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sábado, 18 de octubre de 2014

.- LA REDENCION DE TOM .- CAPITULOS 70º 71º Y 72

CAP 70.-
1 de enero de 2012
Stowe, Vermont

De madrugada, Paul estaba sentado con Allison junto a la chimenea de un chalet de montaña. Heather y Chris se habían retirado a su dormitorio tras celebrar la llegada del Año Nuevo, dejándolos a ellos dos tomando cerveza en silencio, aunque era un silencio cómodo.
Estaban sentados en el suelo. Allison miraba a Paul con una expresión inescrutable en su bonita cara.
—¿Te acuerdas de nuestra primera vez?
Él dio tal brinco que la cerveza casi le salió despedida de la boca.
—¿Qué? —preguntó tosiendo—. ¿Por qué me preguntas eso?
Ella apartó la vista, avergonzada.
—Sólo me preguntaba si en alguna ocasión pensabas en ello. Lo siento. No he debido sacar el tema.
Paul empezó a arrancar la etiqueta de la botella, mientras esperaba que el corazón le volviera a latir.
—¿Y tú piensas mucho en ello? ¿En nuestra primera vez? —Paul quería mucho a Ali y no deseaba que se sintiera mal. No quería que se sintiera avergonzada de lo que habían compartido. Él, desde luego, no lo estaba.
—Hum, ¿tú no?
—Te recuerdo que fuiste tú la que rompió la relación. ¿Adónde vas con estas preguntas?
—Me preguntaba si en alguna ocasión piensas en mí... de esa manera.
—Por supuesto. Pero ¿qué pretendes? ¿Torturarme? Tuve que esforzarme para dejar de pensar en ti de esa manera, porque si no... —Apartó la vista, incómodo.
—Lo siento. —Allison se abrazó las piernas y apoyó la cara en las rodillas.
Sus miradas se cruzaron a la luz del fuego. Parecía tan perdida, tan triste.
Paul volvió la cabeza y clavó la vista en las llamas.
—¿En qué piensas? —le preguntó él, pasados unos minutos.
—En tu olor. En tu voz cuando me susurras al oído. En cómo me mirabas cuando... —Ali sonrió con timidez—. Ya nunca me miras así. Lo comprendo. Fue culpa mía y tengo que apechugar con las consecuencias.
—Tal vez no. Las cosas pasan por algo. —Paul mantuvo la mirada fija en el fuego.
—Tal vez. Pero ojalá pudiera dar marcha atrás. Ojalá no hubiera sido tan idiota.
—La relación a distancia era muy dura. Nos pasábamos el día discutiendo.
—Eran discusiones absurdas.
—Sí, lo eran.
—Lo siento.
Paul se volvió hacia ella.
—Deja de disculparte, ¿vale? Hiciste lo que pensabas que tenías que hacer. Lo superé. Fin de la historia.
—Eso es lo que más me duele —susurró ella.
—¿El qué?
—Que lo hayas superado.
Sus miradas volvieron a encontrarse y a Paul le pareció que ella tenía lágrimas en los ojos. Allison se los secó rápidamente.
—No me malinterpretes —siguió diciendo—. Guardo buenos recuerdos de aquella época. Recuerdos felices. Pero después de que rompiéramos y de que yo empezara a salir con otro, no podía dejar de pensar en ti.
—Saliste con un tipo llamado Dave, ¿no?
—Sí, trabajábamos juntos, pero ya no. Se mudó a Montpelier.
—No salisteis mucho tiempo.
Ella volvió a apoyar la cara en las rodillas.
—Era un tipo agradable, pero no tanto como tú.
—¿Te hizo daño? —preguntó Paul con cautela.
—No. Pero cuando nos acostábamos nunca me miraba. Siempre tenía los ojos cerrados. Yo no tenía la sensación de que estuviera realmente allí, conmigo. Me sentía como si fuera una chica que hubiera conocido esa noche, no su novia.
—Ali, yo...
Ella lo interrumpió:
— No podía evitar compararlo contigo. Por eso he sacado el tema de nuestra primera vez. Recuerdo tu insistencia en que nos conociéramos bien antes de acostarnos. Recuerdo la habitación de hotel que reservaste para la ocasión —dijo melancólica—. Siempre me hiciste sentir especial, incluso antes de que me dijeras que me querías.
—Eres especial.
Allison lo miró fijamente.
—¿Crees que podríamos retomar las cosas donde las dejamos?
—No.
Ella se encogió. Paul le cogió la mano.
—Todavía siento algo por ti, pero no estoy listo para embarcarme en una relación. Además, aunque lo estuviera, no podríamos retomar las cosas como si no hubiera pasado nada. Somos personas distintas.
—No pareces tan distinto.
—Lo soy, confía en mí.
Allison le apretó la mano.
—Nunca he confiado en nadie como confío en ti. —Hizo una pausa—. Antes estaba celosa de esa _______. De cómo pronunciabas su nombre. Porque era la manera en que solías pronunciar el mío. Pero sé que fui yo la que rompió la relación, así que no puedo quejarme de que te enamoraras de otra persona. No habría abierto la boca si las cosas hubieran salido bien entre vosotros. Pero no ha sido así.
Paul bebió un sorbo de cerveza y negó con la cabeza.

