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lunes, 29 de septiembre de 2014

.- LA REDENCION DE TOM .- CAPITULOS 56º 57º Y 58º

4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... ADIOS :))


CAP 56.-
Después de cenar, ______ releyó la carta de Kelly Davies Schultz.
—¿Qué piensas? —preguntó, doblándola cuidadosamente y volviendo a meterla en el sobre.
—No lo sé. No me fío.
—Parece agradable. Y divertida. ¿Por qué no te fías?
—Trataron de desheredarme. Podrían estar tramando algo.
—Tramando ¿qué? El dinero se repartió hace años.
Tom se cruzó de brazos.
—Tal vez quieran información.
—Cariño, eres tú el que quieres información. Llevas meses buscando la oportunidad de saber más sobre tu familia, especialmente sobre los antecedentes médicos de tus padres. Y ahora se te presenta esta oportunidad. Pensaba que te alegrarías. —Se sentó a su lado—. ¿Cuándo podríamos ir?
Él se tensó un poco.
—Cuanto antes me lo quite de encima, mejor.
—Iremos a Selinsgrove por Navidad. Antes si Diane se pone de parto.
Tom se volvió hacia ella.
—Estás muy ocupada ahora mismo. Te prometí que te ayudaría a ponerte al día y pienso cumplir mi promesa.
_______ le dedicó una sonrisa ladeada.
—Me temo que ahora viene un pero.
—¿Te molestaría que me ocupara de esto antes de Navidad? Creo que podría ir cuando acaben las clases, la segunda semana de diciembre. Podría pedirle a un estudiante de doctorado que se ocupara de los exámenes.
Ella resiguió la superficie de la mesa con la uña.
—Esa semana tengo que entregar la conferencia para que la publiquen y acabar los trabajos del trimestre. Me iría muy mal acompañarte.
—Creo que esto es algo que debería hacer solo.
_______ se estaba examinando las uñas como si fueran fascinantes.
—No sabes lo que vas a encontrarte. ¿Y si me necesitas?
Tom le sonrió dulcemente.
—Siempre te necesito, _______, pero creo que la primera vez que me reúna con Kelly
deberíamos estar a solas. Si me entero de algo desagradable, ya lo asumiré.
—Si es lo que quieres... ¿Seguro que no preferirías ir pasadas las Navidades?
—No. No creo que sea buena idea retrasarlo. Podría cambiar de opinión. Y cuanto antes conozca mis antecedentes familiares, mejor. —Le dirigió una intensa mirada—. No te pediría que hicieras nada que perjudicara tus estudios.
—De acuerdo —dijo ella sin entusiasmo.
—Podemos pedirle a Rebecca que se quede a dormir aquí mientras estoy fuera, para que no te quedes sola. No me ausentaré mucho tiempo. Dos o tres días como máximo. Concertaré una entrevista con el abogado que se ocupó de la herencia de mi padre y aprovecharé para quedar con Kelly ese mismo día o al siguiente.
Tom le cogió la mano y le resiguió la línea de la vida con el pulgar.
—No me sale llamarla mi hermana.
—Sigo pensando que debería ir contigo.
—Acabas de admitir que no tienes tiempo. Tienes mucho trabajo. Y sé que cuando estoy cerca te distraigo —bromeó él, con una sonrisa provocativa.
—Eso es verdad. Me distraes mucho.
—Bien. —Cogiéndola en brazos, se dirigió hacia la escalera—. Prepárate. Voy a distraerte a fondo.
Ella le apoyó las manos en los bíceps.
—Suéltame.
—Te soltaré cuando lleguemos a la cama.
—Tengo algo que decirte y me temo que no te va a gustar.
Tom se tensó.
—Entonces dilo rápido y acabemos de una vez.
________ se removió hasta que él la dejó sobre un escalón.
—Ese viaje a Nueva York te va a reabrir muchas heridas. Te traerá recuerdos. Por supuesto, te ayudaré en todo lo que pueda, pero creo que hay un tema del que deberíamos hablar: el perdón.
—¿Pretendes que perdone a mis padres? ¿Estás de broma?
—El perdón te libera. No lo digo por ellos. Me refiero a ti.
Él se apartó un poco.
—No puedo perdonarlos. No se lo merecen.
—¿Y quién se lo merece, Tom? ¿Tú? ¿Yo?
—Tú, desde luego.
—Aparte de Dios, la única persona que puede perdonarme es aquel a quien le he hecho daño.Tenemos el poder de perdonar. Podemos usar ese poder para bien, o para aferrarnos a viejas injusticias que nunca curarán. —Le cogió la mano—. No digo que se lo merezcan. Y no te pido que olvides ni que finjas que no ocurrió nada. Sólo te pido que lo pienses.
—Ya lo he pensado. La respuesta es no.
—¿Cómo puedes pedirle a Paulina que te perdone si tú no estás dispuesto a perdonar a tus padres?
Tom soltó el aire bruscamente, como si le hubiera dado una bofetada.
—No.
—Sólo piénsalo, mi amor. Piensa en lo que significó para ti reconciliarte con Maia. Imagínate lo que supondría para tu padre saber que lo has perdonado.
Sin responder, Tom tiró de ella para llevarla a la habitación.

