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jueves, 31 de julio de 2014

.- LA REDENCION DE TOM.- CAPITULO 2

CAP 2.-
A la mañana siguiente, _____ se despertó sobresaltada, todavía inmersa en la pesadilla que le robaba el aire. No había amanecido y el dormitorio estaba a oscuras. Sólo la rítmica respiración de Tom rompía el silencio.
Cubriéndose el pecho con la sábana, cerró los ojos y trató de relajarse, pero lo único que consiguió fue que las escenas del sueño volvieran con más fuerza.
Estaba en Harvard, corriendo por el campus porque no encontraba el lugar donde tenía que hacer la prueba final de doctorado. Pedía ayuda a todas las personas con las que se encontraba, pero nadie sabía dónde era el examen.
Bajó la cabeza al oír un llanto y descubrió sorprendida que tenía un bebé en brazos. Éste tenía hambre, pero ella no podía alimentarlo porque no tenía biberón. Lo abrazó contra su pecho tratando de calmarlo, pero no sirvió de nada.
De repente, se encontró ante el profesor Matthews, el catedrático de su departamento. Un gran cartel a su izquierda indicaba que el examen tendría lugar en el aula ante la cual se encontraba. Bloqueándole la entrada, le dijo que no le dejarían hacerlo. Señalando al bebé, le explicó que los niños no podían entrar. Y dicho eso, se volvió y se alejó pasillo abajo. ______ salió corriendo tras él. Le prometió que el bebé no lloraría. Le rogó que le diera una oportunidad. Todas sus esperanzas y sueños de acabar el doctorado y convertirse en una especialista en Dante dependían de ese examen. Si no podía hacerlo, la expulsarían del programa.
En ese momento, el niño empezó a llorar. Frunciendo el cejo, el profesor Matthews le señaló la escalera y le ordenó que se marchara.
Un brazo le rodeó el torso y la abrazó. _____ se despertó y vio que Tom la había abrazado sin despertarse. Aún en la inconsciencia del sueño, algo lo había impulsado a consolarla. Lo miró con una mezcla de amor y ansiedad, temblando aún por la pesadilla. Sin saber cómo, logró llegar al cuarto de baño y abrió el grifo de la ducha. El agua caliente la calmaría. De momento, las luces encendidas desvanecieron las sombras. Mientras permanecía bajo el chorro de agua, trató de olvidar la pesadilla y las preocupaciones que luchaban por abrirse camino desde su subconsciente: la conferencia, la próxima visita de la familia, las súbitas ganas de Tom de tener un bebé... Al acordarse del colgante que llevaba al cuello, acarició los tres amuletos. Sabía que Tom quería tener hijos con ella. Lo habían hablado antes de casarse, el año anterior. Pero habían acordado que esperarían a que ella obtuviera el doctorado antes de ampliar la familia. Y para eso tendrían que pasar cinco o seis años.
«¿Por qué vuelve a sacar el tema de los niños ahora?»
Bastantes preocupaciones tenía ya con sus estudios. En septiembre tendría que haber acabado el trabajo de curso para poder examinarse al año siguiente. Era un examen difícil, necesitaría meses para prepararlo.
Más urgente era la conferencia que daría en Oxford al cabo de unas semanas. ______ había hecho un trabajo sobre Guido da Montefeltro para la asignatura de la profesora Marinelli. A ésta le había gustado tanto que se lo había comentado a la profesora Picton, quien a su vez había animado a _____ a enviar un resumen de la ponencia al organizador del evento.
Se sintió muy feliz cuando le llegó la notificación de que habían aceptado su propuesta, pero la idea de dar una conferencia sobre Dante delante de especialistas con mucha más experiencia que ella le resultaba cada vez más aterradora.
Y ahora a Tom le había dado por sacar el tema de revertir la vasectomía que se había hecho años atrás en cuanto volvieran de Europa en agosto.
«¿Y si la operación tiene éxito?»
Se sintió culpable en cuanto la frase se formó en su cabeza. Por supuesto que quería tener un hijo con él. Y era consciente de que revertir la vasectomía era mucho más que un simple acto físico. Era también un gesto simbólico, la señal de que por fin se había perdonado por lo que había pasado con Paulina y Maia. Que finalmente empezaba a creer que era digno de engendrar y de criar hijos.
Habían rezado para poder tenerlos. Tras su boda, se habían acercado a la tumba de San Francisco y habían elevado oraciones espontáneas y privadas, pidiéndole a Dios que bendijera su matrimonio con el don de los hijos.
«Si Dios quiere responder a nuestras plegarias, ¿quién soy yo para decirle que espere?» ¿Estaría siendo demasiado egoísta? Tal vez debería anteponer la maternidad a sus estudios y aspiraciones. Harvard no se movería de sitio. Y mucha gente volvía a la universidad después de haber fundado una familia.
«¿Y si Tom no quiere esperar?»
