguir adelante con mi vida, vienes aquí a desenterrarlo todo otra vez.
—No era ésa mi intención.
—Pues eso es lo que has hecho. —Se secó los ojos con las manos, echándose hacia atrás en la silla para poner distancia entre ellos—. Luego tú volverás a casa con tu bonita y joven novia, sabiendo que podrá darte hijos cuando quieras. Las vasectomías cada vez se deshacen con más facilidad. Pero lo que me pasó a mí no tiene remedio.
Tom agachó la cabeza.
—Perdón. Por todo.
Muy despacio, se levantó de la silla. Al pasar por su lado, Paulina le agarró la mano.
—Espera.
Él la miró con desconfianza.
—He conocido a alguien. Es profesor. Me ha ayudado a conseguir un trabajo de profesora de literatura inglesa mientras acabo el doctorado.
—Me alegro.
—Ya no necesito tu dinero. No volveré a tocar el fondo. Keith es viudo y tiene dos niñas pequeñas. Una de siete años y otra de cinco. Me llaman tía Paulina. ¿Quién iba a decirlo? Me dejan que las vista y las peine y me invitan a merendar con sus muñecas. »He conocido a una persona que me quiere tal como soy. Y sus hijas me necesitan. Así que, aunque ya no podré tener hijos, voy a ser madre. O algo parecido.
»Te perdono, Tom. Pero no quiero que volvamos a hablar de esto nunca más. He hecho las paces con el pasado a mi manera. No me pidas más.
—De acuerdo.
Ella le dedicó una sonrisa sincera cuando él le dio un beso en la coronilla.
—Adiós, Paulina, que seas feliz.
Soltándole la mano, Tom se marchó.

CAP 40.-
Agosto de 2011
Cambridge, Massachusetts

—¿Vas a correr? —preguntó ______ al levantar la vista y encontrarse con que Tom se había puesto zapatillas deportivas, pantalones cortos negros y una camiseta de Harvard color carmesí.
—Ajá. —Se acercó para darle un beso de despedida.
—Entonces... ¿hablaremos luego?
—¿Sobre qué? —preguntó él, desenredando el cable de los auriculares de su iPhone.
—Sobre lo que te preocupa.
—No, aún no. —Sacó las gafas de sol de la funda y se las limpió con el borde de la camiseta.
_______ se mordió la lengua, porque su paciencia estaba llegando al límite.
—¿Has pedido hora con el médico?
—Ya estamos con lo mismo —murmuró Tom, apoyando las manos en la encimera, bajando la cabeza y cerrando los ojos.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? —______ se cruzó de brazos.
Él permaneció inmóvil.
—No, no lo he llamado.
—¿Por qué no?
—Porque no lo necesito.
Ella bajó los brazos.
—Pero ¿y la vasectomía? Tienes que hablar con él sobre lo de revertirla.
—No, no hace falta. —Tom enderezó la espalda y se puso las gafas de sol.
—¿Qué?
—No voy a revertir nada. Me gustaría que adoptáramos. Ya sé que no podemos quedarnos con Maria, pero me gustaría que cuando te hayas doctorado moviéramos los hilos para adoptar un niño.
—Has tomado una decisión —susurró ______.
Él apretó los dientes.
—Sólo trato de protegerte.
—¿Y qué pasa con lo que hablamos? ¿Te has olvidado de lo que acordamos en el huerto de manzanos?
—Estaba equivocado.
—¿Estabas equivocado? —______ se puso en pie—. Tom, ¿qué demonios pasa?
—¿Podemos hablar más tarde, por favor? —preguntó él, dirigiéndose hacia la entrada.
—Tom, yo...
—Cuando vuelva —la interrumpió—. Dame treinta minutos.
Ella se mordió la lengua para no responderle mal.
—Sólo dime una cosa.
Él se detuvo y se quitó las gafas.
—¿Qué?
—¿Todavía me quieres?
—Más que nunca —respondió, con una mueca de dolor. Y, sin esperar más, abrió la puerta y se fue.