CAP 57.-
Mientras ______ se ocupaba en sus trabajos y revisaba la conferencia antes de que la publicaran, Tom fue al urólogo para una revisión antes de volar a Nueva York el cinco de diciembre. En cuanto entró en su habitación del RitzCarlton, se dio cuenta de su error. Tenía que haber dejado que ______ lo acompañara. La grande y preciosa cama sería un lugar muy frío sin ella. Odiaba dormir solo. Le recordaba los meses que habían pasado separados, un recuerdo que aborrecía. Hizo unas cuantas llamadas. Telefoneó a Lucia Barini, de Columbia; al abogado de su padre y finalmente a _______, pero para su decepción, le saltó el buzón de voz.
—________, estoy en Nueva York, en el RitzCarlton, habitación cuatrocientos once. Cenaré con Kelly y después volveré a la habitación. Hablamos luego. Te quiero.
Colgó el teléfono con un resoplido de frustración y se preparó para la reunión con su
hermanastra. Al llegar al restaurante Tribeca Grill, donde habían quedado, lo acompañaron hasta una mesa para dos en la que lo esperaba una mujer rubia, mayor que él. Cuando alzó la cabeza, Tom se encontró con unos ojos color whiskie del mismo color que los suyos. Ella se tapó la boca con la mano antes de presentarse:
—Soy Kelly.
—Tom Kaulitz —replicó él, estrechándole la mano, nervioso.
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.
—Eres igual que él.
—¿Igual que quién?
—Que papá.
Tom apartó la mano bruscamente. Ella sonrió.
—Disculpa. Siéntate.
Kelly también se sentó y se secó los ojos con la servilleta.
—Ha sido la impresión de verte. Eres clavado a papá cuando era más joven. ¿Cuántos años tienes, si me permites la indiscreción?
—Treinta y cinco.
—Ah, recuerdo mis treinta y cinco. No voy a coquetear con mi edad ni a jugar a las adivinanzas. Tengo cuarenta y nueve.
Tom asintió y trató de relajar la mandíbula. Quería decir algo, pero por mucho que pensaba no se le ocurría nada. Por suerte, la llegada del camarero los interrumpió. Pidieron las bebidas e intercambiaron frases de cortesía hasta que el hombre volvió. Luego encargaron la cena de prisa, impacientes por volver a quedarse a solas.
Kelly se echó hacia adelante en la silla.
—Estoy encantada de conocerte. Gracias por aceptar mi invitación.
—Al contrario. —Tom se obligó a sonreír.
—Te debo una disculpa.
A él la sonrisa se le borró de la cara.
—¿Por qué?
—Como te dije en la carta, debí ponerme en contacto contigo en cuanto me enteré de tu existencia. Debí hacer lo correcto en vez de preocuparme de no molestar a mi madre.
Tom jugueteó con los cubiertos.
—Eso fue hace mucho tiempo. No es preciso que hablemos de ello.
—Gracias. Mi madre sabía que existías, pero no permitía que nadie hablara de ti en su presencia. Ni siquiera tras la muerte de papá. Nunca le perdonó que hubiera tenido una amante.
Tom se tensó ostensiblemente.
—Entonces, ¿hasta ese momento no supiste nada de mí?
—No, pero conocí a tu madre. Lo sentí cuando me enteré de que había muerto —respondió Kelly en tono sincero.
—Gracias. —Tom enderezó la espalda—. Murió cuando yo tenía nueve años. Pero la familia que me adoptó son muy buenas personas.
—Michael lo mencionó. Me contó que había mantenido a nuestro padre al corriente de tu vida durante muchos años.
Tom alzó mucho las cejas.
—¿Qué?
—¿No lo sabías?
—No. Nos fuimos de Nueva York poco antes de que mi madre muriera. No volví a tener contacto con tu padre nunca más. —Tom apretó los dientes—. Ni una llamada de teléfono, ni una carta. Nada.
—Lo siento mucho. Por lo que Michael dijo, pensaba que habríais mantenido algún tipo de contacto, pero esa parte de la historia no la tenía clara. —Kelly bebió un poco de vino, pensativa—.Me contó que papá conocía a la familia que te había adoptado, y que estudiaste en Princeton y Harvard. Al parecer, cada vez que se reunían hablaban de ti.
—Si mi vida le resultaba tan interesante como para hablar de ella con su abogado, ¿por qué nunca se molestó en llamarme por teléfono o escribirme una carta?
Kelly clavó la vista en el mantel.
—Creo que puedo arrojar algo de luz al respecto. Papá era de ese tipo de personas que cuando toman una decisión la llevan hasta las últimas consecuencias. —Alzó la mirada y observó el lenguaje corporal de Tom con preocupación—. Me temo que esta conversación te está disgustando.
—He venido en busca de respuestas.Sabía que no iba a ser agradable.
—Sí, claro. ¿Conociste a papá?
—Sí, lo conocí.
—Pero después de dejar Nueva York, creciste en Pensilvania —apuntó ella, animándolo a hablar.
—Sí. Tuve suerte. Cuando mi madre murió, una familia relacionada con el hospital se ofreció a quedarse conmigo.
—¿Y la familia de tu madre?
Tom hizo una mueca, pero no respondió.
—No quiero meterme donde no me llaman —se excusó Kelly—, pero es algo que me he preguntado a menudo. Vi a tu madre varias veces y me pareció que tenía una buena relación con sus padres. Por eso me extraña que no fueras a vivir con ellos.
—Mi abuelo murió antes de que yo naciera. Mi abuela nunca le perdonó a mi madre las circunstancias que rodearon mi concepción. Cuando mi madre murió, los servicios sociales hablaron con mi abuela, pero ella no quiso saber nada de mí. Luego, mi madre adoptiva se puso en contacto con mi padre, pero él no me reconoció como hijo suyo. De no ser por los Clark, habría acabado en un orfanato. —La expresión de Tom era inescrutable.
—Lo siento mucho —dijo Kelly, echándose hacia adelante para acercarse a él—. No has tenido una vida fácil.
—¿Cómo es que conociste a mi madre? —preguntó él para cambiar de tema.
—Trabajaba como secretaria en una de las oficinas de mi padre. Era joven y bonita. Cuando iba a visitarlo, siempre era muy cariñosa conmigo. Me caía muy bien.
»Por la época de tu nacimiento, mis padres pasaron una época muy mala. Discutían
constantemente. Y luego todo se calmó de golpe. Pero unos años después, mi madre abandonó a mi padre y se fue a vivir a casa de mis abuelos, en Long Island. Seis meses después, se reconciliaron y ella volvió a Manhattan.
»Aunque no puedo asegurarlo, sospecho que su separación tuvo que ver contigo. Una vez oí a mi madre gritar algo sobre «esa criatura». Por supuesto, Audrey y yo no sabíamos a qué criatura se refería. Nos imaginamos que estarían discutiendo sobre alguna de nosotras.
Tom apretó mucho los labios antes de preguntar:
—¿Cuántos años tenías cuando se separaron?
—Hum, déjame pensar. —Kelly miró hacia el techo—. Diría que unos veintitrés. Más o menos.
—Entonces, yo tendría unos nueve. Sí, coincide con la época en que nos fuimos de Nueva York.
—Supongo que mi madre le dio un ultimátum a mi padre y que por eso tu madre decidió marcharse.
—¿Alguna vez hablaste de esto con tu madre?
Kelly abrió mucho los ojos, horrorizada.
—No, nunca. Mis padres discutían, pero no nos contaban sobre qué discutían. Nunca me atreví a preguntárselo, ni siquiera de adulta.
—¿Puedes contarme algo más sobre mi madre?
Kelly bajó la mirada hacia la mesa, pensativa.
—Era preciosa y muy dulce. Una mujer joven y llena de vida. Mi madre, en cambio, era bastante esnob. La convivencia con ella no era fácil.
»No sé si te das cuenta, pero la diferencia de edad entre tus padres tuvo que ser considerable. Papá nació en el treinta y seis. Tu madre debía de ser unos veinte años más joven que él.
—Sí, me di cuenta. Y de él, ¿qué puedes contarme?
—Yo lo quería mucho, pero siempre estaba trabajando. Tengo buenos recuerdos. De ir de paseo con él por la ciudad o tomar tortitas los sábados por la mañana. Aunque no era muy buen marido, era bastante buen padre.
—Pero tu madre lo amaba.
—Por supuesto —replicó ella al instante—. Papá era guapo y encantador. Tenía sentido del humor y era un hombre brillante. Pero resultó ser un mujeriego.
»Y, por sorprendente que parezca, adoraba a mi madre.
Los ojos de Kelly se llenaron de lágrimas y guardó silencio unos instantes luchando por controlar sus emociones.
—Lo siento —dijo Tom con suavidad—. Veo que para ti también es difícil.
Kelly agitó un pañuelo de papel en el aire antes de secarse los ojos.
—Cuando nos enteramos de que papá había tenido una amante y de que teníamos un hermano, nos llevamos una sorpresa muy grande. Audrey todavía no lo ha superado.
—¿Y tú?
Kelly hizo una mueca de determinación.
—Yo trato de poner en práctica los consejos que doy a mis pacientes. Como suelo decirles, no puedes controlar las circunstancias de la vida, pero puedes controlar tus reacciones ante esas circunstancias.
»Podría guardarle rencor a mi padre por serle infiel a mi madre. Y podría guardarle rencor a mi madre por haber sido tan inflexible y apartarme con su intolerancia de mi único hermano. O también puedo perdonarlos a ambos, perdonarme a mí y tratar de mejorar las cosas.
Bajó la vista hacia sus manos, que tenía en el regazo, y al cabo de un momento, añadió:
—Siempre quise tener un hermano. Lo que no esperaba es que fuera a ser tan joven.
—Si te sirve de algo, lo siento. Siento que mi madre y tu padre... tuvieran una relación. —La expresión de él se había suavizado mucho oyendo hablar a su hermana.
Ella le devolvió la mirada.
—Gracias, Tom. A veces, en las peores circunstancias, surgen milagros inesperados. ¿Quién lo iba a decir? Después de todo este tiempo, aquí estamos, tú y yo...
»Conociendo a papá, estoy segura de que quería a tu madre. Y a ti. No habría seguido tus pasos ni te habría incluido en el testamento si no le importaras.
—No lo sé. —Tom apartó el plato.
—No habría discutido con mi madre por algo que no le importara. Y todos en la familia sabíamos que su sueño siempre fue tener un hijo varón. Pero mi madre no quiso tener más hijos.
Kelly clavó la vista en el plato. Apenas había tocado la comida.
—Ojalá hubieras podido pasar más tiempo con él. Ya sé que entonces Audrey y yo lo hubiéramos visto todavía menos —le dirigió una sonrisa triste—, pero lo habría compartido gustosa.
—¿Y Audrey?
—Audrey. —Kelly suspiró—. Ella se puso del lado de mi madre. Te considera un cazafortunas.
—No quería el dinero —replicó él con dureza—. Sólo lo acepté porque mi familia se vio en circunstancias difíciles.
Kelly le cubrió la mano con la suya.
—Te mereces hasta el último centavo. —Le dio unas palmaditas en la mano antes de retirar la suya—. Papá tomó una serie de decisiones que nos afectaron a todos, pero está muerto. Nuestras madres están muertas. Es hora de perdonar y seguir adelante.
»Además, nunca hiciste nada para perjudicarnos. Podrías haber recurrido la herencia y pedir más dinero. Podrías haberte presentado el día de la lectura del testamento y montar una escena. Podrías haber vendido el caso a los periódicos sensacionalistas o dar una rueda de prensa... Pero no hiciste nada. Tus actos demuestran que eres un hombre de carácter. Ésa era otra de las razones por las que me apetecía conocerte. Creo que Dios nos ha unido. —Le dirigió una mirada cautelosa.
Él parpadeó.
—Mi esposa piensa algo parecido. Suele ver la mano de la Providencia en casi todo.