No le faltaba razón cuando decía que la vida era corta. La muerte de Grace era prueba de ello. En cuanto Tom estuviera seguro de que podían tener un hijo, querría ponerse a ello inmediatamente. ¿Cómo iba a negárselo?
Tom era como un fuego que lo devoraba todo a su paso. Su pasión y sus deseos parecían sobrepasar a los de la gente que lo rodeaba. Una vez le había confesado que ella había sido la única mujer que le había dicho que no. Y probablemente era verdad.
Le preocupaba ser incapaz de decirle que no en algo tan importante. La paternidad era el deseo más profundo de Tom. Sin duda, las ganas de hacerlo feliz serían demasiado fuertes para resistirse, pero al rendirse a él estaría renunciando a su propia felicidad.
______ no había tenido muchas cosas durante su infancia. De hecho, cuando vivía con Sharon en San Luis eran pobres. Pero en el colegio había trabajado duro y había destacado. Su inteligencia y disciplina habían hecho que superara con éxito los exámenes en Saint Joseph y en la Universidad de Toronto.
Después de tantos esfuerzos, no le parecía un buen momento para dejar de lado su formación. No, no era un buen momento para tener un hijo.
Cubriéndose la cara con las manos, rezó pidiendo fuerzas.
Unas horas más tarde, Tom entró en la cocina con las zapatillas de deporte y los calcetines en la mano. Llevaba una camiseta de Harvard y unos pantalones cortos, y estaba a punto de coger una botella de agua de la nevera cuando vio a _____ sentada en la isla del centro de la cocina, con la cabeza entre las manos.
—Ah, aquí estás. —Soltando las zapatillas y los calcetines, la saludó con un beso apasionado—. Me preguntaba adónde habrías ido.
En ese preciso instante, se dio cuenta de que tenía los ojos rojos y pronunciadas ojeras. Parecía preocupada.
—¿Qué pasa?
—Nada. Acabo de limpiar la cocina y la nevera y estaba haciendo una lista de cosas que necesitamos —respondió, señalando una hoja de papel cubierta con su elegante caligrafía.
Estaba al lado de una taza de café, ya frío, a medio beber y de otra lista igual de larga de cosas pendientes.
Tom miró a su alrededor. La cocina estaba limpia y reluciente. Incluso el suelo estaba
inmaculado.
—Son las siete de la mañana. ¿No es un poco temprano para limpiar la casa?
—Tengo muchas cosas que hacer —replicó ella sin entusiasmo.
Tom le tomó la mano y le acarició la palma con el pulgar.
—Pareces cansada. ¿No has dormido bien?
—Me he despertado temprano y ya no he podido volver a dormirme. Tengo que preparar las habitaciones y limpiar los baños. Luego tengo que ir a comprar y planificar qué comeremos. Y... —Se interrumpió con un suspiro entrecortado. Sabía que había algo más, pero en ese momento no podía recordarlo.
—¿Y...? —la animó Tom, bajando la cabeza para mirarla a los ojos, pero ella los apartó para leer la lista de cosas que tenía que hacer.
—Tengo que seguir. Ni siquiera estoy vestida. —Cerrándose más la bata de seda de color azul pálido empezó a levantarse.
Tom se lo impidió.
—No tienes que hacer nada. Te dije que buscaría a alguien que se ocupara de la limpieza, y pienso hacerlo. —Señalando la lista de la compra, añadió—: Iré a comprar cuando vuelva de correr.
Luego, apoyándole una mano en la mejilla, añadió:
—Vuelve a la cama. Estás exhausta.
—Tengo que hacer muchas cosas —susurró ella.
—Yo me ocuparé de todo, cariño. Pensaba que ibas a dedicarte a preparar la conferencia, y me nparece bien, pero antes duerme un poco —le aconsejó—. Una mente cansada no funciona bien.
Volvió a besarla y la acompañó al piso de arriba. Cuando ______ se hubo tumbado, la tapó cariñosamente.
—Sé que es la primera vez que tienes invitados desde que estamos casados, pero nadie espera que te conviertas en la criada. Y no pienso permitir que las visitas impidan que acabes tu trabajo a tiempo.
»Cuando te levantes, puedes encerrarte en el despacho y pasar todo el día allí si quieres. Olvídate del resto. —Con un beso de despedida en la frente, apagó la luz y la dejó dormir.
Tom solía escuchar música mientras corría, pero esa mañana ya estaba bastante distraído. Era obvio que ______ estaba agobiada. No acostumbraba a levantarse tan temprano y, por su aspecto, al parecer llevaba horas levantada.
Probablemente no deberían haber invitado a la familia, pero ya que iban a pasar buena parte del verano en Italia, no volverían a tener la oportunidad de reunirse en unos meses. Tom ya no se acordaba del esfuerzo que suponía tener visitas. Hasta ese momento, sólo había tenido en casa a uno o dos invitados como mucho. Y, por supuesto, siempre contando con la ayuda de personal de servicio y de una cuenta corriente desahogada que le permitía llevar a sus huéspedes a comer fuera.