—¿Cómo ha ido la carrera? —saludó _____ a un acalorado y sudoroso Tom cuando éste volvió a entrar en la cocina.
—Bien. Voy a ducharme.
—¿Te importa si te acompaño?
—Detrás de usted, señora —respondió él con una sonrisa ladeada.
______ subió la escalera delante de Tom y entraron juntos en el dormitorio. Él se sentó en una silla para desprenderse de las zapatillas deportivas y los calcetines. Al acabar, se quitó la camiseta sudada.
—¿Se te han aclarado las ideas al correr? —______ lo estaba observando con atención. El sudor le cubría la piel bronceada. Los músculos se le contraían con cada movimiento, resaltándolos.
—Un poco.
—Cuéntame qué te preocupa.
Él suspiró hondo, cerrando los ojos con fuerza. Cuando asintió, ella se sentó en el borde de la cama y aguardó. Tom apoyó los antebrazos en las rodillas y se echó hacia adelante.
—He sido un egoísta toda la vida. No entiendo cómo la gente soporta estar conmigo.
—Tom —lo reprendió ella—, eres un hombre encantador. Por eso las mujeres caen rendidas a tus pies.
—Eso no me importa. Esas mujeres sólo se fijan en el aspecto físico. Les da igual que sea un egoísta, sólo quieren un buen polvo.
______ hizo una mueca.
—Te conozco. Lo sé todo sobre ti y no creo que seas egoísta.
—Te acosé mientras eras mi alumna. Y me porté muy mal con mi familia y con Paulina —dijo él, mirándola con ojos torturados.
—Pero todo eso ya pasó. No hace falta volver a sacar el tema.
—Por supuesto que hace falta. ¿No lo entiendes? —Apoyó la cabeza en las manos y se tiró del pelo—. Sigo comportándome como un egoísta. Podría hacerte daño.
—¿Cómo?
—¿Y si el aborto de Paulina hubiera sido culpa mía?
A ______ se le encogió el estómago.
—Tom, ya hablamos de eso. No fue culpa de nadie.
Él se echó hacia adelante, apoyando los antebrazos en las rodillas.
—Fue culpa mía estar de juerga todo ese fin de semana. Si hubiera estado en casa para cuidar de ella, habría podido llevarla antes al hospital.
—Por favor, no sigas por ese camino. Ya sabes adónde lleva.
Tom permaneció con la mirada clavada en el suelo.
—Lleva a la conversación que tuvimos en el huerto. Allí hablamos de tener un bebé, pero no pensamos en que lo que le pasó a Paulina pudo ser culpa mía. ¿Y si tengo alguna anomalía genética?
______ se quedó tan sorprendida que no pudo responder, así que Tom siguió hablando.
—Te dije que quería tener un hijo, pero me preocupan mucho los riesgos.
—Los abortos son muy habituales, Tom. Es una tragedia, pero es así. No seas tan duro contigo mismo. Soñaste con Maia y no fue por casualidad. Acepta la paz que ella te ofreció y no le des más vueltas.
—¿Y si a ti te pasara lo mismo? —La voz de Tom se rompió antes de acabar la frase—. Mira por lo que tu padre y Diane están pasando —añadió luego.
—Sería horrible, pero éste es el mundo en el que nos ha tocado vivir. La enfermedad y la muerte forman parte de él. No podemos hacer como si no fueran a afectarnos.
—Pero podemos tratar de evitar los riesgos innecesarios.
—Entonces, ¿ya no quieres tener un bebé conmigo? —preguntó _____, abatida.
Tom vio cómo los ojos se le empezaban a llenar de lágrimas.
—Ya que hablas de Paulina —tragó saliva con dificultad—, sé que no debería estar celosa, pero me da envidia de que compartieses con ella una experiencia de las que dejan huella. Una experiencia que yo nunca podré vivir.
—Pensaba que te sentirías aliviada.
—Pues no, nada de lo que has dicho hasta ahora me hace sentir aliviada. —Mirándolo fijamente a los ojos, añadió—: Y, desde luego, a ti no se te ve muy feliz.
—Porque quiero algo que no puedo tener. No puedo volver a pasar por lo que le pasó a Paulina. No puedo y no lo haré. No permitiré que te suceda a ti.
—Sin hijos —susurró ella.
—Adoptaremos.
—¿No hay más que hablar?
Él negó con la cabeza. ______ cerró los ojos, pensando en las implicaciones de sus palabras. Pensó en su futuro, en la vida en común que se había imaginado. Como el momento de decirle a Tom que estaba embarazada. O la sensación de llevar en sus entrañas al hijo de ambos. O a él dándole la mano mientras daba a luz...