—Estoy de acuerdo con ella. —Kelly se acabó el vino—. ¿Qué te llevó a ponerte en contacto con Michael después de tanto tiempo?
—No creo que sea la Providencia. Aunque podría ser. —Tom jugueteó con el vaso de agua—. Me temo que se trata de una cuestión práctica. Algún día a mi mujer y a mí nos gustaría tener familia. Pensé que sería buena idea saber más sobre los antecedentes médicos familiares.
—Eso es fácil de responder. Papá murió de un ataque al corazón. No hacía ejercicio. Trabajaba sin parar y comía todo lo que le apetecía. No sé si tenía el colesterol alto, pero es posible. Audrey y yo, al menos, no tenemos ese problema.
»Y por lo que respecta a mis abuelos, que yo sepa murieron de viejos. ¿Los conociste?
—No, en absoluto. Ni siquiera sé sus nombres.
Kelly se entristeció.
—Lo siento. Nosotras estamos muy orgullosas de nuestros abuelos. Él era profesor como tú. Estaba especializado en Literatura Romántica.
—¿Cómo se llamaba?
—Benjamin Spiegel.
Tom dio un brinco en el asiento.
—¿Benjamin Spiegel? ¿El profesor Benjamin Spiegel?
—Sí. ¿Has oído hablar de él?
—Por supuesto. Fue el principal experto americano en Romanticismo germánico. Leí su trabajo en la universidad. —Se frotó la barbilla—. ¿Era mi abuelo?
—Sí.
—Pero él era... —Tom abrió los ojos al darse cuenta.
Kelly observó su reacción ladeando la cabeza.
—Judío, sí.
Tom parecía confundido.
—No tenía ni idea de que mi padre fuera judío. Nadie me dijo nada.
—No sé qué creencias tenía tu madre, pero tras la elección religiosa de mi padre hay una larga historia. No conozco los detalles, pero sé que después de una discusión muy fuerte con su padre, se marchó de casa dejando atrás a su familia y el legado de ésta. Incluso se cambió el apellido por Davies. Cuando conoció a mi madre, en mil novecientos sesenta y uno, se presentó como agnóstico. El judaísmo nunca formó parte de nuestras vidas.
Tom seguía inmóvil, reflexionando.
—Benjamin Spiegel —murmuró—. Soy un gran admirador de su obra.
—Era un buen hombre. Antes de marcharse de Alemania en los años veinte era rabino. En nColumbia fue un profesor muy respetado y querido. Un edificio lleva su nombre, así como varias becas.
»Cuando murió, su esposa Miriam, nuestra abuela, fundó una organización benéfica que lleva su nombre en Nueva York. Estoy en el consejo de dirección, junto a varios de nuestros primos. Si estuvieras interesado, estoy segura de que te acogerían con los brazos abiertos.
—¿De qué se ocupa la organización?
—De promover la lectura y la escritura en las escuelas públicas de Nueva York. Donamos libros y material escolar. También organizamos una serie de conferencias en Columbia y en la iglesia a la que el abuelo asistía. Jonathan y yo vamos también. —Con una sonrisa, aclaró—: Nos gusta decir que somos miembros de la rama presbiteriana del judaísmo reformista.
Tom le devolvió la sonrisa.
—No conocía mis orígenes alemanes. Ni judíos. Creo que la familia de mi madre era de nascendencia inglesa.
—Mucha gente se sorprendería de lo que hay en su árbol genealógico si retrocediera una o dos generaciones. Por eso el odio entre razas o religiones me parece absurdo. Todos estamos emparentados de un modo u otro.
—Estoy de acuerdo.
Kelly sonrió.
—Ya que eres profesor de Literatura, ¿qué te parecería dar alguna conferencia?
—Eres muy amable, pero es que soy especialista en Dante.
—A juzgar por los libros de su biblioteca, al abuelo le interesaba todo. Estoy segura de que también le interesaba Dante.
Tom se limpió con la servilleta.
—¿No pondré a la familia en una situación incómoda?
Los ojos whiskie de Kelly se iluminaron como los de una feroz leona.
—Tú formas parte de la familia. Y si alguien se atreve a oponerse... —se interrumpió como si estuviera pensando algo desagradable—. Aparte de Audrey, creo que todo el mundo estará de acuerdo.
—En ese caso, dile al comité que estaré encantado —dijo, inclinando ligeramente la cabeza.
—Excelente. Se lo comentaré a los primos.
Kelly apartó el plato y le indicó al camarero que podía retirarlo.
—Casi no has comido —comentó, mirando preocupada el plato de Tom.
—Me temo que no tengo hambre. —Con un gesto, le indicó al camarero que podía llevarse su plato también. Luego pidió café.
—¿Te he disgustado? —preguntó ella en voz baja.
Tras unos instantes, él respondió:
—No. Es sólo que son muchas cosas para asimilar de golpe. —Los ojos se le iluminaron—. La revelación de que el profesor Spiegel es mi abuelo ha sido una sorpresa muy agradable.
Kelly sonrió encantada.
—Me gustaría presentarte a la tía Sarah, la hermana pequeña de papá. Ella podría contarte más cosas sobre tus tíos y tus abuelos. Es una mujer maravillosa. Muy brillante. —Se lo quedó mirando, pensativa—. ¿Tu madre te contó alguna vez por qué te llamas Tom?
—No, pero mi segundo nombre es Jorg, como nuestro padre.
Kelly le dirigió una mirada traviesa.
—Lo bautizaron como Othniel. Tuviste suerte de que se lo cambiara antes de que nacieras.
—Entonces, ¿mi nombre tiene algún significado? —aguardó ansioso la respuesta.
—Me temo que no, al menos ninguno que yo conozca. Pero cuando Audrey era una adolescente, mis padres le compraron un cachorro por su cumpleaños. Ella dijo que quería llamarlo Tom y mi padre se puso hecho una fiera.
Kelly se quedó mirando al vacío.
—Me había olvidado por completo. Luego mis padres se encerraron a discutir. —Se volvió hacia él—. Al final, lo llamó Godfrey, un nombre muy tonto para un pomerania. Pero bueno, los pomerania son una raza muy tonta. Jonathan y yo preferimos los labradores.
Sin saber qué decir, Tom permaneció en silencio.
—Su nombre no aparece en mi certificado de nacimiento —dijo finalmente, cambiando de tema —. Y, por supuesto, su apellido tampoco.
Ella hizo una mueca, incómoda.
—Sí, ya lo sabía. Cuando mi madre y mi hermana decidieron impugnar el testamento, ésa fue una de las pruebas que presentaron. Pero papá había firmado una acta notarial antes de morir en la que afirmaba que eras su hijo y que había persuadido a tu madre para que no incluyera su nombre en tu certificado de nacimiento.
»No sé qué tipo de promesas le haría a tu madre, pero creo que acabó arrepintiéndose de lo que había hecho.
—Hum.
—Y creo que sintió más cosas, además de arrepentimiento. —Kelly abrió su gran bolso y rebuscó en su interior—. Aquí está —dijo, dejando una vieja foto en la mesa, al lado de la taza de café vacía de Tom.
Era una fotografía de él y de su madre. Debía de tener unos cinco años en la foto.
—No recuerdo esta foto. ¿De dónde la has sacado? —La observó detenidamente.
—Papá tenía una caja con objetos personales en su armario. Cuando mamá murió, fue a parar a mis manos. Una noche, revisando lo que había dentro, me fijé en que el forro de la caja estaba rasgado. Dentro encontré la foto. Debía de tenerla allí escondida para que mi madre no la encontrara.
—¿Qué hago con ella?
—Quédatela, por supuesto. Y tengo alguna otra cosa para ti.
—No puedo.
—¿Sabes alemán?
—Sí.
—Bien. —Kelly se echó a reír. Tenía una risa alegre y musical—. Yo lo hablo un poco, porque el abuelo me hablaba en alemán a veces, pero no sé leerlo, así que sus libros no me sirven de gran cosa. Y tampoco sus gemelos. Así que, ya ves, me harás un favor si los aceptas. De hecho, dado lo pequeño que es nuestro apartamento y la cantidad de cosas que guardo en él, sería un mitzvah.
—Un mitzvah —murmuró Tom, mientras el camarero les servía el café.
—Pero qué maleducada que soy. No dejo de hablar y no te he preguntado por tu esposa. Me encantaría conocerla otro día.
—Sí, claro. —Tom sonrió por fin—. Se llama _______. Está haciendo el doctorado en
Harvard.
—Qué nombre tan bonito. ¿Cuánto hace que estáis casados?
—Desde enero.
—Ah, recién casados. ¿Tienes alguna foto de ella?
Tom se limpió las manos con la servilleta antes de sacar el iPhone. Buscó rápidamente y se decidió por una foto reciente de ______ sentada a la mesa del despacho de Selinsgrove. Sin darse cuenta, le acarició la mejilla en la imagen antes de pasarle el teléfono a su hermana.
—Debes de quererla mucho —comentó, mirándolo fijamente.
—Sí.
—Se la ve muy joven.
Tom frunció el cejo.
—Sí, es más joven que yo.
Kelly se echó a reír.
—No me hagas caso. A mi edad todo el mundo me parece joven.
Estaba a punto de devolverle el móvil cuando se detuvo y miró la pantalla con atención. Luego la tocó para ampliar la imagen.
—¿Qué es eso que hay en la mesa? —preguntó, mostrándole el teléfono a y señalando un objeto pequeño, negro.
—Una locomotora. La tengo desde que era pequeño. ______ pensó que sería un buen pisapapeles.
Kelly volvió a mirar la foto. Tom frunció de nuevo el cejo.
—¿Qué pasa?
—Me resulta familiar.
—¿Familiar?
Ella lo miró fijamente.
—Papá tenía una igual cuando era niño. Guardaba la locomotora, un vagón y el furgón de cola. Pero un día la locomotora desapareció. Cuando Audrey le preguntó dónde estaba, le dijo que se había roto. Nos extrañó, porque era de hierro. ¿De dónde dices que la sacaste?
—No lo sé. La he tenido desde siempre.
—Interesante.
—¿Por qué?
—La locomotora era el juguete favorito de papá cuando era pequeño. Creo que grabó sus iniciales en la parte inferior. Cuando llegues a casa, búscalas. Me gustaría saber si es la misma.
—¿Qué importancia tiene?
—Si es la misma, es que te la regaló. Y dado lo importante que era para él, tú también debías de serlo. —Le devolvió el teléfono.
—Me cuesta creerlo.
Kelly jugueteó con la cucharilla, dando vueltas al azúcar antes de dejarla en el platito.
—Pero yo lo conocía mejor que tú. Estuve a su lado más tiempo. Era complicado, muy testarudo, pero no era un hombre cruel. Se encontró atrapado entre tu madre y tú y mi madre y nosotras.
»No digo que hiciera lo correcto. Si se hubiera mantenido más firme o si mi madre hubiera sido más tolerante, habría podido tener a todos sus hijos viviendo en la misma ciudad. Me recuerda la historia de la Biblia sobre Agar e Ismael. Me temo que mi madre hizo el papel de Sara, aunque se llamara Nancy.
»Pero, a pesar de todo, sigo pensando que le importabas. Por eso te siguió la pista a lo largo de tu vida. Por eso te incluyó en el testamento.
—Yo no puedo creerlo. —El tono de Tom era frío como el hielo.
—No te cierres, hermano, es una posibilidad. Nuestro padre no era un monstruo. Y «hay más cosas en el cielo y en la Tierra, Horacio, de las que contempla tu filosofía».
—Hamlet —dijo él a regañadientes.
—Creo que el abuelo estaría orgulloso de nosotros. Tú fuiste a Harvard. Yo fui a Vassar. — Sonrió—. Y tu esposa, _______, ¿es religiosa?
Gabriel se guardó la foto que Kelly le había dado en el bolsillo interior de la chaqueta.
—Sí, es católica y la fe es importante para ella. Ciertamente trata de vivir según su fe.
—¿Y tú?
—Me convertí al catolicismo antes de casarnos. Creo en Dios, si es eso lo que me preguntas.
—Creo que no tenemos ningún católico en la junta de dirección. Serás el primero. —Kelly le hizo un gesto al camarero para que les llevara la cuenta—. Ya verás cuando los primos se enteren de que tenemos una nueva rama: la rama católica del judaísmo reformista.