Pobre _____. Tom recordó sus años en Harvard. Las vacaciones nunca eran auténticas vacaciones, ya que siempre había trabajo por hacer: idiomas que perfeccionar, artículos que leer y exámenes que preparar.
Era un alivio haber conseguido una plaza fija en la Universidad de Boston. No le cambiaría el sitio a ______ por nada del mundo. Sobre todo, teniendo en cuenta que él había logrado sobrellevar las presiones de la vida de estudiante gracias a la bebida, a la cocaína y a Paulina...
Tropezó con el bordillo de la acera y se precipitó hacia adelante, pero no llegó a caerse. Tras recobrar el equilibrio, se dijo que debía fijarse por dónde iba.
No le gustaba recordar sus años en Harvard. Había permitido que Paulina le facilitara las cosas, incluso sus adicciones. Desde su regreso a Cambridge, los recuerdos habían aumentado de intensidad.
Algunos flashbacks eran tan reales que casi notaba cómo la cocaína le entraba por la nariz. En cualquier momento, conduciendo por una calle o entrando en un edificio del campus, sentía unas ansias de consumir tan intensas que llegaban a ser dolorosas.
Hasta entonces, gracias a Dios, había podido resistirse. Las reuniones semanales de Narcóticos Anónimos lo habían ayudado, igual que las visitas mensuales con el terapeuta. Y luego, por supuesto, ______.
Gabriel había entrado en contacto con el poder superior en Asís, el año anterior, pero su auténtico ángel guardián era _____. Ella lo amaba, lo inspiraba, convertía su casa en un hogar. Pero no lograba quitarse de encima el miedo a que el cielo le hubiera sonreído sólo temporalmente y se la arrebatara en cualquier momento.
Tom había cambiado en mil aspectos desde que _____ se apuntó a su seminario en Toronto. Pero si algo no había cambiado era su creencia de que no era merecedor de una felicidad duradera. Tal como su terapeuta le había advertido, su comportamiento tenía una preocupante tendencia al autosabotaje.
Su madre adoptiva, Grace, había fallecido de cáncer hacía casi dos años. Su inesperada muerte se había convertido en un símbolo de la brevedad y la incertidumbre de la vida. Si perdiera a _____...
«Si tuvieras un hijo con ella, nunca la perderías del todo», le decía una leve pero insidiosa voz al oído.
Tom aceleró el ritmo. La voz tenía razón, pero ésa no era la principal razón por la que quería tener un hijo con ______. Quería formar una familia con ella. Una familia completa, con hijos. Quería una vida llena de risas y saber que podría corregir los errores cometidos por sus padres. No le había dicho nada de esto a su esposa. Ya bastante tenía ella con sus propias preocupaciones como para cargarla con sus adicciones y sus miedos. _____ ya había tenido que soportar demasiada angustia en su vida por su culpa.
Mientras Tom recorría el circuito de jogging por el que solía correr de soltero, se preguntó por qué estaría tan desanimada esa mañana. Habían pasado una increíble noche juntos, celebrando su amor en el huerto de manzanos y más tarde en la cama. Se devanó los sesos, tratando de encontrar alguna cosa que pudiera haberla molestado. Pero su noche de amor había sido, como de costumbre, tan
apasionada como tierna. Existía al menos otra posibilidad y Tom se maldijo por no haber pensado antes en ella.
______ siempre se alteraba cuando regresaba a Selinsgrove. Un año y medio atrás su ex novio, Simon, la había asaltado allí en la casa de su padre. Y luego la nueva novia de éste, Natalie, se le había encarado en un bar del pueblo, amenazando con publicar fotos obscenas de ella si no retiraba la denuncia por agresión contra él.
______ había convencido a Natalie de que no le convenía publicar las fotos, ya que al hacerlo estaría implicando también a Simon. El padre de éste era senador y tenía previsto presentarse a presidente. Natalie trabajaba para él. El escándalo podía acabar haciéndole más daño al senador que a _______.
Pero Tom no estaba en absoluto convencido de que Natalie fuera a quedarse quieta. Cuando alguien le encontraba el gusto al chantaje, solía tratar de explotar esa fuente hasta secarla.
Volvió a maldecir, acelerando el ritmo de la carrera hasta el límite de sus fuerzas.
No había llegado a decirle a _____ lo que había hecho y no quería decírselo. Pero si estaba preocupada por Simon y Natalie, tal vez había llegado el momento de contarle la verdad...
Cuando Tom volvió de correr, ______ estaba durmiendo. Se echó a reír al ver sus pies desnudos asomando bajo las mantas. No le gustaba que se le calentaran los pies, por eso, aunque estuviera tapada con un montón de ropa de cama, siempre sacaba los pies fuera. Inclinándose, se los tapó con la manta y fue a ducharse. Después de vestirse, se aseguró de que seguía durmiendo antes de ir a buscar la lista de la compra y salir de casa. Mientras ponía en marcha el Range Rover, pensó que con un poco de suerte podría hacer la compra y contratar a una asistenta antes de que ella se despertara. A las once de la noche, cuando _____ bajó por fin a la planta baja, después de trabajar, encontró a Tom en el salón, leyendo. Estaba sentado en su sillón de cuero favorito, con los pies sobre el reposapiés y los ojos moviéndose tras las gafas al leer.