Todas esas imágenes se desvanecieron en una nube de humo. ______ las echó de menos inmediatamente. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que deseaba vivir todo eso y compartirlo con él. Ahora que Tom se lo negaba, sintió un gran dolor.
—No.
—¿No? —Él alzó las cejas.
—Quieres protegerme, y me parece admirable, pero hablemos claro: aquí hay algo más.
—No quiero verte sufrir.
—Hay algo más detrás de todo esto. Algo que tiene que ver con tus padres, ¿me equivoco?
Levantándose, Tom se quitó los pantalones y los calzoncillos, quedándose desnudo ante ella. _____ carraspeó.
—Cariño, sé que ese tema no ha cicatrizado aún. Ni siquiera eres capaz de mirar las cosas que guardas en el cajón del escritorio.
—No tiene nada que ver. Te estoy hablando de peligros innecesarios. Tu padre podría perder a Diane y al bebé. No estoy dispuesto a correr ese riesgo.
—No se puede vivir sin correr riesgos. Puedo tener cáncer. O me puede atropellar un coche. Aunque me envuelvas en plástico de burbujas y no me dejes salir de casa, podría enfermar igualmente. »Yo soy consciente de que puedo perderte y, por mucho que odie decir esto, sé que algún día morirás. —La voz se le rompió al decirlo—. Pero elijo amarte ahora y construir una vida contigo sabiendo que la pérdida es posible. Te pido que hagas lo mismo. Te pido que corras el riesgo conmigo.
______ se acercó a él y le cogió la mano. Él miró sus manos entrelazadas.
—No sabemos cuáles podrían ser los riesgos. No tengo ni idea de qué se esconde en mi historial médico.
—Podemos hacernos pruebas.
Tom le apretó la mano con fuerza antes de soltarla.
—No es suficiente.
—Algunos de tus parientes siguen vivos. Podrías hablar con ellos; preguntarles por el historial médico de tus padres y tus abuelos.
Él frunció el cejo.
—¿Crees que voy a darles la satisfacción de arrastrarme tras ellos para suplicarles información? Prefiero arder en el infierno.
—Pero ¿te estás oyendo? Vuelves a estar como al principio, pensando que no mereces reproducirte. Y negándote a investigar si hay cuestiones de salud graves en tu árbol genealógico. »¿Ya te has olvidado de tu sueño con Maia? ¿Y de Asís? ¿Y qué pasa conmigo, Tom? Rezamos juntos para tener un hijo, un hijo de los dos. ¿Vas a retirar la oración?
Él apretó los puños, pero no respondió.
—Y todo porque no te consideras digno —concluyó ______—, mi hermoso ángel roto.
Le rodeó el cuello con los brazos. Tom soltó un gemido angustiado mientras le devolvía el abrazo.
—Te estoy ensuciando —susurró, con el pecho sudoroso pegado a su blusa.
Ella le besó la mejilla con cariño.
—Estás más limpio que nunca, Tom.
Se abrazaron un poco más antes de que ella lo llevara hasta la ducha. Sin decir nada, abrió el agua y se desnudó. Él entró en la ducha tras ella.
El agua caliente caía sobre ellos como lluvia, rebotando y danzando sobre sus cuerpos hasta llegar al suelo. ______ se echó jabón en la mano y le enjabonó el pecho, acariciándole los pectorales. Él le sujetó la muñeca para detenerla.
—¿Qué haces?
—Trato de demostrarte lo mucho que te quiero —respondió, besándole el tatuaje antes de seguir enjabonándole el torso y el abdomen—. Me parece recordar que una vez un hombre muy guapo hizo lo mismo por mí. Me pareció que era como un bautismo.
Permanecieron en silencio mientras ella exploraba los músculos de acero de sus brazos y piernas, su firme trasero o los montículos de su columna vertebral. Se tomó su tiempo hasta que el último rastro de jabón hubo desaparecido. Él le clavó la mirada.
—Te he hecho daño una y otra vez y siempre eres generosa conmigo. ¿Por qué?
—Porque te quiero. Porque siento compasión por ti. Porque te perdono.
Tom cerró los ojos y negó con la cabeza. _______ empezó a lavarle el pelo, tirando de él para alcanzar hasta la parte de arriba de la cabeza.
—Dios todavía no me ha castigado —murmuró él.
—¿De qué estás hablando?
—No puedo dejar de pensar que un día te arrancará de mi lado.
_______ le aclaró el champú de los ojos para que pudiera abrirlos.
—Dios no funciona así —le recordó ella.
—He llevado una vida arrogante y egoísta. ¿Por qué no iba a castigarme?