—Ha sido un error —Tom resopló con la boca pegada al móvil al dejarle a _____ un nuevo mensaje en el contestador—. No debería haber venido sin ti.
»_______, ojalá no apagaras el teléfono. Es el mejor modo de localizarte. Pasan de las doce. Acabo de llegar al hotel después de cenar con Kelly. »Siento no haberte podido llamar antes. La conversación se ha alargado más de lo previsto. Ella
es muy agradable. Tenías razón, como de costumbre. Es curioso, casi siempre acabas teniendo razón. (Soltó el aire lentamente.) »El retrato que Kelly pinta de mi padre es muy distinto al de mis recuerdos. No me he atrevido a contarle que el hombre al que adora pegó a mi madre. (Suspiro.) »Ojalá estuvieras aquí. Al final de la cena empezaba a dudar de mis recuerdos. Dudaba de mí. »Necesito que me hagas un favor. ¿Puedes coger la locomotora de juguete del despacho y mirar si
hay algo grabado en la parte de abajo? Es importante. »Voy a tener que alargar la visita. Kelly quiere presentarme a una tía este viernes. Es decir, que
no podré volver hasta el sábado. Siento el retraso, pero creo que es mejor dejar atados todos los cabos sueltos antes de volver a casa. »Llámame cuando recibas este mensaje, no importa la hora que sea. (Otra pausa.) »Apparuit iam beatitudo vestra. Te quiero.
Arrojó el móvil sobre la gran cama vacía. Aún le daba vueltas a la conversación que había tenido con su hermana. Mucho de lo que había oído lo había sorprendido. Era evidente que Kelly tenía una buena relación con su padre. En eso, como en bastantes otras cosas, parecía que hubieran tenido padres distintos.Había sido un alivio obtener respuestas a algunas preguntas, aunque algunas de esas respuestas lo
llevaban a formularse nuevas preguntas. Ciertamente, las noticias sobre su abuelo habían sido buenas. Al pensar en él, una sensación de calidez se le extendió por el pecho. «Al menos tengo un pariente del que sentirme orgulloso, aparte de mi hermana.» Deseó poder meterse en su cama junto a _______, despertarla y contarle todo lo que había pasado.Deseaba refugiarse entre sus brazos y olvidarse de todo. Había cometido un error colosal al querer hacerlo solo. Ahora, como siempre, tenía que pagar las consecuencias. Maldiciendo entre dientes, se dirigió a la ducha esperando que el agua caliente lo ayudara a aclararse las ideas. Luego acabaría de leer el diario de su madre, a ver si de una vez por todas descubría la verdad sobre la relación de sus padres.

