CAP
70.-
1
de enero de 2012
Stowe,
Vermont
De madrugada, Paul estaba
sentado con Allison junto a la chimenea de un chalet de montaña. Heather y
Chris se habían retirado a su dormitorio tras celebrar la llegada del Año
Nuevo, dejándolos a ellos dos tomando cerveza en silencio, aunque era un
silencio cómodo.
Estaban sentados en el
suelo. Allison miraba a Paul con una expresión inescrutable en su bonita cara.
—¿Te acuerdas de nuestra
primera vez?
Él dio tal brinco que la
cerveza casi le salió despedida de la boca.
—¿Qué? —preguntó
tosiendo—. ¿Por qué me preguntas eso?
Ella apartó la vista,
avergonzada.
—Sólo me preguntaba si en
alguna ocasión pensabas en ello. Lo siento. No he debido sacar el tema.
Paul empezó a arrancar la
etiqueta de la botella, mientras esperaba que el corazón le volviera a latir.
—¿Y tú piensas mucho en
ello? ¿En nuestra primera vez? —Paul quería mucho a Ali y no deseaba que se
sintiera mal. No quería que se sintiera avergonzada de lo que habían
compartido. Él, desde luego, no lo estaba.
—Hum, ¿tú no?
—Te recuerdo que fuiste
tú la que rompió la relación. ¿Adónde vas con estas preguntas?
—Me preguntaba si en
alguna ocasión piensas en mí... de esa manera.
—Por supuesto. Pero ¿qué
pretendes? ¿Torturarme? Tuve que esforzarme para dejar de pensar en ti de esa
manera, porque si no... —Apartó la vista, incómodo.
—Lo siento. —Allison se
abrazó las piernas y apoyó la cara en las rodillas.
Sus miradas se cruzaron a
la luz del fuego. Parecía tan perdida, tan triste.
Paul volvió la cabeza y
clavó la vista en las llamas.
—¿En qué piensas? —le
preguntó él, pasados unos minutos.
—En tu olor. En tu voz
cuando me susurras al oído. En cómo me mirabas cuando... —Ali sonrió con
timidez—. Ya nunca me miras así. Lo comprendo. Fue culpa mía y tengo que
apechugar con las consecuencias.
—Tal vez no. Las cosas
pasan por algo. —Paul mantuvo la mirada fija en el fuego.
—Tal vez. Pero ojalá
pudiera dar marcha atrás. Ojalá no hubiera sido tan idiota.
—La relación a distancia
era muy dura. Nos pasábamos el día discutiendo.
—Eran discusiones
absurdas.
—Sí, lo eran.
—Lo siento.
Paul se volvió hacia
ella.
—Deja de disculparte,
¿vale? Hiciste lo que pensabas que tenías que hacer. Lo superé. Fin de la historia.
—Eso es lo que más me
duele —susurró ella.
—¿El qué?
—Que lo hayas superado.
Sus miradas volvieron a
encontrarse y a Paul le pareció que ella tenía lágrimas en los ojos. Allison se
los secó rápidamente.
—No me malinterpretes
—siguió diciendo—. Guardo buenos recuerdos de aquella época. Recuerdos felices.
Pero después de que rompiéramos y de que yo empezara a salir con otro, no podía
dejar de pensar en ti.
—Saliste con un tipo
llamado Dave, ¿no?
—Sí, trabajábamos juntos,
pero ya no. Se mudó a Montpelier.
—No salisteis mucho
tiempo.
Ella volvió a apoyar la
cara en las rodillas.
—Era un tipo agradable,
pero no tanto como tú.
—¿Te hizo daño? —preguntó
Paul con cautela.
—No. Pero cuando nos
acostábamos nunca me miraba. Siempre tenía los ojos cerrados. Yo no tenía la
sensación de que estuviera realmente allí, conmigo. Me sentía como si fuera una
chica que hubiera conocido esa noche, no su novia.
—Ali, yo...
Ella lo interrumpió:
— No podía evitar
compararlo contigo. Por eso he sacado el tema de nuestra primera vez. Recuerdo
tu insistencia en que nos conociéramos bien antes de acostarnos. Recuerdo la
habitación de hotel que reservaste para la ocasión —dijo melancólica—. Siempre
me hiciste sentir especial, incluso antes de que me dijeras que me querías.