El 2 de enero, Paul se marchó para asistir a la convención anual de la Asociación de Idiomas Modernos que se celebraba en Seattle. Todas las entrevistas que había concertado tendrían lugar durante el encuentro.
Allison lo llevó en coche al aeropuerto de Burlington. Antes de que se bajara del coche, le dio un paquete.
—Son unas galletas de chocolate que te he preparado. Y puede que también haya un libro.
Él le dio las gracias con una sonrisa.
—¿Qué libro es?
Sentido y sensibilidad.
Paul la miró extrañado.
—¿Por qué me regalas este libro?
—Pensé que era adecuado.
—Gracias. Supongo.
—De nada. Te echaré a faltar.
—Yo también. Ven aquí.
Le dio un cálido abrazo. Ella se apartó un poco para darle un suave pero insistente beso en los labios. Se quedó sorprendida pero encantada al ver que él no sólo no se apartaba, sino que profundizaba su conexión.
—Pronto estaré de vuelta —dijo Paul, cuando finalmente dejaron de besarse.
Ella le dirigió una sonrisa esperanzada, saludándolo con la mano hasta que desapareció en la terminal.

CAP 71.-
10 de enero de 2012
Nueva York

Christa Peterson entró tranquilamente en el Departamento de Italiano de la Universidad de Columbia. Había pasado unas agradables vacaciones de Navidad en casa de sus padres, en Toronto. Había conocido a alguien con quien había vivido una breve aventura. Y ahora estaba ansiosa por retomar sus estudios para lograr su objetivo de convertirse en especialista en Dante. Vació el casillero y se sentó en una silla cercana para revisar el correo. La mayoría era propaganda, pero entre los folletos encontró una carta mecanografiada. La leyó rápidamente. Anunciaban la llegada de tres especialistas en Dante que visitarían el departamento a lo largo de las dos semanas siguientes. Los tres eran candidatos a ocupar la plaza vacante de profesor. Christa leyó los nombres dos veces antes de relajarse en la silla. Sonrió. Pero no por los nombres que aparecían. Lo hizo por un nombre que no aparecía. Al parecer, su plan para vengarse del profesor Giuseppe Pacciani empezaba a dar sus frutos.
Con esa deliciosa idea en la cabeza, guardó la carta, tiró la propaganda a la papelera y estaba a punto de salir de la oficina del departamento, cuando la profesora Barini la detuvo.
—Señorita Peterson, tengo que hablar con usted.
—Por supuesto. —La siguió obedientemente a su despacho.
La profesora Barini se aseguró de dejar la puerta abierta antes de sentarse a la mesa.
—Quería darle las gracias por seguir mi consejo sobre el profesor Pacciani. Acabo de ver que no está en la lista de los candidatos. —Christa no se molestó en disimular lo exultante que se sentía.
Lucia ignoró el comentario, cogió la carpeta que tenía sobre la mesa y empezó a hojear los documentos que contenía. Luego miró a Christa por encima de las gafas.
—Tenemos un problema.
Ella frunció el cejo.
—¿Un problema? ¿Qué clase de problema?
—Se supone que tiene que elegir a los tres profesores que deben constituir el comité para el examen oral, pero el claustro de profesores me ha informado que nadie quiere formar parte de su comité.
—¿Qué? —La chica abrió mucho los ojos.
—Nunca me había encontrado con un caso parecido. Como catedrática, no puedo obligarlos a hacerlo contra su voluntad. Pero, aunque pudiera, no lo haría. Su falta de interés en participar indica que no creen que esté a la altura del programa.
Christa no se creía lo que estaba oyendo. Era inconcebible que todos los profesores del Departamento de Italiano se negaran a trabajar con ella. Ninguno le había dado muestras de antipatía. (Al menos, a la cara.)
—¿Qué significa esto?