CAP 58.-
5 de diciembre de 2011
Washington D. C
.
Natalie Lundy se quedó mirando la foto del periódico en estado de shock. Notó un extraño zumbido en los oídos mientras el mundo se detenía en seco. Observó todos los detalles de la foto en blanco y negro del hombre y la jovencita que se abrazaban y sonreían ante la cámara. Se fijó en el enorme diamante que brillaba en el solitario que ella llevaba en el dedo. Y en el texto que anunciaba el compromiso de dos poderosas familias políticas. El estómago de Natalie se rebeló. Inclinándose sobre la papelera, vomitó el desayuno. Temblorosa, se secó la boca y se tambaleó hasta el baño.
Mientras bebía un vaso de agua, reflexionó. Acababa de perderlo todo. Había oído los rumores, por supuesto. Pero sabía que Simon sólo salía con la hija del senador Hudson por motivos políticos. O eso le había dicho la última vez que estuvo en su cama, a finales de agosto. Había hecho lo que él le había pedido. Había seguido trabajando para su padre y había mantenido la boca cerrada. De vez en cuando, lo llamaba o le escribía un email, pero Simon cada vez tardaba más en responder a sus mensajes hasta que, en algún momento de noviembre, dejó de comunicarse con ella
por completo. La había estado manejando a su antojo. Llevaba años haciéndolo. Siempre había estado persiguiendo a otras mujeres. A ella sólo la usaba para desahogarse sexualmente. Así le pagaba todo lo que había hecho por él. Y había hecho muchas cosas. Cosas que le desagradaban. Que no había querido hacer. Como varios encuentros sexuales, o como fingir que no le importaba que se acostara con otras mujeres. Mientras se miraba en el espejo, se le ocurrió una idea terrible.
No tenía nada que perder y mucho que ganar. Simon, en cambio, tenía mucho que perder. ¡Joder! Se encargaría de que lo perdiera todo. Dejando el vaso, se secó la boca y se dirigió al dormitorio con pasos más seguros. Se agachó y retiró una de las tablas del suelo, debajo de la cama. Sacó de allí un lápiz de memoria y se lo guardó
en el bolsillo de la chaqueta. Luego volvió a colocar la tabla en su sitio. Cogió el abrigo y el bolso y se dirigió a la puerta. Mientras paraba un taxi, no se dio cuenta de