—Eres especial.
Allison lo miró
fijamente.
—¿Crees que podríamos
retomar las cosas donde las dejamos?
—No.
Ella se encogió. Paul le
cogió la mano.
—Todavía siento algo por
ti, pero no estoy listo para embarcarme en una relación. Además, aunque lo
estuviera, no podríamos retomar las cosas como si no hubiera pasado nada. Somos
personas distintas.
—No pareces tan distinto.
—Lo soy, confía en mí.
Allison le apretó la
mano.
—Nunca he confiado en
nadie como confío en ti. —Hizo una pausa—. Antes estaba celosa de esa _______.
De cómo pronunciabas su nombre. Porque era la manera en que solías pronunciar
el mío. Pero sé que fui yo la que rompió la relación, así que no puedo quejarme
de que te enamoraras de otra persona. No habría abierto la boca si las cosas
hubieran salido bien entre vosotros. Pero no ha sido así.
Paul bebió un sorbo de
cerveza y negó con la cabeza.
El 2 de enero, Paul se
marchó para asistir a la convención anual de la Asociación de Idiomas Modernos
que se celebraba en Seattle. Todas las entrevistas que había concertado tendrían
lugar durante el encuentro.
Allison lo llevó en coche
al aeropuerto de Burlington. Antes de que se bajara del coche, le dio un paquete.
—Son unas galletas de
chocolate que te he preparado. Y puede que también haya un libro.
Él le dio las gracias con
una sonrisa.
—¿Qué libro es?
—Sentido
y sensibilidad.
Paul la miró extrañado.
—¿Por qué me regalas este
libro?
—Pensé que era adecuado.
—Gracias. Supongo.
—De nada. Te echaré a
faltar.
—Yo también. Ven aquí.
Le dio un cálido abrazo. Ella
se apartó un poco para darle un suave pero insistente beso en los labios. Se quedó
sorprendida pero encantada al ver que él no sólo no se apartaba, sino que
profundizaba su conexión.
—Pronto estaré de vuelta
—dijo Paul, cuando finalmente dejaron de besarse.
Ella le dirigió una
sonrisa esperanzada, saludándolo con la mano hasta que desapareció en la terminal.
CAP
71.-
10 de enero de 2012
Nueva York
Christa Peterson entró
tranquilamente en el Departamento de Italiano de la Universidad de Columbia. Había
pasado unas agradables vacaciones de Navidad en casa de sus padres, en Toronto.
Había conocido a alguien con quien había vivido una breve aventura. Y ahora
estaba ansiosa por retomar sus estudios para lograr su objetivo de convertirse
en especialista en Dante. Vació el casillero y se sentó en una silla cercana
para revisar el correo. La mayoría era propaganda, pero entre los folletos
encontró una carta mecanografiada. La leyó rápidamente. Anunciaban la llegada
de tres especialistas en Dante que visitarían el departamento a lo largo de las
dos semanas siguientes. Los tres eran candidatos a ocupar la plaza vacante de
profesor. Christa leyó los nombres dos veces antes de relajarse en la silla. Sonrió.
Pero no por los nombres que aparecían. Lo hizo por un nombre que no aparecía.
Al parecer, su plan para vengarse del profesor Giuseppe Pacciani empezaba a dar
sus frutos.
Con esa deliciosa idea en
la cabeza, guardó la carta, tiró la propaganda a la papelera y estaba a punto
de salir de la oficina del departamento, cuando la profesora Barini la detuvo.
—Señorita Peterson, tengo
que hablar con usted.
—Por supuesto. —La siguió
obedientemente a su despacho.
La profesora Barini se
aseguró de dejar la puerta abierta antes de sentarse a la mesa.
—Quería darle las gracias
por seguir mi consejo sobre el profesor Pacciani. Acabo de ver que no está en
la lista de los candidatos. —Christa no se molestó en disimular lo exultante
que se sentía.
Lucia ignoró el
comentario, cogió la carpeta que tenía sobre la mesa y empezó a hojear los documentos
que contenía. Luego miró a Christa por encima de las gafas.
—Tenemos un problema.
Ella frunció el cejo.
—¿Un problema? ¿Qué clase
de problema?