—Eh, hola —la saludó con una sonrisa, mientras cerraba el libro.
—¿Qué estás leyendo?
Él le mostró la cubierta. El título era The Way of a Pilgrim.
—¿El camino del peregrino? ¿Es bueno?
—Mucho. ¿Has leído Franny y Zooey de J. D. Salinger?
—Hace tiempo. ¿Por qué?
—Franny lo lee y se inquieta. Fue entonces cuando oí hablar del libro por primera vez.
—¿De qué trata? —Lo cogió y le dio la vuelta para leer el texto de la contracubierta.
—De un ruso ortodoxo que intenta aprender qué significa rezar sin parar.
_____ alzó una ceja.
—¿Y?
—Y lo estoy leyendo para descubrir qué aprendió.
—¿Y tú? ¿Rezas por algo en concreto?
Él se frotó la barbilla.
—Rezo pidiendo muchas cosas.
—¿Por ejemplo?
—Le pido a Dios que me ayude a ser un buen hombre, un buen marido y, algún día, un buen padre.
Con una sonrisa, ______ volvió a examinar el libro.
—Supongo que todos llevamos a cabo nuestro propio viaje espiritual.
—Aunque algunos vais más adelantados que otros —replicó él con una sonrisa.
______ dejó el libro en una mesita cercana y se sentó en su regazo.
—Yo no lo veo así. Creo que todos perseguimos a Dios hasta que Él decide atraparnos.
Tom se echó a reír.
—¿Cómo si fuera el sabueso del cielo al que se refiere Francis Thompson en su famoso poema?
—Algo así.
—Una de las cosas que más me gustan de ti es tu compasión por las flaquezas humanas.
Ella lo besó suavemente.
—Tengo mis propios vicios, Tom, aunque trate de ocultarlos.
Mirando a su alrededor, ____ se fijó en las marcas que la aspiradora había dejado en la alfombra. Los muebles no tenían ni rastro de polvo y el aire olía a limón y a pino.
—La casa tiene muy buen aspecto. Gracias por encontrar a alguien que se ocupe de la limpieza. Yo he avanzado un montón con el trabajo.
—Bien —dijo él, mirándola por encima de las gafas—. ¿Cómo te encuentras?
—Mucho mejor. Gracias por preparar la cena. —Le apoyó la cabeza en el hombro.
—Cuando te la he subido no tenías hambre —comentó él, acariciándole el pelo.
—Al final me lo he acabado todo. Me había atascado con un tema de la conferencia, y no quería parar para comer hasta haberlo resuelto.
—¿Es algo en lo que pueda ayudarte? —Tom se quitó las gafas y las dejó sobre el libro.
—No. No quiero que la gente piense que tú eres la mente pensante que se oculta detrás de mis trabajos.
—No era eso lo que te estaba ofreciendo —replicó él, ofendido.
—Necesito hacerlo sola.
Él sorbió por la nariz.
—Creo que te preocupa demasiado lo que los demás piensen de ti.
—Tengo que hacerlo —insistió ella secamente—. Si presento un trabajo que suene como los tuyos, la gente se dará cuenta. Christa Peterson ya ha empezado a hacer correr rumores sobre nosotros. Paul me lo contó.
Gabriel frunció el cejo.
—Christa es una zorra celosa. Va hacia atrás en vez de avanzar en su carrera. En Columbia la han obligado a apuntarse al programa de máster en italiano. No la han admitido en su programa de doctorado. Ya he hablado con la jefa de su departamento en Columbia. Si quiere ir contando bulos sobre nosotros, será peor para ella. —Se removió en el sillón—. ¿Y cuándo has hablado con Paul?
—Me escribió un email tras la conferencia a la que asistió en UCLA. Vio a Christa y le contaron que iba difundiendo rumores.
—Ni siquiera me has dejado que lea tu ponencia, aunque hemos hablado tanto sobre Guido que intuyo lo que dirás.
______ se mordió una uña, pero no dijo nada. Él la abrazó con más fuerza.
—¿Mi libro te ha sido útil?
—Sí, pero mi enfoque es distinto —respondió ella, vagamente.
—Eso puede ser un arma de doble filo, ______. La originalidad es admirable, pero a veces los métodos establecidos lo son por alguna razón.
—Te lo dejaré leer mañana, si tienes tiempo.
—Por supuesto que tendré tiempo. —Tom le acarició la espalda arriba y abajo—. Estoy deseándolo. No tengo ninguna intención de hacerte daño, sólo quiero ayudarte si es posible. Lo sabes, ¿no?
—Por supuesto. Y te lo agradezco. —______ volvió a besarlo antes de acurrucarse entre sus brazos —. Pero me preocupa que no te guste mi trabajo. No puedo evitarlo.