La profesora suspiró.
—Por desgracia, significa que en mayo le daremos el diploma de asistencia al máster y que, si quiere continuar haciendo el doctorado, tendrá que ser en otro sitio.
—¡No pueden hacer eso!
Lucia cerró el expediente con un golpe de muñeca.
—Hay normas que rigen el funcionamiento de los cursos de posgrado. Según las de esta facultad, su trabajo no está al nivel esperado.
—Pero ¡esto es intolerable! —balbuceó Christa, indignada—. He hecho todos los trabajos. He sacado notas decentes. Nadie me ha hecho ninguna crítica. ¡No pueden echarme así, por capricho!
—En Columbia no hacemos nada por capricho, señorita Peterson. Tenemos un estándar. Es verdad que ha aprobado los trabajos escritos, pero le falta el examen oral. Y, como le he dicho, nadie está dispuesto a formar parte del comité examinador. Y eso implica que no podrá completar el programa.
Christa miró a su alrededor como si buscara una salida a su problema.
—Deje que hable con ellos. Iré a hablar con los profesores y les expondré el problema.
Lucia negó con la cabeza.
—No puedo permitirlo. El claustro ha incorporado una nota a su expediente. Si se acerca a cualquier profesor, lo considerarán acoso.
La joven frunció el cejo ante lo que implicaban esas palabras.
—Es ridículo. No voy a acosar a nadie.
La catedrática la miró fijamente y luego dijo:
—Tal vez no, pero no puedo permitir que vaya a hablar con ellos.
Christa sintió que el control que creía haber recuperado se le escurría entre los dedos.
(No se le ocurrió pensar que así debieron de sentirse el profesor Kaulitz y ______ cuando tuvieron que presentarse ante el comité disciplinario en Toronto.)
—Es demasiado tarde para matricularme en otra universidad. Esto arruinará mi carrera —se lamentó, con la barbilla temblorosa.
—No necesariamente. Hay universidades que admiten solicitudes hasta marzo. Mi secretaria puede ayudarla a buscar alguno de esos programas. O podría plantearse volver a Canadá.
—Pero yo quiero quedarme aquí. El profesor Martin me dijo...
—El profesor Martin no es el catedrático aquí, lo soy yo. —Lucia señaló la puerta con la cabeza —. Comprendo que esté decepcionada, pero tal vez en otra universidad tenga más éxito.
—Tiene que haber algo que pueda hacer. Por favor —imploró Christa, echándose hacia adelante en la silla.
—Puede ir a hablar con la decana si quiere, pero me temo que las normas de la universidad impiden que pueda obligar a los profesores a participar en un comité examinador específico. No creo que pueda ayudarla. —Volvió a señalar la puerta con la cabeza—. Mi secretaria la ayudará a encontrar otros programas de doctorado. Le deseo buena suerte.
Christa se la quedó mirando en silencio. Estaba en estado de shock. Mientras salía del despacho, recordó algo que el profesor Pacciani le había dicho en Oxford: «Ten cuidado, Cristina. No es buena idea ganarse la enemistad de la profesora Picton... Los departamentos de todo el mundo están llenos de admiradores suyos. ¡La catedrática de tu facultad en Columbia fue alumna suya!».
Le dio mucha rabia comprobar que, al final, Pacciani había tenido razón. Pero instantes después se le ocurrió la solución a su problema. Lo único que tenía que hacer era encontrar una universidad que estuviera fuera del área de influencia de la profesora Picton. Tendría que investigar a todos los profesores de todos los departamentos que ofrecían un programa de estudios de doctorado
especializado en Dante. Tenía días de duro trabajo por delante, sólo para encontrar un lugar donde poder seguir sus estudios.
(Entre paréntesis, debe decirse que el karma estaba servido.)