—Dios no está esperando el momento de castigarnos.
—¿No? —Los ojos de Tom mostraban su tormento interior.
—No. ¿Lo sentiste así en algún momento mientras estabas en Asís, cuando te sentabas junto a la cripta de San Francisco?
Él negó con la cabeza.
—Él quiere salvarnos, no destruirnos. No debes tener miedo de ser feliz. Dios no quiere arrebatarte esa felicidad. Él no es así.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Porque cuando has conocido la bondad, te das cuenta de lo lejos que están el bien y el mal. Creo que la gente que es como Grace, como san Francisco y tantos otros, son una pequeña muestra del amor de Dios. Él no está esperando para castigar a nadie. Y, desde luego, no nos da sus bendiciones para luego arrebatárnoslas.
Deslizó las manos por su pecho hasta llegar a su cara y entonces añadió:
—No voy a permitir que retrases la intervención. Quiero que te reviertas la vasectomía. Pase lo que pase, descubras lo que descubras en tus antecedentes, eres mi esposo. Quiero formar una familia contigo. No me importa lo que diga tu ADN.
Él la agarró por los antebrazos.
—Pensaba que no estabas preparada para tener un hijo.
—No lo estoy. Pero me parece bien lo que dijiste en el huerto de manzanos. Si queremos tener un bebé, hemos de empezar a hablarlo con los médicos.
—¿Y qué pasa con la adopción?
—Una cosa no quita la otra. Pero, por favor, Tom, quiero que reviertas la vasectomía, aunque sólo sea para demostrar que crees que podrás ser un buen padre. Y que no eres esclavo de tu historia. Yo creo en ti, cariño. Y me gustaría que tú también lo hicieras.
Él permaneció bajo la ducha con los ojos cerrados, dejando que el agua se deslizara por su cabeza y su cuerpo. Finalmente la soltó y se pasó las manos por la cara y el pelo antes de salir de debajo del agua. Julia le cogió las manos.
—Éstas son tus manos. Puedes usarlas para hacer el bien o el mal. Y nada, ni la naturaleza, ni la biología, ni el ADN toma esas decisiones por ti.
—Soy alcohólico porque mi madre lo era. Eso no lo elegí.
—Pero elegiste ir a rehabilitación. Y cada día eliges no beber y no drogarte. No es tu madre la que toma esa decisión, ni Alcohólicos Anónimos. Eres tú.
—Pero ¿qué voy a dejarles a mis hijos en herencia? —preguntó desesperado—. No tengo ni idea de qué puede haber en mi ADN.
—Mi madre también era alcohólica. Podrías usar el mismo razonamiento conmigo.
—Lo único que tú podrías pasarles a nuestros hijos sería tu belleza, bondad y amor.
Ella sonrió con melancolía.
—Eso era lo mismo que iba a decirte yo. Vi cómo te miraban los niños del orfanato. Te vi reírte y jugar con ellos. Te vi llevar a Maria a dar una vuelta con el poni. »A nuestros hijos les darás amor, cuidado y protección. Un hogar y una familia. No los echarás de
casa cuando se equivoquen, ni dejarás de quererlos porque hayan pecado. Los querrás con tanta fuerza que morirías por ellos. Porque eso es lo que hace un padre. Y eso es lo que tú harás.
Tom la miró.
—Te veo muy fiera.
—Sólo cuando estoy defendiendo a alguien a quien amo. O cuando lucho contra alguna injusticia. Y sería injusto que te rindieras ante esas viejas mentiras. »Has hecho tantas cosas por mí, Tom... Ahora me toca a mí. Si quieres olvidarte de tu familia
para siempre, te apoyaré. Si eliges seguir cada una de las ramas de tu árbol genealógico, te apoyaré también. No dejes que la culpabilidad y el miedo te roben la capacidad de elegir. Tomaste la decisión de revertir la vasectomía y creo que deberías mantenerte fiel a esa decisión. Aunque decidamos ampliar la familia mediante la adopción.
—Lo más fácil sería olvidarme de mi familia —reconoció él—, pero si quiero traer un hijo al mundo necesito saber algunas cosas. Al menos, las más básicas.
—Sé que no será fácil, pero no estarás solo. Estaré contigo, apoyándote. Ahora mismo, tu pasado tiene poder sobre ti porque lo desconoces. En cuanto salgas de dudas, ya no tendrás que preocuparte por tus antecedentes familiares. »Arriésgate conmigo, Tom.
Él hundió la cara en su cuello.
«De todos los dones que Dios me ha otorgado, tú eres el mayor», pensó.