—Te daré una opinión honesta, pero siempre estando de tu lado. Te lo prometo.
—No se puede pedir más. —Lo miró y sonrió—. Ahora necesito que me lleves a la cama y me animes.
Él entornó los ojos, pensativo.
—¿Y cómo puedo animarte?
—Haciendo que me olvide de mis problemas tentándome con tu cuerpo desnudo.
—¿Y si aún no me apetece acostarme?
—En ese caso, supongo que tendré que animarme por mis propios medios. —_____ se puso en pie y se estiró, mirándolo de reojo.

Levantándose de un salto, Tom la cogió en brazos y se dirigió corriendo a la escalera.



HELLOOOO!!! BUENO ... AQUI ESTA EL SEGUNDO CAPITULO ... SON UN POCO LARGOS ASI QUE AGREGARE DE UNO ... QUE OPINAN DEL NUEVO CAP?? QUIERO SABER  :)) ... BUENO YA SABEN, 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... HASTA LUEGO Y QUE ESTEN BIEN ADIOS :))

martes, 29 de julio de 2014

.- LA REDENCION DE TOM.- PROLOGO Y 1

PROLOGO.-
Florencia, Italia. 1292
El poeta se apartó de la mesa y miró por la ventana, desde donde veía su amada ciudad. A pesar de que la arquitectura y las calles lo llamaban, lo hacían con voces huecas. Era como si se hubiera extinguido una gran luz, no sólo de la ciudad, sino del mundo.
Quomodo sedet sola civitas plena populo facta est quasi vidua domina Gentium...
Revisó la Lamentación que acababa de citar hacía escasos momentos. Desgraciadamente, las palabras del profeta Jeremías eran insuficientes.
—Beatriz —susurró, con el corazón en un puño.
Incluso en ese momento, dos años después de su muerte, le costaba mucho escribir sobre su pérdida.
Ella permanecería siempre joven, siempre noble. Siempre sería su bendición y no existía poema en la Tierra capaz de expresar la devoción que sentía por ella. Pero lo intentaría, por su memoria y su mutuo amor.

CAP 1.-
Junio de 2011
Selinsgrove, Pensilvania.

El profesor Tom Kaulitz se detuvo junto a la puerta de su despacho con las manos en los bolsillos, observando a su esposa con fuego en la mirada. Su cuerpo alto y atlético era impresionante, igual que las marcadas facciones de su rostro y sus ojos ambar como el whisky.
La había conocido cuando ella tenía diecisiete años, diez menos que él, y se había enamorado a primera vista. Pero el tiempo y las circunstancias —básicamente, el indulgente estilo de vida de él— se habían encargado de separarlos.
A pesar de todo, el cielo les había sonreído. Al matricularse en un curso de posgrado en Toronto, seis años más tarde, ella se había convertido en su alumna. La cercanía había reavivado su afecto y un año y medio después se habían casado. Tras seis meses de matrimonio, él la amaba incluso más. Envidiaba hasta el aire que respiraba.
Ya había esperado bastante para hacer lo que estaba a punto de hacer. Tal vez tuviera que seducirla, pero Tom se enorgullecía de su experiencia en ese terreno.
Mango, la canción de Bruce Cockburn, flotaba en el aire, y lo transportó al viaje que habían hecho a Belice. Allí habían hecho el amor en un montón de sitios, incluso en la playa. ______ se encontraba sentada al escritorio, ajena a la música y a su escrutinio. Estaba escribiendo en el ordenador portátil, rodeada de libros, carpetas y dos cajas de papeles que Tom había transportado diligentemente desde la planta baja de la antigua casa de sus padres. Llevaban una semana instalados en Selinsgrove, descansando de sus ajetreadas vidas en Cambridge, Massachusetts. Tom era profesor en la Universidad de Boston, y _____ acababa de terminar su primer año de doctorado en Harvard bajo la supervisión de una brillante académica que se había formado en Oxford. Se habían marchado de Cambridge porque la casa de Harvard Square estaba hecha un desastre debido a las obras. Antes de mudarse, habían reformado la casa de los Clark en Selinsgrove. Las obras se habían hecho siguiendo las indicaciones precisas y detalladas de Tom.
Buena parte de los muebles que el padre adoptivo de Tom, Richard, había dejado allí, habían ido a parar a un almacén.
______ eligió los nuevos muebles y las cortinas, y convenció a Tom para que la ayudara a pintar. Aunque él prefería decorar con madera oscura y cuero marrón, ella se decantaba por las tonalidades más propias de una casa mediterránea, con las paredes pintadas de blanco, igual que los muebles, y toques decorativos en varios tonos de azul, entre los que predominaba el azul Santorini.
En el estudio habían colgado reproducciones de unos cuadros que tenían también en su casa de Harvard Square: Dante y Beatriz en el puente de Santa Trinidad, de Henry Holiday; La primavera, de Botticelli, y La Virgen con el Niño y dos ángeles , de Fra Filippo Lippi. La mirada de Tom quedó cautiva de esa última imagen.