—Se supone que tiene que
elegir a los tres profesores que deben constituir el comité para el examen
oral, pero el claustro de profesores me ha informado que nadie quiere formar
parte de su comité.
—¿Qué? —La chica abrió
mucho los ojos.
—Nunca me había
encontrado con un caso parecido. Como catedrática, no puedo obligarlos a hacerlo
contra su voluntad. Pero, aunque pudiera, no lo haría. Su falta de interés en
participar indica que no creen que esté a la altura del programa.
Christa no se creía lo
que estaba oyendo. Era inconcebible que todos los profesores del Departamento
de Italiano se negaran a trabajar con ella. Ninguno le había dado muestras de
antipatía. (Al menos, a la cara.)
—¿Qué significa esto?
La profesora suspiró.
—Por desgracia, significa
que en mayo le daremos el diploma de asistencia al máster y que, si quiere
continuar haciendo el doctorado, tendrá que ser en otro sitio.
—¡No pueden hacer eso!
Lucia cerró el expediente
con un golpe de muñeca.
—Hay normas que rigen el
funcionamiento de los cursos de posgrado. Según las de esta facultad, su
trabajo no está al nivel esperado.
—Pero ¡esto es
intolerable! —balbuceó Christa, indignada—. He hecho todos los trabajos. He sacado
notas decentes. Nadie me ha hecho ninguna crítica. ¡No pueden echarme así, por
capricho!
—En Columbia no hacemos
nada por capricho, señorita Peterson. Tenemos un estándar. Es verdad que ha
aprobado los trabajos escritos, pero le falta el examen oral. Y, como le he
dicho, nadie está dispuesto a formar parte del comité examinador. Y eso implica
que no podrá completar el programa.
Christa miró a su
alrededor como si buscara una salida a su problema.
—Deje que hable con
ellos. Iré a hablar con los profesores y les expondré el problema.
Lucia negó con la cabeza.
—No puedo permitirlo. El
claustro ha incorporado una nota a su expediente. Si se acerca a cualquier
profesor, lo considerarán acoso.
La joven frunció el cejo
ante lo que implicaban esas palabras.
—Es ridículo. No voy a
acosar a nadie.
La catedrática la miró
fijamente y luego dijo:
—Tal vez no, pero no
puedo permitir que vaya a hablar con ellos.
Christa sintió que el
control que creía haber recuperado se le escurría entre los dedos.
(No se le ocurrió pensar
que así debieron de sentirse el profesor Kaulitz y ______ cuando tuvieron que
presentarse ante el comité disciplinario en Toronto.)
—Es demasiado tarde para
matricularme en otra universidad. Esto arruinará mi carrera —se lamentó, con la
barbilla temblorosa.
—No necesariamente. Hay
universidades que admiten solicitudes hasta marzo. Mi secretaria puede ayudarla
a buscar alguno de esos programas. O podría plantearse volver a Canadá.
—Pero yo quiero quedarme
aquí. El profesor Martin me dijo...
—El profesor Martin no es
el catedrático aquí, lo soy yo. —Lucia señaló la puerta con la cabeza —.
Comprendo que esté decepcionada, pero tal vez en otra universidad tenga más
éxito.
—Tiene que haber algo que
pueda hacer. Por favor —imploró Christa, echándose hacia adelante en la silla.
—Puede ir a hablar con la
decana si quiere, pero me temo que las normas de la universidad impiden que
pueda obligar a los profesores a participar en un comité examinador específico.
No creo que pueda ayudarla. —Volvió a señalar la puerta con la cabeza—. Mi secretaria
la ayudará a encontrar otros programas de doctorado. Le deseo buena suerte.
Christa se la quedó
mirando en silencio. Estaba en estado de shock. Mientras salía del despacho, recordó
algo que el profesor Pacciani le había dicho en Oxford: «Ten cuidado, Cristina.
No es buena idea ganarse la enemistad de la profesora Picton... Los
departamentos de todo el mundo están llenos de admiradores suyos. ¡La
catedrática de tu facultad en Columbia fue alumna suya!».
Le dio mucha rabia comprobar
que, al final, Pacciani había tenido razón. Pero instantes después se le
ocurrió la solución a su problema. Lo único que tenía que hacer era encontrar
una universidad que estuviera fuera del área de influencia de la profesora
Picton. Tendría que investigar a todos los profesores de todos los
departamentos que ofrecían un programa de estudios de doctorado
especializado en Dante. Tenía
días de duro trabajo por delante, sólo para encontrar un lugar donde poder
seguir sus estudios.