CAP 41.-
Aunque las palabras de ______ no lograron borrar del todo las preocupaciones de Tom, se sintió muy aliviado. Al ver que ella lo amaba tanto y tenía tanta confianza en él, sus dudas se resquebrajaron. Se sentía el hombre más afortunado del mundo. Dios lo había bendecido con una amante y esposa sin igual. Cuando ella lo había mirado a los ojos y le había dicho que quería que se hiciese revertir la vasectomía, tuvieran un hijo o no... Tom recordaría ese momento el resto de su vida. Le vino a la mente un proverbio de la Biblia hebrea: «Quien encuentra una esposa, encuentra un
bien muy valioso». Por las noches, cuando se sentía torturado por el pasado y atemorizado ante el futuro, le costaba conservar la esperanza. En vez de levantarse a recorrer la casa en busca de alcohol, Tom decidió que era mucho mejor aferrarse a ______ con fuerza. Su ángel de ojos castaños no hacía desaparecer sus
preocupaciones, pero le daba las fuerzas que necesitaba para luchar. El día después de la ducha compartida, ella lo encontró en el estudio, con una montaña de libros y
el ordenador portátil encendido.
—Hola. —Entró en el despacho con un vaso de CocaCola en la mano—. Te he traído algo de beber.
Él levantó la vista de los libros y sonrió.
—Gracias, cariño.
Se dio unas palmaditas en el regazo y _______ dejó la bebida en el escritorio antes de sentarse sobre él.
—¿Y esto? —le preguntó Tom, señalando la locomotora de juguete que tenía sobre un montón de carpetas—. ¿Lo dejaste tú aquí?
—Sí. —_______ se removió inquieta, preguntándose cómo iba a salir de ésa.
—Me había olvidado de que lo tenía... pero es un buen pisapapeles.
—Debí pedirte permiso antes de mirar tus cosas.
Él se encogió de hombros.
—Ya era hora. Este tren era uno de mis juguetes favoritos cuando era niño.
—Se ve muy antiguo. ¿De dónde salió?
Tom se rascó la barbilla.
—Diría que de mi padre. Me parece recordar que fue él quien me lo regaló, pero supongo que es imposible.
_______ le dirigió una mirada compasiva.
—¿En qué estás trabajando?
—En mi libro. Estoy con la sección del Infierno. Creo que incluiré algunos comentarios sobre la historia de Guido. Citando tu ponencia como fuente, por supuesto. Ahora eres una autoridad en la materia —añadió, antes de darle un beso.
—Será más fácil citarla ahora que va a ser publicada.
—¿De verdad?
—He recibido un email de los organizadores de la conferencia diciéndome que una editorial europea está interesada en publicar varias de las ponencias. Quieren que la mía sea una de ellas.
—Tu primer artículo publicado. Enhorabuena. —Tom la abrazó con fuerza, sintiéndose muy orgulloso de ella.
—Será una gran aportación para mi currículum —comentó ______, jugueteando con las gafas de Tom—, pero voy a necesitar que me hagas un favor.
—Lo que quieras.
Ella alzó las cejas.
—¿Lo que quiera?
—Por ti, amor mío, arrancaría las estrellas del cielo para dejarlas a tus pies.
_______ se llevó la mano al corazón.
—¿Cómo lo haces?
—¿El qué?
—Decir esas cosas. Es precioso.
Él le dedicó una sonrisa irónica.
—He pasado años estudiando poesía, señora Kaulitz. Está en mi ADN.
—Ya te digo. —_______ le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con decisión.
Su abrazo se volvió cada vez más apasionado. Tom estaba a punto de tirar todos los libros al suelo cuando _____ recordó que había ido allí a pedirle un favor.
—Hum, ¿cariño?
—¿Sí? —preguntó él con voz ronca, sin dejar de acariciarla arriba y abajo.
—Tengo que preguntarte una cosa.
—Tú dirás.
—Voy a tener que revisar la ponencia antes de enviarlo. Lo necesitan la primera semana de diciembre. ¿Podrías leerlo y hacerme algunas sugerencias?
La expresión de ______ delataba que estaba preocupada. Habían discutido por culpa de ese texto meses atrás. No quería volver a discutir con él.
—Por supuesto. Será un placer. Trataré de no ser un imbécil integral cuando te dé mi opinión.
Ella sonrió con ironía.
—Te lo agradeceré.
—Y ahora, ¿podemos practicar sexo de escritorio o quieres pasarte la tarde charlando?
—Sexo de escritorio, por favor.
—Tus deseos son órdenes.
Tom se quitó las gafas y se deshizo de ellas. Cerró el portátil y lo dejó en la estantería antes de apartar también la locomotora. Luego, con un amplio movimiento del brazo, barrió todos los libros y papeles que había sobre la mesa antes de colocar a ______ sobre ella. Pasaron la siguiente hora dedicados a un nuevo placer conyugal: el sexo de escritorio.
( El sexo de escritorio puede ser muy muy bueno, siempre y cuando se aparten antes las grapadoras.)