Podría decirse que los cuadros reflejaban las distintas etapas que había atravesado su relación. El primero representaba su encuentro y la creciente obsesión por su parte. El segundo mostraba por un lado la flecha de Cupido, que había alcanzado a _____ cuando él ya no la recordaba y, por otro lado, su noviazgo y posterior matrimonio. Por último, el cuadro de la Virgen mostraba lo que Tom esperaba del futuro.
Aquélla era la tercera noche que ______ pasaba trabajando, redactando la que sería su primera conferencia en Oxford, el mes siguiente. Cuatro días atrás habían hecho el amor en el suelo del dormitorio, cubierto de pintura, antes de que les trajeran los muebles. (______ había decidido que la pintura corporal era su nuevo deporte favorito, especialmente si era al lado de Tom.)
Con el recuerdo de su último contacto físico, y aprovechando que la música estaba
incrementando el tempo, Tom pasó a la acción. Su paciencia tenía un límite. Aún eran recién casados. No tenía intención de permitir que siguiera ignorándolo cada noche para entregarse a la investigación.
Se acercó a ella con paso firme pero sigiloso. Le agarró la melena con una mano y se la echó a un lado, dejando su cuello al descubierto. La incipiente barba rascó la suave piel de _____ e intensificó las sensaciones.
—Ven —susurró Tom.
Ella sintió un escalofrío en la nuca. Mientras aguardaba, él le acarició el cuello con sus dedos largos y delgados.
—No he acabado la conferencia. —_____ alzó su preciosa cara hacia él—. No quiero que la profesora Picton tenga que avergonzarse de mí. Soy la alumna más joven a la que han invitado.
—No le darás ningún motivo para sentirse avergonzada. Y todavía tienes mucho tiempo para acabarla.
—También tengo que arreglar la casa. Tu familia llega dentro de dos días.
—No son mi familia —la corrigió él con una mirada abrasadora—. Son nuestra familia. Y no te preocupes por eso. Contrataré a alguien que se encargue de hacerlo. Ven, trae la manta.
______ miró a su alrededor y vio la vieja manta sobre una silla blanca, bajo la ventana. Echó un vistazo a los bosques que rodeaban el patio.
—Ya está oscuro.
—Yo te protegeré. —Tom la ayudó a levantarse y, al hacerlo, le rodeó la cintura con las manos y la acercó a él.
______ sintió el calor de sus palmas a través del fino vestido de verano. Era una sensación muy agradable y excitante.
—¿Por qué quieres ir al huerto a oscuras? —lo provocó ella, quitándole las gafas y dejándolas sobre el escritorio.
Él le dirigió una mirada que podría haber derretido la nieve, antes de susurrarle al oído:
—Quiero ver tu piel desnuda brillando a la luz de la luna mientras estoy dentro de ti.
Le atrapó el lóbulo de la oreja y se lo metió en la boca, succionándolo con delicadeza. Siguió la exploración descendiendo por su cuello, entre besos y suaves mordiscos, mientras el ritmo del corazón de ella se aceleraba.
—Una declaración de deseo —susurró él.
______ se entregó a las sensaciones, y por fin se dio cuenta de la música que estaba sonando. El aroma de Tom, una mezcla de licor de menta y Aramis, le inundó los sentidos. La soltó, pero no le quitó el ojo de encima mientras ella se hacía con la manta, observándola como un gato a un ratón.
—Supongo que Guido da Montefeltro puede esperar —dijo ______, echando un vistazo a sus notas por encima del hombro.
—No se ha movido en setecientos años —bromeó él—. Está acostumbrado a esperar.
______ cerró el ordenador portátil, devolviéndole la sonrisa. Le dio la mano y bajó la escalera a su lado.
Mientras cruzaban el patio y se adentraban en el bosque, la expresión de Tom se volvió aún más juguetona.
—¿Alguna vez has hecho el amor en un huerto de manzanos?
Ella negó con la cabeza.
—En ese caso, me alegro de ser el primero.
—Eres el último, Tom. El único.
—Doy gracias a Dios por ello.
Aceleró el paso, iluminando el camino con una linterna. Llevaba a _____ de la mano y le iba advirtiendo de las raíces y los otros obstáculos que les salían al paso.
Era junio, y en Pensilvania hacía mucho calor. La vegetación estaba crecida y las frondosas copas de los árboles casi no dejaban pasar la luz de la luna ni de las estrellas. Entre las cigarras y las aves nocturnas, el aire estaba lleno de sonidos.
Al entrar en el claro, Tom la acercó más a él. Las flores silvestres salpicaban la hierba. Al otro lado se adivinaban unos viejos manzanos. Un poco más allá, los nuevos árboles que él había plantado extendían sus ramas hacia el cielo.
Mientras se dirigían al centro del claro, Tom se relajó. Había algo en aquel lugar, no sabía si sagrado o de otra naturaleza, que lograba calmarlo.