que había un coche oscuro aparcado en la otra acera. Por eso tampoco se percató de que el coche arrancaba y empezaba a seguir al taxi a una prudente distancia.

sábado, 27 de septiembre de 2014

.- LA REDENCION DE TOM .- CAPITULOS 53º 54º Y 55º

solo por esta vez les agrego aunque vea 2 comentarios pero sera primera y ultima vez ... si no veo 4 o mas comentarios ahora si no les agrego nadaa!!! aunque pasen meses ... bueno, que esten bien, disfruten

CAP 53.-
Cambridge, Massachusetts

A finales de octubre llegó por fin la fecha que Tom había estado esperando. Llevaba semanas fantaseando con lo que iba a hacer con ______ en cuanto terminara su período de celibato forzoso. Lo había planificado todo meticulosamente.
La tarde antes de la fecha, ella lo llamó. El teléfono sonó dos veces antes de que Tom respondiera.
—Hola, preciosa.
______ se ruborizó. Nunca dejaba de maravillarla el poder que tenía de acelerarle el corazón con un par de palabras.
—Hola, guapo. ¿Dónde estás?
—Comprando un par de cosas. ¿Y tú?
—En casa.
Él hizo una pausa y ______ oyó la puerta del coche cerrándose.
—Has llegado pronto. No te esperaba hasta las seis.
—La profesora Marinelli ha cancelado la clase porque tiene laringitis. Creo que me voy a dar un baño. Luego me echaré un rato hasta que llegues. Me he levantado muy temprano esta mañana.
El sonido del Range Rover al ponerse en marcha llegó hasta los oídos de _______.
—Muy bien. No tardaré. Nos vemos en casa.
—Te quiero.
—Yo también te quiero.
A ______ le pareció que Tom disimulaba la risa antes de colgar. No sabía qué le habría hecho gracia. Dio una vuelta por la cocina, preguntándose por qué Rebecca no habría preparado nada para cenar. Sorprendida, subió la escalera. Si molestarse en colgar la ropa, la dejó tirada en el suelo del dormitorio antes de meterse en la ducha. El agua caliente la animaría. Había sido un día agotador.Cuando estaba acabando de ducharse, oyó que se abría la puerta.
—¡Eh, hola!
Tom estaba ante ella, desnudo y sonriente. La saludó con un beso.
—¿Tú también necesitabas una ducha? —preguntó, tratando de no devorarlo con la vista y fallando estrepitosamente en el intento.
—No. Sólo quería estar donde tú estás.
Ella le devolvió el beso.
—Gracias.
Con una mano, ______ le recorrió el pecho y fue bajando hasta llegar a la uve que quedaba enmarcada por sus caderas. Luego cerró el grifo y se escurrió el agua del pelo. Tom cogió una toalla y se la ofreció. En ese momento, ella se dio cuenta de que él tenía los ojos brillantes de excitación y una sonrisa cada vez más amplia.
—¿Qué?
—¿Has olvidado qué día es hoy? —Tom le deslizó un dedo por el brazo.
—No, pero nuestro día especial es mañana.
—Vamos a empezar a celebrarlo antes.
—¿Crees que es prudente?
—Me importa un bledo. Ya he esperado bastante. No se le puede pedir tanta paciencia a un hombre.
—¿Ah, no? —_______ ladeó la cabeza.
—Así que prepárate para una sesión de placer, cariño.
Ella se secó tan rápidamente como pudo antes de enrollarse la toalla en la cabeza.
Tom le mostró un bote de vidrio para que leyera la etiqueta.
—Pintura corporal de chocolate. —_______ levantó la vista—. ¿Ahora?
—Ahora. —Le hizo cosquillas con una pequeña brocha en la nariz—. Dijiste que te gustó nuestro experimento de pintura corporal en Selinsgrove. He pensado que podíamos repetir.
—Pero pensaba que querrías hacer otras cosas. Te has estado ocupando de mí durante estas semanas. Yo casi no he podido hacer nada por ti.
—Yo disfruto con los preliminares tanto como t ú —susurró Tom, entornando los ojos—.Además, tengo planes para los dos.
—¡Guau! —______ soltó el aire de golpe.
—Había pensado probarlo en el dormitorio, pero puede ser un poco... complicado.
Se acuclilló delante de ella hasta que los ojos le quedaron a la altura del ombligo y abrió el bote. Hundió la brocha en el chocolate, empapándola generosamente.
—¿Empezamos? —preguntó, guiñándole un ojo.
Ella asintió, con los párpados entornados. Lentamente, Tom le dibujó un corazón alrededor del ombligo. La sensación del chocolate y la suave brocha sobre la piel le hicieron cosquillas. A pesar de que se movió, inquieta, él siguió a su ritmo, sin apresurarse.
—Así. Perfecto. —Dejó el bote a un lado y se lamió los labios.—Ahora viene la parte divertida. ¿Lista?
—Sí —contestó ella con voz aguda.
Cuando la lengua de Tom entró en contacto con su piel, tuvo que sujetarse al toallero con manos temblorosas. Con decisión, él formó remolinos con la lengua, atravesando el chocolate e introduciéndose en su ombligo. Al darse cuenta de que le fallaban las piernas, la sujetó por las nalgas.
—Sabe mejor de lo que esperaba —comentó él entre mordisquitos—. Supongo que es porque me gusta tu sabor.
La lengua de Tom se abrió camino hasta su cadera, que besó con la boca abierta.
—Creo que necesitamos un poco más de chocolate. ¿Qué opinas?
—Sí, por favor —respondió _______, asintiendo con fervor—. Definitivamente, más chocolate.
Tom volvió a coger el bote y la brocha.
—Pues agárrate fuerte, cariño, porque pienso ser muy meticuloso.
Echándose hacia adelante, ella le sujetó la barbilla.
—Yo también.