Más tarde, ______ empezó a hacer las maletas para ir a la boda de su padre y Diane, mientras Tom seguía en su despacho tratando de escribir. Le resultaba difícil concentrarse en Guido da Montefeltro teniendo delante de los ojos el escenario de su último (y muy apasionado) encuentro con _______. «No sé si podré volver a trabajar en este escritorio.» Frustrado, cerró el documento y abrió el correo electrónico. Le escribió un breve mensaje a Carson Brown, su abogado, pidiéndole que hiciera algunas pesquisas sobre sus padres biológicos y los parientes de éstos.
Luego cogió el teléfono móvil y marcó un número.

_______ entró en el dormitorio después de haber pasado las últimas horas revisando el artículo. Le dolían los ojos. Llegó a la conclusión de que Paul tenía razón: tenía la vista cansada y debería visitar a un oftalmólogo. Pediría hora en cuanto volvieran de Selinsgrove.
—¿Qué te pasa? —La voz de Tom le llegó desde el lecho.
_______ se apartó las manos de los ojos. Tom estaba sentado en la cama, con las gafas puestas, leyendo. Ella le dirigió una mirada compungida.
—He pasado demasiado tiempo delante de la pantalla y ahora me duelen los ojos. Voy a tener que ir a revisarme la vista cuando volvamos.
—Bien. Tienes unos ojos preciosos. Sería una lástima que te los estropearas. —Puso un dedo en el libro que estaba leyendo para no perder el punto y con la otra mano palmeó la cama—. Ven aquí.
Cuando _______ se sentó a su lado, se dio cuenta de que estaba leyendo el diario de su madre.
—¿Qué ha hecho que te decidieras a leerlo?
—Ya que he empezado a buscar información sobre mi familia, he pensado que no tenía sentido esperar más.
—¿Te entristece lo que pone?
Dejando el diario a un lado, Tom se frotó los ojos.
—Es muy trágico. Cuando acabó el instituto se trasladó a Nueva York y compartió apartamento con una amiga. Empezó a trabajar para la empresa de mi padre. Una de las secretarias cogió la baja por maternidad y ella ocupó su puesto temporalmente. Así se conocieron.
—Era muy joven. —_______ le agarró la mano.
Tom bajó la vista hacia sus manos entrelazadas.
—Casi tan joven como tú cuando te conocí. Es curioso cómo se repite la historia.
—No pienses eso —dijo ella, en voz baja—. Tú pudiste haber seguido sus pasos, pero no lo hiciste. Somos distintos de ellos.
—Seguí sus pasos, pero con otra persona.
_______ se enfadó.
—Tú no abandonaste a Paulina. Te preocupaste por ella durante años. Y nunca habrías abandonado a un hijo tuyo.
—Vuelve a decirlo. —La voz de Tom era una mezcla de gruñido y súplica.
______ le quitó las gafas y se inclinó sobre su cuerpo para dejarlas en su mesilla de noche. Luego, aún encima de él, lo miró a los ojos.
—Tom Kaulitz, no eres del tipo de hombres que abandonan a sus hijos a su suerte. Y por mucho que te guste pensar que me sedujiste, ambos sabemos que en nuestra relación la seducción fue mutua.
Él le acarició el pelo con delicadeza antes de levantarle la barbilla para besarla en los labios.
—Nuestra seducción fue mutua, no hay duda de eso. Eres la única mujer que ha logrado que le entregara mi corazón. Y sigues seduciéndome, señora Kaulitz, cada día.
Volvió a acariciarle el pelo y luego añadió:
—Parece que todo empezó porque pasaban muchas horas al día juntos. Una noche, él la besó. A partir de ahí, las cosas se complicaron.
—¿Crees que la amaba?