_____ lo observó mientras él extendía la manta sobre la hierba, y después apagó la linterna. La oscuridad los envolvió como un manto de terciopelo.
La luna brillaba sobre sus cabezas, aunque en ocasiones su pálido rostro quedaba oculto por nubes deshilachadas. Un grupito de estrellas titilaba sobre ellos.
Tom le acarició los brazos antes de pasar un dedo por el discreto escote de su vestido.
—Me gusta —murmuró.
Admiró l a belleza de su esposa, perceptible incluso entre las sombras. El arco de sus pómulos, sus labios carnosos... Le levantó la barbilla y la besó.
Era el beso de un amante ardiente, que quería comunicarle con la boca que la deseaba. Tom apretó su cuerpo contra el de ella, mucho más menudo, y enredó los dedos en su melena castaña.
—¿Y si alguien nos ve? —preguntó _____, con la respiración entrecortada, antes de devolverle el beso, metiendo la lengua en su boca.
Tom dejó que lo explorara a placer antes de retirarse.
—Este bosque es privado y, como has mencionado hace un rato, está oscuro. —Extendió las manos, abarcándole no sólo la cintura sino también la curva de la espalda.
Hundió los dedos en los hoyuelos que se le formaban en esa zona, una de las partes favoritas de su cuerpo, antes de ascender de nuevo hasta los hombros. Sin más preámbulos, le quitó el vestido por encima de la cabeza y lo tiró sobre la manta. Luego le desabrochó el sujetador con un leve movimiento de muñeca.
A ella se le escapó la risa ante dicho movimiento, digno de un experto. Con las manos, se pegó el sujetador al pecho, tratando de cubrirse. Era un modelo de encaje negro, muy provocativo y del todo transparente.
—Se te da muy bien.
—¿El qué?
—Quitar sujetadores en la oscuridad.
Él frunció el cejo y a _____ le pareció que se hacía el silencio a su alrededor. A Tom no le gustaba que le recordaran su pasado.
Poniéndose de puntillas, le dio un beso en la angulosa mandíbula.
—No me quejo —susurró—. En realidad, disfruto de tu experiencia.
La boca de él perdió el rictus de tensión.
—Me encanta tu ropa interior, ______, pero te prefiero desnuda.
—Lo sé, pero no estoy segura. —Miró a su alrededor—. Tengo miedo de que alguien nos interrumpa.
—Mírame.
Ella lo miró a los ojos.
—Nada se interpondrá entre nosotros. Lo juro. Estamos solos. Sólo yo puedo verte. Y lo que veo es impresionante.
Trazó los valles y colinas de su torso uno a uno antes de dejar las manos sobre sus caderas y acariciarle la piel con los pulgares.
—Yo te cubriré.
—¿Con qué? ¿Con la manta?
—Con mi cuerpo. Aunque alguien pasara por aquí, no te vería.
Las comisuras de los labios de _____ se alzaron en una sonrisa.
—Piensas en todo.
—Sólo pienso en ti. Tú lo eres todo.
Bajó la cabeza hasta unir sus labios y apartó el sujetador que se interponía entre ellos. Le acarició los pechos mientras la besaba más profundamente, y siguió bajando las manos hasta sus caderas para quitarle las bragas.
______ lo besó mientras él se desnudaba, se deshacía de la ropa y la empujaba a ella hacia la manta. Una vez tumbada, la cubrió con su cuerpo desnudo.
Apoyándose en las manos, colocadas a ambos lados de su cara, la miró con sus ojos amabar mientras declamaba:
«Hasta el lecho nupcial la conduje, ruborizada como la aurora. Los cielos y las constelaciones nos fueron favorables en aquella bendita hora.»
El paraíso perdido de Milton —dijo ella, reconociendo los versos, mientras le acariciaba la incipiente barba—. Pero cuando estamos aquí, sólo puedo pensar en el paraíso encontrado.
—Deberíamos habernos casado aquí. Deberíamos haber hecho el amor aquí por primera vez.
Ella le enredó los dedos en el pelo.
—Estamos aquí ahora.
—Aquí descubrí lo que era la auténtica belleza.
La besó una vez más, acariciándola suavemente. _____ le devolvió las caricias y la pasión se encendió y empezó a arder con fuerza.
Durante los meses que llevaban casados, el deseo que sentían el uno por el otro no había disminuido. Sus encuentros seguían siendo apasionados y llenos de dulzura. Se olvidaron de las palabras y dejaron que sus manos, sus cuerpos y la felicidad del amor físico hablaran por ellos.
Tom conocía bien a su esposa. Sabía lo que la excitaba, lo que la impacientaba y lo que la llevaba al éxtasis. Hicieron el amor al aire libre, rodeados de naturaleza y de la oscuridad de la noche.
En el extremo del claro, los viejos manzanos que habían sido testigos de su casto amor en el pasado apartaron la vista educadamente.
Cuando hubieron recobrado el aliento, _____ permaneció tumbada de espaldas, contemplando las estrellas, sintiéndose ligera, como si no pesara nada.