(Entre paréntesis, debe
decirse que el karma estaba servido.)
CAP
72.-
El miedo y la ansiedad no
son fáciles de controlar, especialmente cuando asaltan a personas que llevan años
luchando contra ambos. Cuando los Kaulitz volvieron a Cambridge, ambos
concertaron citas urgentes con sus respectivos terapeutas.
La doctora Walters
sugirió varias estrategias para que _______ superara la ansiedad a lo largo del
embarazo. Insistió mucho en que tenía que aprender a pedir ayuda y a reconocer
que la necesitaba, sin querer hacerlo todo ella sola.
El doctor Townsend
escuchó pacientemente todas las dudas que Tom tenía sobre la salud de su esposa
y sobre el bienestar de ésta y de su futuro hijo. En general, se mostró
satisfecho por los avances realizados por Tom desde el verano.
Los Kaulitz también
fueron a la consulta de la doctora Rubio, que confirmó el embarazo y estimó que
la fecha probable de parto sería el 6 de septiembre. Concertaron las futuras
visitas, incluidas las ecografías para el seguimiento de la evolución del bebé
y de los fibromas uterinos. Informó a _______ sobre la dieta que debía seguir
para asegurar su salud y la de su hijo. También le dijo que evitara el sexo
oral por parte de su esposo.
—¿Cómo dice? —La voz del
Profesor resonó en la pequeña consulta.
—La mujer no debe tener
sexo oral durante el embarazo —repitió la doctora Rubio
enérgicamente.
—Eso es ridículo.
La mujer lo miró con
frialdad.
—¿Dónde le dieron el
título de obstetra, señor Kaulitz?
—Profesor Kaulitz,
titulado por Harvard. ¿Dónde estudió usted, en una facultad contraria al sexo
oral?
—Cariño —_______ le apoyó
la mano en el brazo para calmarlo—, la doctora Rubio quiere lo mejor para
nosotros y para el bebé. Para que estemos sanos.
—El cunnilingus es sano
—replicó él con un resoplido—. Puedo demostrarlo.
La doctora Rubio maldijo
en español.
—Si el aire entra en la
vagina, puede causar una embolia que podría dañar al bebé. Le
recomiendo a todas mis
pacientes que no practiquen sexo oral durante el embarazo. No lo hago para fastidiarlo
a usted, profesor Kaulitz.
»Bien. Nos veremos en la
próxima visita. Recuerde: nada de cafeína, de productos lácteos crudos, ni brie
ni camembert, nada de alcohol, ni marisco, ni sushi, ni mantequilla de
cacahuete y, desde luego, nada de sexo oral —añadió, mirando a Tom con reprobación.
—Acabaría antes diciendo
«nada de placer». ¿Qué demonios puede tomar? —protestó él, malhumorado.
Con una risita incómoda, _______
aceptó la mano que él le ofrecía para ayudarla a levantarse.
—Estoy segura de que
encontraremos algo. Gracias, doctora Rubio.
Al salir de la consulta
fueron directos a una librería Barnes & Noble, donde compraron nada más y
nada menos que tres libros sobre embarazo. En los tres se decía que no había
ningún problema en practicar el cunnilingus durante el embarazo siempre y
cuando no entrara aire en la vagina.
Luego, los Kaulitz
volvieron a casa, donde el Profesor empezó a demostrar su teoría con hechos.
—Creo que lo mejor será
que no me acompañes a la próxima revisión —comentó ______ una mañana mientras
se vestía.
Era 21 de enero, su
primer aniversario de boda. Rebecca (que estaba encantada ante la perspectiva
de convertirse en niñera, aparte de las demás responsabilidades de la casa)
había alquilado su casa de Norwood y se había trasladado a una de las
habitaciones de invitados. A ______ le resultaba muy reconfortante su presencia,
ya que ni ella ni Tom podían contar con sus madres para que les resolvieran las
típicas dudas que surgen durante el embarazo.
—Te acompañaré a todas
las revisiones. Rubio no me asusta. —Tom sonaba impaciente mientras se
abrochaba los botones de la camisa—. Y, desde luego, no lo sabe todo.