—Él le dijo que la amaba. Le hizo regalos carísimos. No podían verse en público, pero quedaban en hoteles.
_______ se acarició el collar sin darse cuenta.
—Vi algunas de las joyas que hay en el cajón. Algunas son de Tiffany’s y vi un anillo que parece de casada.
Tom frunció el cejo.
—Mi padre se lo regaló cuando nací yo. Mi madre se lo ponía para hacerse pasar por una mujer casada. ¡Menuda farsa!
—Supongo que lo hizo para protegerla.
—________, nada de lo que mi padre hizo sirvió para protegerla —replicó él en tono glacial—. Ella era joven y había pasado toda la vida escudada tras su familia. Esperaba que mi padre dejara a su esposa y a sus hijos por ella. Obviamente, no lo hizo.
_______ lo abrazó.
—¿Has empezado a buscar información sobre tu familia?
—Le he escrito a Carson. Le he pedido que averigüe lo que pueda sobre los Kaulitz y sobre mi padre. —Tras aclararse la garganta, añadió—: He hecho unas cuantas llamadas telefónicas y he concertado cita con el doctor Townsend. Y con el urólogo.
—Estoy muy orgullosa de ti. Sé que estás preocupado, pero no importa lo que descubras. Lo afrontaremos juntos.
Tom suspiró y le acarició la nuca.
—Y si tú decías en serio lo de averiguar más cosas sobre tu madre, te acompañaré —se ofreció él.
_______ se tumbó de espaldas en la cama, mirando al techo.
—Mi padre guarda sus pertenencias, pero no creo que ahora sea un buen momento para pedírselas. Tiene otras cosas en la cabeza.
—Tienes razón. ¿Has sabido algo de ellos?
—Diane me envió un email sobre el vestido de dama de honor. Tendremos que pasar a recogerlo cuando lleguemos.
Se quedó callada unos instantes.
—¿Crees que Dios te ha perdonado?
Él frunció el cejo.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Por nuestra conversación de antes en la ducha. Me ha parecido que crees que no te ha perdonado tu pasado.
Él se revolvió a su lado.
—Cuando estuve en Asís tras nuestra separación, tuve la sensación de que me perdonaba.
—Pero cuando te miras al espejo, sigue sin gustarte lo que ves —dijo ella con delicadeza.
—¿Por qué debería gustarme? Estoy cargado de defectos.
—Como el resto de los seres humanos, mi amor.
—Supongo que yo soy más consciente de los míos.
—O tal vez no has aceptado la gracia y el perdón que te han ofrecido.
Tom se volvió hacia ella bruscamente. _______ se pegó a su cuerpo.
—No te digo esto para hacerte sufrir. Veo lo mucho que has mejorado y me parece casi un milagro. Pero creo que para que el milagro sea completo debes reconocer la magnitud de la gracia que te ha sido concedida.
—Hice cosas espantosas —susurró él.
—Y como la gracia de Dios es tan poca cosa... —_______ lo miró con el rabillo del ojo.
—No es eso lo que pienso.
—Pero actúas como si lo pensaras. Como si aún estuvieras en el infierno. Como si fuera imposible que Dios te hubiera perdonado.
—Quiero ser mejor persona.
—Nadie te lo impide. Acepta el hecho de que Él no te ha hecho llegar hasta aquí sólo para abandonarte ahora. No es de ese tipo de padres. Y tú tampoco.
Tom reflexionó en silencio.
—Si lo que dices es cierto, entonces no debes tener ningún miedo a la maternidad. No importa lo que hiciera Sharon o sus antepasados. La gracia también te incluye a ti.
—Supongo que los dos tenemos que enfrentarnos a nuestros miedos.
Tom le acarició la mejilla antes de ponerse encima de ella.