CAP 72.-
El miedo y la ansiedad no son fáciles de controlar, especialmente cuando asaltan a personas que llevan años luchando contra ambos. Cuando los Kaulitz volvieron a Cambridge, ambos concertaron citas urgentes con sus respectivos terapeutas.
La doctora Walters sugirió varias estrategias para que _______ superara la ansiedad a lo largo del embarazo. Insistió mucho en que tenía que aprender a pedir ayuda y a reconocer que la necesitaba, sin querer hacerlo todo ella sola.
El doctor Townsend escuchó pacientemente todas las dudas que Tom tenía sobre la salud de su esposa y sobre el bienestar de ésta y de su futuro hijo. En general, se mostró satisfecho por los avances realizados por Tom desde el verano.
Los Kaulitz también fueron a la consulta de la doctora Rubio, que confirmó el embarazo y estimó que la fecha probable de parto sería el 6 de septiembre. Concertaron las futuras visitas, incluidas las ecografías para el seguimiento de la evolución del bebé y de los fibromas uterinos. Informó a _______ sobre la dieta que debía seguir para asegurar su salud y la de su hijo. También le dijo que evitara el sexo oral por parte de su esposo.
—¿Cómo dice? —La voz del Profesor resonó en la pequeña consulta.
—La mujer no debe tener sexo oral durante el embarazo —repitió la doctora Rubio
enérgicamente.
—Eso es ridículo.
La mujer lo miró con frialdad.
—¿Dónde le dieron el título de obstetra, señor Kaulitz?
—Profesor Kaulitz, titulado por Harvard. ¿Dónde estudió usted, en una facultad contraria al sexo oral?
—Cariño —_______ le apoyó la mano en el brazo para calmarlo—, la doctora Rubio quiere lo mejor para nosotros y para el bebé. Para que estemos sanos.
—El cunnilingus es sano —replicó él con un resoplido—. Puedo demostrarlo.
La doctora Rubio maldijo en español.
—Si el aire entra en la vagina, puede causar una embolia que podría dañar al bebé. Le
recomiendo a todas mis pacientes que no practiquen sexo oral durante el embarazo. No lo hago para fastidiarlo a usted, profesor Kaulitz.
»Bien. Nos veremos en la próxima visita. Recuerde: nada de cafeína, de productos lácteos crudos, ni brie ni camembert, nada de alcohol, ni marisco, ni sushi, ni mantequilla de cacahuete y, desde luego, nada de sexo oral —añadió, mirando a Tom con reprobación.
—Acabaría antes diciendo «nada de placer». ¿Qué demonios puede tomar? —protestó él, malhumorado.
Con una risita incómoda, _______ aceptó la mano que él le ofrecía para ayudarla a levantarse.
—Estoy segura de que encontraremos algo. Gracias, doctora Rubio.
Al salir de la consulta fueron directos a una librería Barnes & Noble, donde compraron nada más y nada menos que tres libros sobre embarazo. En los tres se decía que no había ningún problema en practicar el cunnilingus durante el embarazo siempre y cuando no entrara aire en la vagina.
Luego, los Kaulitz volvieron a casa, donde el Profesor empezó a demostrar su teoría con hechos.

