CAP
59.-
—Tom,
¿te llegan mis mensajes? Es la tercera vez que te llamo y me salta el buzón de
voz. »Esta mañana te he dejado un mensaje sobre la locomotora. Hay letras
grabadas en la parte de abajo. Una “J” y una “S”. No sé lo que significan. ¿Te
dicen algo? ¿Cómo sabías que estaban ahí? Nunca me había fijado. »Siento que
tengas que quedarte más días, pero lo entiendo. Espero que la reunión con tu
tía vaya
bien. »Estoy
en la biblioteca, acabando el último trabajo. Aquí no podemos usar el teléfono.
Mándame un mensaje y saldré otra vez para que podamos hablar. Te quiero. Y te
echo de menos.
_____ colgó con un
gruñido. En los mensajes que le había dejado, a Tom se lo oía cada vez más triste
y melancólico. Aunque sonara extraño, entre las gestiones de él y el empujón
final de ella para acabar los trabajos a tiempo, no habían logrado hablar desde
que Tom se marchó a Nueva York. Empezaba a preocuparse. Al menos, cuando
acabara aquel trabajo habría entregado todas las tareas de ese semestre. Y
podría empezar las vacaciones
de Navidad junto a Tom. Volvió a su sitio y empezó a teclear con entusiasmo.
—¿Qué opinión te merece
Giuseppe Pacciani de Florencia? —preguntó Lucia Barini, catedrática del
Departamento de Italiano de la Universidad de Columbia, mirando a Tom, que
estaba sentado frente al escritorio.
—No muy buena. Sé que ha
publicado algunos artículos además de su libro, pero nada relevante en mi
opinión. ¿Por qué lo preguntas?
—Uno de los profesores va
a jubilarse y él es uno de los candidatos a cubrir su puesto.
Él alzó las cejas.
—¿Ah, sí?
—Sin embargo, una
estudiante ha presentado quejas contra él. Las acusaciones son serias y se remontan
a la época en que fue alumna suya en Florencia. ¿La conoces? Es Christa
Peterson.
Tom hizo una mueca.
—Sí, la conozco.
—Me llegó algo de lo que
sucedió en Toronto. Me dijeron que fue ella la que inició los rumores y que es
la principal responsable de que ________ y tú ya no estéis allí.
—_______ fue admitida en
Harvard. Íbamos a casarnos y yo prefería vivir aquí —replicó él sin entonación.
Lucia sonrió.
—Por supuesto. Cuando
Jeremy me pidió que aceptara a Christa, no tenía ni idea de que iba a ser una
alumna tan problemática. Si lo hubiera sospechado, no lo habría hecho.
Recibimos muchas solicitudes y podemos elegir a estudiantes mejores que ella.
Tom permaneció sentado,
inmóvil como una estatua. Lucia se quitó las gafas.
—Me he dado cuenta de que
Christa es francamente conflictiva. Los líos la siguen allá donde va. Tuvo
problemas con Pacciani en Florencia; tuvo problemas en Toronto y, al parecer,
tuvo problemas con Katherine Picton en Oxford este verano. Katherine me llamó
desde allí para decirme que deberíamos enseñar buenos modales a nuestros
alumnos antes de dejarlos salir de país, ya que, al parecer, montó un
escándalo. —El tono de Lucia era muy serio—. No suelo recibir llamadas de ese
tipo, y de Katherine menos. »Y para acabarlo de arreglar, me encuentro con que
nadie quiere formar parte del comité para examinarla. Todos los profesores
tienen miedo de ser acusados de acoso.
—Hacen bien en tener
miedo —dijo él con una mirada incisiva.
—Sí, yo pienso lo mismo.
Y ahora me encuentro ante una incómoda disyuntiva: o bien la examino
personalmente, arriesgándome a ofender a Katherine, o la invito a irse a otra
universidad. — Lanzó las gafas sobre la mesa—. ¿Supongo que no tendrás ninguna
sugerencia?