—Serás una madre maravillosa —musitó él y unió sus labios en un beso.


CHICAS!!! COMO ESTAN?? ESPERO QUE BIEN ... BUENO ACA ESTAN LOS CAPS ... ME DIERON TRISTEZA LOS DOS PRIMEROS CAPS ... PERO TAMBIEN ME DIO RISA Y TERNURA EL ULTIMO, QUE MAS COSAS GUARDARA EL DIARIO DE LA MAMA DE TOM? QUIEN SABE :))

JENNIFER, JAJJAJA ME DIO RISA TU ULTIMA FRASE DE TU COMENTARIO, AUNQUE NO ME LO CREAS NO HE LEIDO EL ULTIMO LIBRO, LO ESTOY LEYENDO CON USTEDES, NO SE ME HACE JUSTO ADELANTARME Y LEERLO YO ... ESTOY LEYENDO OTROS LIBROS ... ASI QUE NO SE LO QUE VAYA A PASAR MAS ADELANTE :))

BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO SINO HASTA QUE ACOMPLETEN EL NUMERO DE COMENTARIOS ... ADIOS 

4 comentarios:

  1. Pobre Paulina ella se aferro a un amor no correspondidoo y pensar q uno puede hacer cambiar a otra persona es falso uno cambia porque quieree.. He visto casos asoi.. Ahora ella será feliz con una familia.

    Yo también muero por saber mas de la madre de Tom.. Obvio tiene que tener hijos!! ..
    Ay Virgi yo no soportariia yo si leeriaa..

    Siguelaa.. Amo la fic :)

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  2. aww que bello los 2 ultimos cap *-*
    que pena lo de paulina
    woo tom decidio leer el diario de su madre que interesante se pondra :D sube pronto

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  3. pobre de paulina amor no correspondido .. que mal fue tom con ella
    no pense que tom decidiria leer el diario de su madre :o
    siguela pronto :)

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  4. Paulina sufrió mucho x Tom pero al menos el le pidió perdón estuvo bien de su parte, quiero saber mas sobre la mama de Tom, estoy muy intrigada q pasara mas adelante podrán tener un hijo?? me muero x saber me encanto espero los próximos caps!!!!

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