CAP 54.-
A medida que noviembre iba avanzando, John y Diane recibieron varios informes positivos sobre la salud de su hijo. Habría que operarlo, pero crecía con normalidad y Diane estaba bien. ______ recibió las noticias sobre la salud de su hermano con alivio y un prudente optimismo. No le había contado a su familia lo de sus fibromas ni la reversión de la vasectomía de Tom. No tenía sentido, ya que no sabían que él se la había hecho años atrás. Y no quería que nadie se preocupara por la salud de ella, sobre todo teniendo en cuenta que la doctora Rubio afirmaba que los fibromas eran muy comunes y, al menos de momento, nada serio. Tom y _____ se ayudaban el uno al otro a llevar sus cargas de salud, hablando de ello sólo con Rebecca. Sin embargo, la carga del doctorado ______ la llevaba sola. (O eso le parecía.)
Una noche de noviembre, Tom se despertó sobresaltado. Se espabiló de golpe y aguzó el oído porque le parecía que oía algo. En la distancia, distinguió el llanto de una mujer. Alargó la mano hacia _______ en la oscuridad, pero no estaba.
Sin molestarse en encender la luz ni en coger la bata, se puso en pie de un salto y salió de la habitación desnudo. Una rendija de luz salía de debajo de la puerta del estudio. Se dirigió hacia allí rápidamente, mientras el llanto arreciaba. Dentro encontró a _______ con la cabeza apoyada en el escritorio. Los hombros le temblaban, tenía
las gafas encima del portátil y un gran montón de libros esparcidos por la mesa y el suelo.
—Cariño —le apoyó la mano en la cabeza—, ¿qué te pasa?
—No puedo hacerlo.
—¿No puedes hacer qué? —Tom se agachó a su lado.
—No puedo seguir el ritmo de las clases. Voy retrasada en todas las lecturas. Tendría que estar escribiendo trabajos, pero no lo he hecho porque estaba leyendo. Y tendría que estar haciendo las revisiones de la conferencia, pero no he tenido tiempo. Y estoy tan cansada... —La voz se le quebró.
Él le dirigió una mirada de comprensión.
—Ven a la cama.
—¡No puedo! —gritó ella, levantando los brazos—. Tengo que quedarme y acabar de leer. Y mañana iré a la biblioteca para avanzar en los trabajos. Las revisiones de la conferencia las haré, pero no sé cuándo.
—Esta noche no vas a hacer nada más. Por mucho que te quedes despierta, estás demasiado cansada para concentrarte. Ven a la cama ahora y mañana te levantas temprano. Durante el desayuno hablaremos sobre las lecturas. Quizá pueda darte mi opinión. No sería trampa, sería como consultar las CliffNotes —dijo él, con un gesto tranquilizador.
Ella negó con la cabeza. Ni las CliffNotes ni el Rincón del Vago podían ayudarla. Tenía que hacerlo por su cuenta.
—_______, son las dos de la mañana. Ven a la cama. —El tono de Tom se había vuelto autoritario.
—Tengo que leer.
—Si duermes ahora, luego te echaré una mano. Te acompañaré a la biblioteca y te ayudaré a buscar información. Eso te haría ganar tiempo.
—¿De verdad harías eso? —______ se sonó la nariz.
Él frunció el cejo.
—Por supuesto. Llevo todo el semestre ofreciéndome a ayudarte. Eres tú la que no me dejas.
—Ya tienes bastante con tu trabajo. Y con la operación y todo lo demás. —______ bostezó y se frotó los ojos.
—Si no te cuidas, vas a acabar enferma. Venga. —Agarrándola por el codo, la ayudó a levantarse antes de cerrar el portátil con firmeza.
La siguió por el pasillo.
—Estoy tan cansada... —admitió ella, sorbiendo por la nariz al apoyar la cabeza en la almohada.
Estaba demasiado cansada hasta para dormir.
—Sólo tienes que pedírmelo. Haría cualquier cosa por ti. Ya lo sabes —le dijo Tom.
—Se supone que tengo que hacerlo sola.
—Tonterías. —La abrazó por la cintura—. El programa de estudios es extenuante. Seguro que los demás aprovechan toda la ayuda que pueden conseguir.
—A ti no te ayudó nadie.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Precisamente por eso acabé recurriendo a la coca. Además, tenía a Paulin... tenía a alguien que se ocupaba de mí.
Tom suspiró y bajó el tono de voz.
—Tú me cuidaste cuando volví a casa del hospital. Probablemente por eso te has retrasado en las lecturas. Déjame ayudarte hasta que te pongas al día. Pero lo más importante ahora es que duermas un rato. Mañana hablamos.
_______ estaba demasiado cansada para discutir. Poco después, su respiración profunda le dijo a Tom que se había dormido.