Tom se dio cuenta de que
en ese momento tenía la carrera académica de Christa en sus manos. Podía
contarle a Lucia con todo lujo de detalles lo que había sucedido, tanto en
Toronto como en Oxford, para que se hiciera una idea de hasta dónde estaba
dispuesta a llegar la joven cuando decidía seducir a alguien. Con esa
información, a la catedrática no le costaría tomar una decisión. Tom jugueteó
con las gafas que tenía en el bolsillo. Sabía lo que ______ (y san Francisco)
le susurrarían al oído si estuvieran allí. Si sacaba a la luz todo aquello,
también saldría a la luz su intimidad y la de _______. No quería alimentar los
rumores. Quería que cuando su esposa entrara en una sala de conferencias, la
vieran como lo que era, no como parte de un escándalo.
Lucia era una amiga, pero
no tenían tanta confianza. No le apetecía recordar todos los encuentros que
había tenido con Christa a lo largo de su vida, ni los esfuerzos de ésta por
hacer quedar mal a _______. Por su mujer y por proteger su reputación, decidió
probar otra táctica.
—Dejando las cuestiones
personales a un lado, tengo que decir que el trabajo que hizo Christa mientras
era mi alumna no pasaba de mediocre.
—A mí me ha dado la misma
impresión. Si a eso le añades su actitud... —Lucia se encogió de hombros—. Es
un riesgo que no merece la pena.
—Aunque no dudo de que
haya algo de verdad en sus acusaciones sobre Pacciani. Lo he visto en acción.
—Ésa es otra
complicación. —La mujer señaló una carpeta que tenía abierta en el escritorio—.
La acusación de Christa es de cosas que tuvieron lugar en el pasado, pero he
oído que Pacciani sigue acostándose con alumnas y de que ésa sería la causa de
que desee marcharse de Florencia. No quiero ese tipo de comportamientos en mi
departamento por varias razones, entre ellas, porque no me gustan
las demandas judiciales.
—Sí. —Tom daba golpecitos
en el suelo con el pie sin darse cuenta.
Lucia guardó las gafas en
la funda y luego ésta en el bolso.
—Pero ya basta de hablar
de mis problemas. Te llevo a comer. He reservado mesa en el restaurante Del
Posto. —Se levantó—. Hemos de ponernos al día. ¿Es verdad que ________ le dijo
a Don Wodehouse que la pregunta que le hacía no era relevante para su tesis?
Tom se echó a reír a
carcajadas.
—No, no es verdad. Al
menos, no del todo.
Salió del despacho detrás
de Lucia, mientras le contaba orgulloso la conferencia de su esposa y cómo
había respondido las preguntas de los asistentes, entre los que se encontraba
el profesor Wodehouse, del Magdalen College.
—¡Maldita sea! —Tom
maldijo mirando su iPhone, que parecía estar muerto.
Como si tuviera el poder
de la resurrección, lo sacudió y apretó el botón de encendido varias veces.
Cuando estaba a punto de lanzarlo sobre Central Park, se acordó de que la noche
anterior se había olvidado de cargar la batería.
—_______ debe de estar
muy preocupada —murmuró, mientras se dirigía a pie a la oficina de Michael
Wasserstein.
El señor Wasserstein
estaba jubilado, pero había sido el abogado de Jorg Davies desde que redactó su
contrato prematrimonial en 1961, y accedió a reunirse con Tom en su antiguo
bufete. Miró la hora. Tenía el tiempo justo de llamar a ______ desde una cabina
antes de la reunión. Localizó una en Columbus Circle, introdujo la tarjeta de
crédito y marcó su número. Tras varios tonos de llamada, le saltó el
contestador automático. Otra vez.
—¡Vaya! —murmuró. (También
otra vez.)
—_______, por el amor de
Dios, contesta de una jodida vez. Voy a tener que comprarte un busca.(Suspiro hondo.)