—Creo que lo mejor será que no me acompañes a la próxima revisión —comentó ______ una mañana mientras se vestía.
Era 21 de enero, su primer aniversario de boda. Rebecca (que estaba encantada ante la perspectiva de convertirse en niñera, aparte de las demás responsabilidades de la casa) había alquilado su casa de Norwood y se había trasladado a una de las habitaciones de invitados. A ______ le resultaba muy reconfortante su presencia, ya que ni ella ni Tom podían contar con sus madres para que les resolvieran las típicas dudas que surgen durante el embarazo.
—Te acompañaré a todas las revisiones. Rubio no me asusta. —Tom sonaba impaciente mientras se abrochaba los botones de la camisa—. Y, desde luego, no lo sabe todo.
______ no se molestó en discutir. Estaba ya casi de dos meses y empezaba a notar los efectos del embarazo. Los pechos le habían crecido y estaban muy sensibles. Estaba siempre agotada y varios olores le empezaban a molestar. Tuvo que pedirle a Tom que dejara de usar Aramis, porque no la soportaba. También había tenido
que deshacerse de sus productos con aroma a vainilla y cambiarlos por otros con olor a pomelo, que era uno de los pocos que podía tolerar.
Por otro lado, para alegría de Tom, tenía las hormonas tan revolucionadas que le apetecía practicar sexo varias veces al día. Y él estaba encantado de complacerla.
(Ya que en ese aspecto, como en tantos otros, era un consumado caballero.)
—¿Estás bien? —le preguntó él, cuando vio que su cara había adquirido un tinte verdoso.
Sin responder, ______ siguió con su lucha por abrocharse los vaqueros.
—Mira, Tom. Aún me valen.
Él se acercó y le dio un beso en la frente.
—Es fantástico, querida, pero pronto deberíamos ir a comprar ropa premamá.
—No quiero pasar mi aniversario yendo de compras.
—No tiene por qué ser hoy. Había pensado que podríamos dar un paseo por Copley Place antes de ir a registrarnos al Plaza para el fin de semana.
—De acuerdo —dijo ella en voz baja—. Suena bien.
Pero al llegar a la cocina, su estómago empezó a protestar. Miró el plato de huevos revueltos que había sobre la mesa, mientras Tom se servía unas lonchas de beicon.
Sintió un cosquilleo en la garganta.
—¿Por qué no empiezas con pan tostado? Ése era mi desayuno cada mañana cuando estaba embarazada. —Rebecca cogió la barra de pan y se dirigió a la tostadora.
—No me encuentro bien —admitió _______, cerrando los ojos.
—He comprado más gingerale. Siéntate y te traeré uno. —Rebecca dejó el pan y se dirigió a la nevera.
Antes de que _______ pudiera decir nada más, empezó a tener arcadas. Cubriéndose la boca con las manos, corrió hacia el baño más cercano.
Tom la siguió. El sonido de ella vomitando llegaba hasta el vestíbulo.
—¡Oh, cariño! —Tom se agachó a su lado y le sujetó el pelo.
______ estaba de rodillas, con la cara sobre la taza. Vomitó una y otra vez hasta que no le quedó nada en el estómago. Él le acariciaba la espalda con la otra mano. Cuando acabó, le alargó una toalla y un vaso de agua.
—Esto tiene que ser amor —murmuró ella, entre sorbo y sorbo de agua.
—¿El qué? —Tom se había sentado a su espalda, para que se apoyara en su pecho.
—Me has aguantado el pelo mientras vomitaba. Eso es que me quieres.
Él le apoyó la mano en el vientre con cautela.
—Si no recuerdo mal, tú también te ocupaste de mí cuando vomité. Y eso fue incluso antes de que me amaras.
—Siempre te he amado, Tom.
—Gracias. —Le besó la frente—. A este pequeñajo lo hemos hecho juntos. No vas a asustarme por unos pocos fluidos corporales.
—Ya te lo recordaré cuando rompa aguas.