—Tengo algo para ti —susurró él, antes de volverse a buscar sus pantalones.
Regresando a su lado, le colocó algo alrededor del cuello. Con la linterna, iluminó el regalo.
_____ bajó la vista hacia la joya. Era un colgante de plata de ley, formado por anillas entrelazadas.
De las anillas colgaban tres pequeños amuletos: una manzana de oro, un corazón y un libro de plata.
—Es precioso —murmuró, acariciando los colgantes uno a uno.
—Lo he hecho traer de Londres. La manzana simboliza el lugar donde nos conocimos y el corazón, por supuesto, es el mío.
—¿Y el libro?
—Con esta luz no se ve, pero en la cubierta se lee el nombre de Dante.
Ella lo miró con timidez.
—¿Me he olvidado de alguna ocasión especial?
—No, es que me gusta hacerte regalos.
______ lo besó apasionadamente y él volvió a tumbarla sobre la manta, dejando la linterna a un lado.
Cuando se separaron, le apoyó la palma de la mano sobre el vientre y le besó el espacio que quedaba justo debajo del pulgar.
—Quiero plantar mi semilla aquí dentro.
Mientras las palabras de Tom resonaban en el claro, _____ se tensó.
—¿Tan pronto?
—Nunca sabemos el tiempo que nos queda en este mundo.
Ella pensó en Grace, la madre adoptiva de Tom, y en su propia madre biológica, Sharon.
Ambas habían muerto jóvenes, aunque en circunstancias muy distintas.
—Dante perdió a Beatriz cuando ésta tenía veinticuatro años —añadió Tom—. Perderte sería devastador.
____ le acarició el hoyuelo de la barbilla.
—No hablemos de muerte. Acabamos de celebrar el amor y la vida. —Acarició los dijes del colgante una vez más.
Él se disculpó cubriéndola de besos antes de volver a tumbarse.
—He vivido casi tanto como ella y estoy sana. —_____ le apoyó la mano en el pecho, sobre el tatuaje, y acarició el nombre escrito sobre el corazón sangrante—. ¿Es Maia la causante de tu ansiedad?
Tom se tensó de nuevo.
—No.
—Si lo es, no me importa —trató de convencerlo, apartándole un mechón de pelo de la frente.
—Sé que es feliz.
—Yo también lo creo. —_____ titubeó, como si quisiera decir algo más.
—¿Qué pasa? —le preguntó Tom, acariciándole el cuello.
—Estaba pensando en Sharon.
—Sigue.
—No he tenido un buen modelo materno.
Él se inclinó para besarla en los labios.
—Serás una madre fantástica. Eres cariñosa, paciente y amable.
—No sabría cómo hacerlo —susurró.
—Lo descubriremos juntos. Soy yo quien debería estar preocupado. Mis padres biológicos fueron la viva imagen de una familia disfuncional. Y mi vida... no ha sido precisamente un modelo de conducta.
______ negó con la cabeza y lo besó.
—Cuidas muy bien del niño de Tammy, hasta tu hermano lo reconoce. Pero es muy pronto para tener un hijo, Tom. Nos casamos en enero. Y me gustaría acabar el doctorado antes de tener familia.
—Lo sé, y te dije que estaba de acuerdo —replicó él, acariciándole las costillas con un dedo.
—La vida de casada es maravillosa, pero todavía estoy acostumbrándome a algunas cosas. Sé que a ti debe de pasarte lo mismo.
Tom dejó de acariciarla.
—Por supuesto. Aún estamos aprendiendo a convivir. Pero eso no nos impide hacer planes de futuro, ______. —Hizo una pausa—. Creo que debería ir a ver a mi médico cuanto antes. Han pasado tantos años que temo que la vasectomía pueda ser irreversible.
—Hay más de una manera de formar una familia. Podemos plantearnos otros tratamientos médicos. O podríamos adoptar a alguno de los niños del orfanato de los franciscanos en Florencia — dijo ella con la mirada perdida—. Cuando llegue el momento.
Tom le apartó un mechón de pelo de la cara cariñosamente.
—Podemos hacer todas esas cosas. Tras la ponencia, pienso llevarte a Umbría antes de ir a la exposición de Florencia. Pero en cuanto hayamos vuelto de Europa, iré al médico.
Ella lo besó y Tom aprovechó el movimiento para colocarla encima de él. Una especie de corriente eléctrica surgió entre ellos. Tom la agarró con fuerza por las caderas.
—Cuando estés lista, empezaremos a practicar.
—Sí, creo que deberíamos prepararnos a fondo.

—Tienes toda la razón —susurró él, rodeándola con los brazos.




HELLOOOOO!!!! BUENO ... AQUI EMPIEZA EL TERCER Y ULTIMO LIBRO ... ESPERO Y EL PROLOGO Y EL PRIMER CAPITULO LES GUSTE ... YA SABEN LAS REGLAS, 4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... HASTA PRONTO Y BIENVENIDAS :))