______ no se molestó en
discutir. Estaba ya casi de dos meses y empezaba a notar los efectos del
embarazo. Los pechos le habían crecido y estaban muy sensibles. Estaba siempre
agotada y varios olores le empezaban a molestar. Tuvo que pedirle a Tom que
dejara de usar Aramis, porque no la soportaba. También había tenido
que deshacerse de sus
productos con aroma a vainilla y cambiarlos por otros con olor a pomelo, que era
uno de los pocos que podía tolerar.
Por otro lado, para
alegría de Tom, tenía las hormonas tan revolucionadas que le apetecía practicar
sexo varias veces al día. Y él estaba encantado de complacerla.
(Ya que en ese aspecto,
como en tantos otros, era un consumado caballero.)
—¿Estás bien? —le
preguntó él, cuando vio que su cara había adquirido un tinte verdoso.
Sin responder, ______
siguió con su lucha por abrocharse los vaqueros.
—Mira, Tom. Aún me valen.
Él se acercó y le dio un
beso en la frente.
—Es fantástico, querida,
pero pronto deberíamos ir a comprar ropa premamá.
—No quiero pasar mi
aniversario yendo de compras.
—No tiene por qué ser
hoy. Había pensado que podríamos dar un paseo por Copley Place antes de ir a
registrarnos al Plaza para el fin de semana.
—De acuerdo —dijo ella en
voz baja—. Suena bien.
Pero al llegar a la
cocina, su estómago empezó a protestar. Miró el plato de huevos revueltos que había
sobre la mesa, mientras Tom se servía unas lonchas de beicon.
Sintió un cosquilleo en
la garganta.
—¿Por qué no empiezas con
pan tostado? Ése era mi desayuno cada mañana cuando estaba embarazada. —Rebecca
cogió la barra de pan y se dirigió a la tostadora.
—No me encuentro bien
—admitió _______, cerrando los ojos.
—He comprado más
gingerale. Siéntate y te traeré uno. —Rebecca dejó el pan y se dirigió a la nevera.
Antes de que _______
pudiera decir nada más, empezó a tener arcadas. Cubriéndose la boca con las manos,
corrió hacia el baño más cercano.
Tom la siguió. El sonido
de ella vomitando llegaba hasta el vestíbulo.
—¡Oh, cariño! —Tom se
agachó a su lado y le sujetó el pelo.
______ estaba de
rodillas, con la cara sobre la taza. Vomitó una y otra vez hasta que no le
quedó nada en el estómago. Él le acariciaba la espalda con la otra mano. Cuando
acabó, le alargó una toalla y un vaso de agua.
—Esto tiene que ser amor
—murmuró ella, entre sorbo y sorbo de agua.
—¿El qué? —Tom se había
sentado a su espalda, para que se apoyara en su pecho.
—Me has aguantado el pelo
mientras vomitaba. Eso es que me quieres.
Él le apoyó la mano en el
vientre con cautela.
—Si no recuerdo mal, tú
también te ocupaste de mí cuando vomité. Y eso fue incluso antes de que me
amaras.
—Siempre te he amado, Tom.
—Gracias. —Le besó la
frente—. A este pequeñajo lo hemos hecho juntos. No vas a asustarme por unos
pocos fluidos corporales.
—Ya te lo recordaré
cuando rompa aguas.
Los Kaulitz pasaron unas
cuantas horas paseando tranquilamente por Copley Place antes de ir en coche a
cenar a un restaurante italiano situado en la zona norte.
Esa noche, en la suite
del hotel Copley Plaza, ______ se desnudó dejando la ropa de cualquier manera
en el suelo. Tom la miró de arriba abajo, fijándose en sus pechos, que estaban
llenos como frutos maduros.
—Tu belleza siempre me
deja sin aliento.
Ella se ruborizó.
—Tus cumplidos siempre
logran sorprenderme.
—Tal vez no te los digo
tan a menudo como debería. —Tras una pausa, añadió—: Ya no somos recién
casados.
—No, ya no.
—Feliz aniversario,
señora Kaulitz.
—Feliz aniversario, señor
Kaulitz.
Del bolsillo de la
chaqueta, Tom sacó una cajita azul con un diseño muy particular, atada con un
lazo blanco satinado.