Los Kaulitz pasaron unas cuantas horas paseando tranquilamente por Copley Place antes de ir en coche a cenar a un restaurante italiano situado en la zona norte.
Esa noche, en la suite del hotel Copley Plaza, ______ se desnudó dejando la ropa de cualquier manera en el suelo. Tom la miró de arriba abajo, fijándose en sus pechos, que estaban llenos como frutos maduros.
—Tu belleza siempre me deja sin aliento.
Ella se ruborizó.
—Tus cumplidos siempre logran sorprenderme.
—Tal vez no te los digo tan a menudo como debería. —Tras una pausa, añadió—: Ya no somos recién casados.
—No, ya no.
—Feliz aniversario, señora Kaulitz.
—Feliz aniversario, señor Kaulitz.
Del bolsillo de la chaqueta, Tom sacó una cajita azul con un diseño muy particular, atada con un lazo blanco satinado.
—Lo... lo siento, Tom —balbuceó ella—. Tengo una tarjeta, pero me he olvidado el regalo en casa. —Se frotó la frente—. Espero que el embarazo no me esté afectando ya a la memoria.
—¿El embarazo afecta a la memoria?
—La doctora Rubio dice que es normal que las embarazadas sufran problemas de memoria reciente. Que se debe a las hormonas.
—No necesito que me hagas ningún regalo, pero te agradezco que pensaras en mí.
—Es una estrella de David y una cadena de plata. Sé que la única joya que llevas es ésta —dijo, señalando el anillo de casado—, pero pensé que tal vez te gustaría.
—Por supuesto. La llevaré siempre. Gracias, _______, es un regalo precioso.
—Siento habérmelo olvidado. Yo tampoco necesito que me compres regalos, pero gracias. — Cogiendo la cajita que le ofrecía Tom, tiró de la cinta.
Al abrirla, encontró una larga cadena de platino de la que colgaba un diamante solitario. ______ alzó la vista, ladeando la cabeza.
—Hace juego con los pendientes de Grace —le aclaró él, situándose a su espalda y señalando el colgante.
—Es precioso. —_______ tocó la piedra mientras su marido le colocaba la cadena alrededor del cuello—. Gracias.
—Gracias a ti por soportarme —susurró él, dándole un beso en el punto donde el cuello se unía al hombro.
—No es ninguna tortura. Tenemos nuestros altibajos, como cualquier pareja.
Tom le cogió la mano.
—Pues tendremos que asegurarnos de que los altos sean más abundantes que los bajos.

Después de pasar un buen rato haciendo el amor, se acurrucaron muy juntos en la cama. ______ se acarició el diamante que colgaba sobre sus generosos pechos.
—¿Estás asustado?
—Aterrorizado —respondió él, sonriendo.
—Entonces, ¿por qué sonríes?
—Porque parte de mí está creciendo en tu interior. Tengo la suerte de poder ver a mi preciosa esposa embarazada de mi hijo.
—Dentro de unos meses seremos una familia.
—Ya somos una familia. —Tom le acarició el pelo—. ¿Cómo te encuentras?
—Cansada. Casi me dormí en uno de los seminarios esta semana. Por las tardes me cuesta mucho mantenerme despierta sin cafeína.
Él la miró con preocupación.
—Tienes que descansar más. Tal vez podrías ir a casa a dormir la siesta antes de los seminarios de la tarde.
______ bostezó.
—Me encantaría, pero no me da tiempo. Tendré que empezar a acostarme más temprano. Lo que significa que se nos va a juntar el sexo con la cena.
—Y vuelta a empezar —murmuró él.
—Ni se te ocurra. —Juguetona, _______ le dio un empujón.
Tom aprovechó para agarrarle la muñeca y tiró de ella hasta unir sus labios.
—Espero que sea una niña.
Ella lo miró sorprendida.
—¿Por qué?
—Quiero malcriarla, como a ti. Un angelito de ojos castaños.
—Por cierto, quería comentarte una cosa. Hasta que no sepamos el sexo del bebé, no quiero que usemos siempre el pronombre masculino. Ya sé que el masculino se usa en sentido general, pero no me siento cómoda.
—Me gusta cuando hablas de géneros y pronombres. Es sexy. —Tom la besó—. Pues la llamaré la niña o el bebé. ¿Te parece bien?
—¿Por qué estás tan seguro de que será una niña? Yo creo que será un niño.
—No, es una niña. Tendremos que buscarle un nombre adecuado.
—¿Como cuál? ¿Beatriz?
—No —respondió Tom suavemente—. Para mí sólo hay una Beatriz. Podríamos llamarla Grace.
______ permaneció en silencio, pensativa.
—No quiero decidirlo todavía, aunque me parece una buena idea. Sin embargo, creo que será un niño. De momento, podemos llamarlo Ralph.
—¿Ralph? ¿Por qué Ralph?
—Es un buen apodo, sirve para todo. Habría elegido Cacahuete, pero ya lo usamos con Jonhy.
Él se echó a reír.
—Tu mente es fascinante. Pero ahora a descansar, mami. Se hará de día en seguida.
Tras darle un beso en la frente, apagó la luz y se dispuso a dormir abrazado a su esposa.