CAP 55.-
Ese sábado, ______ y Tom tenían previsto pasarlo en la biblioteca, buscando información para los trabajos de ella. Para demostrarle lo agradecida que estaba, le preparó tortitas mientras él leía el Boston Globe sentado a la mesa de la cocina, vestido sólo con los pantalones del pijama. Vertió la masa en la plancha caliente antes de decirle:
—Hay algo que me ronda por la cabeza.
—¿De qué se trata?
—No puedo evitar preguntarme qué decía la nota que me dejaste en el apartamento de Toronto.
Tom bajó el periódico.
—¿Qué nota?
—La que no sobrevivió a mi berrinche.
—Ah, esa nota.
_______ puso los ojos en blanco. Él dobló el periódico y lo dejó a un lado.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Por supuesto.
—Pero la rompiste.
Ella hizo una mueca.
—Pensaba que me habías perdonado.
—Te perdoné. —Tom sonrió—. Era una simple nota. Me disculpaba por haber sido un asno.
—Fue un detalle por tu parte. ¿Qué decía exactamente?
—Te llamaba mi Beatriz y te decía que te había esperado toda la vida, aunque estaba convencido de que eras una alucinación. Te decía también que ahora que te había encontrado, lucharía hasta que fueras mía.
______ sonrió mientras le daba la vuelta a las tortitas.
—Y tal vez añadí un poema.
Ella se volvió a mirarlo.
—¿Tal vez?
—El soneto número veintinueve de Shakespeare. ¿Lo conoces?
A veces en desgracia ante el oro y los hombres,
lloro mi soledad y mi triste abandono
y turbo el sordo cielo con mi estéril lamento,
y viéndome a mí mismo, maldigo mi destino.
Envidio al semejante más rico de esperanzas
y sus bellas facciones y sus buenos amigos.
envidio a éste el talento y al otro su poder
y con lo que más gozo no me siento contento.
Ante estos pensamientos yo mismo me desprecio.
Felizmente, te evoco y entonces mi natura,
como la alondra al alba, cantando toma altura
para entonar sus himnos a las puertas del Cielo.
Me da sólo evocarte, dulce amor, tal riqueza,
que entonces ya no cambio mi estado por un Reino.
_____ se llevó la mano al corazón.
—Es precioso, Tom. Gracias.
—Lo que es precioso es no tener que contentarme con recuerdos. Te tengo a mi lado.
______ apagó el fuego y retiró la parrilla bruscamente.
—¿Qué haces? —preguntó él, sorprendido.
______ lanzó la espátula sobre la encimera.
—Vamos a inaugurar el sexo de revelación de contenido de nota rota. Llevo toda la vida queriendo probarlo. —Agarrándolo de la mano, hizo que se levantara de la mesa y tiró de él en dirección al salón—. Vamos.
Él plantó los pies firmemente en el suelo.
—¿Qué clase de sexo es ése?
—Ya lo verás. —Con una descarada mirada, echó a correr hacia la escalera, con Tom pisándole los talones.

Tras un largo día de investigación en la biblioteca, Tom y ______ regresaron a casa. Hacía rato que había anochecido. Mientras ella encargaba una pizza por teléfono, él revisó el correo. Le llamó la atención un sobre color azul con su nombre escrito en una letra angulosa que no le resultaba familiar. El remitente era de Nueva York.
Intrigado, lo abrió y leyó la carta:

Querido Tom: (si puedo llamarte así)
Recientemente se ha puesto en contacto conmigo Michael Wasserstein, el abogado de la familia, diciéndome que has estado haciendo preguntas sobre nuestro padre, Jorg Davies. Me dijo que querías saber más cosas sobre la historia de la familia. Me llamo Kelly Davies Schultz y soy tu hermanastra. Tenemos una hermana menor, Audrey. Siempre quise tener un hermano. Te lo digo porque lamenté mucho la actitud de mi madre y de mi hermana respecto al testamento. Yo no tuve nada que ver en su decisión de impugnarlo. Quise
escribirte entonces para contártelo, pero mi madre estaba pasando un mal momento y pensé que no lo entendería. Me equivoqué al no hacerlo.
Mi madre murió la pasada primavera y desde entonces he pensado a menudo en ti. Quería ponerme en contacto contigo, pero tenía dudas. Ha sido providencial que dieras señales de vida cuando lo has hecho. Michael me ha dicho que vives en Massachusetts, que eres profesor universitario y que te has casado hace poco. Me preguntaba si a tu esposa y a ti os apetecería venir a Nueva York para
conocernos a mi marido Jonathan y a mí. Nos encantaría invitaros a cenar. Eso nos daría la oportunidad de conocernos mejor. Dudo que Audrey se ponga en contacto contigo por razones que prefiero contarte en persona. Pero estoy deseando conocerte y contarte todo lo que sé de la historia de la familia.
En el sobre encontrarás mi tarjeta de visita. Te he anotado el teléfono y el correo electrónico. Aunque en la tarjeta veas que soy psiquiatra, no te alarmes. No suelo practicar con la familia. Además, soy especialista en psiquiatría infantil. Así que, aunque aún eres muy joven, eres demasiado mayor para ser mi paciente. Espero tus noticias y espero que podamos conocernos pronto. No dudes en llamarme o escribirme.
Tu hermana,
Kelly


Tom se sentó en una silla y se quedó inmóvil, mirando fijamente la carta.