—Lo... lo siento, Tom
—balbuceó ella—. Tengo una tarjeta, pero me he olvidado el regalo en casa. —Se
frotó la frente—. Espero que el embarazo no me esté afectando ya a la memoria.
—¿El embarazo afecta a la
memoria?
—La doctora Rubio dice
que es normal que las embarazadas sufran problemas de memoria reciente. Que se
debe a las hormonas.
—No necesito que me hagas
ningún regalo, pero te agradezco que pensaras en mí.
—Es una estrella de David
y una cadena de plata. Sé que la única joya que llevas es ésta —dijo, señalando
el anillo de casado—, pero pensé que tal vez te gustaría.
—Por supuesto. La llevaré
siempre. Gracias, _______, es un regalo precioso.
—Siento habérmelo
olvidado. Yo tampoco necesito que me compres regalos, pero gracias. — Cogiendo la
cajita que le ofrecía Tom, tiró de la cinta.
Al abrirla, encontró una
larga cadena de platino de la que colgaba un diamante solitario. ______ alzó la
vista, ladeando la cabeza.
—Hace juego con los
pendientes de Grace —le aclaró él, situándose a su espalda y señalando el colgante.
—Es precioso. —_______
tocó la piedra mientras su marido le colocaba la cadena alrededor del cuello—.
Gracias.
—Gracias a ti por
soportarme —susurró él, dándole un beso en el punto donde el cuello se unía al hombro.
—No es ninguna tortura.
Tenemos nuestros altibajos, como cualquier pareja.
Tom le cogió la mano.
—Pues tendremos que
asegurarnos de que los altos sean más abundantes que los bajos.
Después de pasar un buen
rato haciendo el amor, se acurrucaron muy juntos en la cama. ______ se acarició
el diamante que colgaba sobre sus generosos pechos.
—¿Estás asustado?
—Aterrorizado —respondió
él, sonriendo.
—Entonces, ¿por qué
sonríes?
—Porque parte de mí está
creciendo en tu interior. Tengo la suerte de poder ver a mi preciosa esposa
embarazada de mi hijo.
—Dentro de unos meses
seremos una familia.
—Ya somos una familia. —Tom
le acarició el pelo—. ¿Cómo te encuentras?
—Cansada. Casi me dormí
en uno de los seminarios esta semana. Por las tardes me cuesta mucho mantenerme
despierta sin cafeína.
Él la miró con
preocupación.
—Tienes que descansar
más. Tal vez podrías ir a casa a dormir la siesta antes de los seminarios de la
tarde.
______ bostezó.
—Me encantaría, pero no
me da tiempo. Tendré que empezar a acostarme más temprano. Lo que significa que
se nos va a juntar el sexo con la cena.
—Y vuelta a empezar
—murmuró él.
—Ni se te ocurra. —Juguetona,
_______ le dio un empujón.
Tom aprovechó para
agarrarle la muñeca y tiró de ella hasta unir sus labios.
—Espero que sea una niña.
Ella lo miró sorprendida.
—¿Por qué?
—Quiero malcriarla, como
a ti. Un angelito de ojos castaños.
—Por cierto, quería
comentarte una cosa. Hasta que no sepamos el sexo del bebé, no quiero que usemos
siempre el pronombre masculino. Ya sé que el masculino se usa en sentido
general, pero no me siento cómoda.
—Me gusta cuando hablas
de géneros y pronombres. Es sexy. —Tom la besó—. Pues la llamaré la niña o el
bebé. ¿Te parece bien?
—¿Por qué estás tan
seguro de que será una niña? Yo creo que será un niño.
—No, es una niña.
Tendremos que buscarle un nombre adecuado.
—¿Como cuál? ¿Beatriz?
—No —respondió Tom suavemente—.
Para mí sólo hay una Beatriz. Podríamos llamarla Grace.
______ permaneció en
silencio, pensativa.
—No quiero decidirlo
todavía, aunque me parece una buena idea. Sin embargo, creo que será un niño.
De momento, podemos llamarlo Ralph.
—¿Ralph? ¿Por qué Ralph?
—Es un buen apodo, sirve
para todo. Habría elegido Cacahuete, pero ya lo usamos con Jonhy.
Él se echó a reír.
—Tu mente es fascinante.