Varias horas después, Tom se despertó al notar una mano que le acariciaba el pecho desnudo.
—¿Cariño? —preguntó adormilado.
—Siento haberte despertado.
Sintió que los labios de ______ le recorrían los pectorales y el cuello.
—¿No puedes dormir?
—No.
La mano de _______ le acarició los abdominales y siguió descendiendo. Cuando lo besó en los labios, él respondió con fogosidad. El sueño se desvanecía rápidamente con cada nueva caricia.
—Tienes algo que necesito.
—¿Estás segura? —Tom le agarró la muñeca, haciendo que dejara de acariciarlo.
Ella dudó.
—________.
—Siento haberte despertado, pero necesito sexo. Ahora mismo.
—¿Ahora mismo?
—Ya. Por favor.
Él la soltó y echó el edredón a un lado.
—Haz conmigo lo que quieras.
Sin dudarlo un segundo, ______ se montó sobre sus caderas. Su marido levantó las manos y le sujetó los pechos mientras ella se inclinaba para besarlo.
—Invítame a entrar —murmuró Tom, alzando las caderas.
—¿De verdad necesitas invitación?
Él la miró a los ojos, que brillaban de excitación.
—Podría pasar el resto de mi vida dentro de ti y moriría feliz. Eres mi hogar.
______ se quedó inmóvil al ver la vulnerabilidad que había aparecido en el rostro de su marido. Levantando las manos, se cubrió los pechos con ellas por encima de las manos de Tom.
—Vas a hacerme llorar y no necesito ayuda. Ya estoy bastante blanda.
—No, nada de lágrimas. —Le apretó los pechos con más fuerza.
—Entonces, entra —susurró ella, alineando sus caderas con las de él.
Tom la penetró muy lentamente.
—Estoy en casa —murmuró.
_______ dejó de luchar contra las lágrimas y las dejó caer libremente.
—Te quiero tanto...
Él respondió lamiéndole y succionándole los pechos, provocándola y excitándola. Poco después, ambos estaban sofocados, con la piel brillante de sudor.
—¿Te gusta? —preguntó Tom, apretando los dientes y sujetándola con fuerza por las caderas.
Ella tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Al ver que no respondía, él le acarició la mejilla.
—¿_______?
Ella parpadeó.
—Sí. Me gusta —dijo jadeando—. Me gusta mucho.
Las grandes manos de Tom la empujaron a acelerar el ritmo.
—Más rápido.

_______ respondió elevándose sobre sus caderas y dejándose caer con fuerza una y otra vez, hasta que los dos se derrumbaron en brazos del otro.


HOLA!!! UNA DISCULPA POR AGREGAR HASTA AHORA PERO NO EH TENIDO TIEMPO, LO SIENTO ENSERIO, YA ESTOY EN EL ULTIMO AÑO DE CARRERA UNIVERSITARIA Y NOS ESTAN DEJANDO UN FREGADERO DE TAREA ... ASI QUE DISCULPENME ... BUENO AQUI STAN LOS 3 CAPS ... YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... ADIOS Y BUENAS NOCHES :))

5 comentarios:

  1. Me encantoooo jajaja (Tn) y Tom son unos picarones pero eso es normal en un embarazo ya me imagino cuando (Tn) tenga la pansa grandota jeje y Tom feliz, espero los próximos caps!!!! te entiendo virgi tranquila espero q salgas bien!!!

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  2. Aww que bello tom
    Ojala todo marche bien con el bebe :)
    Sube pronto :)

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  3. Ahor pues Cristaa..!! Toma por perra..

    Tom haciendo berrinche por no poder hacer sexo oral a su esposaa ..

    Siguelaa :)

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  4. Hermosisimo capi *-* lo eh amado ya quiero seguir leyendo el avance del embarazo de los Kaulitz ojala y Rachel pueda quedar tamboen embarazada pronto y que paul ya se mejore con su amor ui siguela me encanta y dale full a tu carrera para que todo te salga genial ;)

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