Pero ahora a descansar, mami. Se hará de día en seguida.
Tras darle un beso en la
frente, apagó la luz y se dispuso a dormir abrazado a su esposa.
Varias horas después, Tom
se despertó al notar una mano que le acariciaba el pecho desnudo.
—¿Cariño? —preguntó
adormilado.
—Siento haberte
despertado.
Sintió que los labios de ______
le recorrían los pectorales y el cuello.
—¿No puedes dormir?
—No.
La mano de _______ le
acarició los abdominales y siguió descendiendo. Cuando lo besó en los labios,
él respondió con fogosidad. El sueño se desvanecía rápidamente con cada nueva
caricia.
—Tienes algo que
necesito.
—¿Estás segura? —Tom le
agarró la muñeca, haciendo que dejara de acariciarlo.
Ella dudó.
—________.
—Siento haberte
despertado, pero necesito sexo. Ahora mismo.
—¿Ahora mismo?
—Ya. Por favor.
Él la soltó y echó el
edredón a un lado.
—Haz conmigo lo que
quieras.
Sin dudarlo un segundo, ______
se montó sobre sus caderas. Su marido levantó las manos y le sujetó los pechos
mientras ella se inclinaba para besarlo.
—Invítame a entrar —murmuró
Tom, alzando las caderas.
—¿De verdad necesitas
invitación?
Él la miró a los ojos,
que brillaban de excitación.
—Podría pasar el resto de
mi vida dentro de ti y moriría feliz. Eres mi hogar.
______ se quedó inmóvil
al ver la vulnerabilidad que había aparecido en el rostro de su marido. Levantando
las manos, se cubrió los pechos con ellas por encima de las manos de Tom.
—Vas a hacerme llorar y
no necesito ayuda. Ya estoy bastante blanda.
—No, nada de lágrimas.
—Le apretó los pechos con más fuerza.
—Entonces, entra —susurró
ella, alineando sus caderas con las de él.
Tom la penetró muy
lentamente.
—Estoy en casa —murmuró.
_______ dejó de luchar
contra las lágrimas y las dejó caer libremente.
—Te quiero tanto...
Él respondió lamiéndole y
succionándole los pechos, provocándola y excitándola. Poco después, ambos
estaban sofocados, con la piel brillante de sudor.
—¿Te gusta? —preguntó Tom,
apretando los dientes y sujetándola con fuerza por las caderas.
Ella tenía los ojos
cerrados y los labios entreabiertos. Al ver que no respondía, él le acarició la
mejilla.
—¿_______?
Ella parpadeó.
—Sí. Me gusta —dijo
jadeando—. Me gusta mucho.
Las grandes manos de Tom
la empujaron a acelerar el ritmo.
—Más rápido.
_______ respondió
elevándose sobre sus caderas y dejándose caer con fuerza una y otra vez, hasta que
los dos se derrumbaron en brazos del otro.
HOLA!!! UNA DISCULPA POR AGREGAR HASTA AHORA PERO NO EH TENIDO TIEMPO, LO SIENTO ENSERIO, YA ESTOY EN EL ULTIMO AÑO DE CARRERA UNIVERSITARIA Y NOS ESTAN DEJANDO UN FREGADERO DE TAREA ... ASI QUE DISCULPENME ... BUENO AQUI STAN LOS 3 CAPS ... YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... ADIOS Y BUENAS NOCHES :))
Me encantoooo jajaja (Tn) y Tom son unos picarones pero eso es normal en un embarazo ya me imagino cuando (Tn) tenga la pansa grandota jeje y Tom feliz, espero los próximos caps!!!! te entiendo virgi tranquila espero q salgas bien!!!
ResponderBorrarAww que bello tom
ResponderBorrarOjala todo marche bien con el bebe :)
Sube pronto :)
Ahor pues Cristaa..!! Toma por perra..
ResponderBorrarTom haciendo berrinche por no poder hacer sexo oral a su esposaa ..
Siguelaa :)
Hermosisimo capi *-* lo eh amado ya quiero seguir leyendo el avance del embarazo de los Kaulitz ojala y Rachel pueda quedar tamboen embarazada pronto y que paul ya se mejore con su amor ui siguela me encanta y dale full a tu carrera para que todo te salga genial ;)
ResponderBorrarPor que no subes..??
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