»Lo siento. He sido un
maleducado. Por favor, ¿podrías responder al teléfono? Te estoy llamando desde
una cabina porque ayer me olvidé de cargar el móvil y ahora está muerto. Cuando
vuelva a la habitación, lo cargaré. (Breve pausa.) »Aunque ahora que lo pienso,
no sé si traje el cargador. Al parecer no me acuerdo de nada. ¿Ves
lo que pasa cuando estoy
lejos de ti? Es raro que no esté en la calle, pidiendo como un sin techo. »Voy
de camino a reunirme con el abogado de mi padre. Parece que hay cosas que
quiere contarme, pero no por escrito. —(Nueva pausa, ésta más larga)—. Ojalá
estuvieras aquí. »Te quiero. Llámame cuando recibas este mensaje.
Tom colgó el teléfono y
siguió andando, con la cabeza puesta en la reunión que estaba a punto de tener.
—¿Qué tal? ¿Cómo va todo,
Rach? —le preguntó esa noche ______ a su amiga por teléfono.
—Bien —respondió ella,
aunque su entusiasmo habitual había desaparecido.
—¿Qué te pasa?
______ oyó que una puerta
se abría y se cerraba.
—Voy al dormitorio para
que Aaron no me oiga.
—¿Por qué? ¿Pasa algo
malo?
—Sí. No. No lo sé.
Rachel sonaba exasperada.
—¿Puedo ayudarte?
—¿Puedes dejarme
embarazada? Si es así, te compro un billete para el próximo vuelo a Filadelfia.
Y me encargaré de que te canonicen por haber hecho un milagro.
—Rach —la reprendió _______
suavemente.
—¿Qué me está pasando?
—Ésta se puso a llorar.
A _______ se le encogió
el corazón al oír sus sollozos. Sus lágrimas eran los gritos desgarradores del alma
de una mujer que deseaba desesperadamente ser madre.
—Rachel, cariño, lo
siento mucho. —Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras la escuchaba llorar,
sin saber cómo consolarla.
Cuando el llanto de
Rachel se calmó, ésta volvió a hablar.
—Hemos ido al médico. El
problema no es de Aaron. El problema soy yo. No ovulo. Así que van a tener que
ponerme inyecciones de hormonas para ver si mis ovarios vuelven a ponerse en
marcha. Y, si no...
Sorbió por la nariz de
nuevo.
—Lo siento, Rach. ¿Y esas
inyecciones de hormonas te preocupan? —preguntó ______, insegura.
—Sí, la verdad. ¡Maldita
sea! No sé por qué mi cuerpo tiene que negarse a cooperar justamente ahora.
Para una vez que le pido algo importante, me falla. No lo entiendo.
—¿Qué dice Aaron?
Rachel se echó a reír.
—No es lo que dice, es lo
que no dice. No deja de repetirme que no pasa nada, que todo se arreglará.
Preferiría que admitiera que está enfadado y decepcionado.
—¿Estás segura de que lo
está?
—Claro. ¿Cómo no va a
estarlo? Yo lo estoy.
—Seguro que está
disgustado porque te ve disgustada.
—Eso no me ayuda.
—Pues habla con él.
—¿Para qué? ¿Para poder
dar vueltas sobre mi fracaso? No, gracias.
—Rachel, esto no es una
competición. Además, por lo que dices, tienes opciones. No te rindas.
Su cuñada no respondió.
—¿Quieres venir de
visita? —le propuso _______.
—No. Tengo mucho trabajo,
pero vendréis a casa en Navidad, ¿no?
—Sí, claro. Llegaremos la
semana que viene si no hay novedad. Si Diane se pone de parto antes, adelantaríamos
el viaje.
—¿Sabes algo de ellos?
—Hablamos por teléfono
cada domingo y Diane me envía emails de vez en cuando. De momento todo va bien,
pero están muy preocupados por el parto. El bebé tiene que nacer en el Hospital
Infantil, es decir que tendrán que ir hasta Filadelfia cuando llegue el
momento. O mudarse a un hotel cuando se acerque la fecha.
—¿Para cuándo está
previsto?
—El veintitrés de
diciembre.
Rachel permaneció en
silencio. ______ oyó que una puerta se abría y oyó la voz de Aaron.
—______, tengo que colgar
—dijo en voz baja—. Te llamo luego, ¿vale?
—Claro. Te quiero,
Rachel. No pierdas la esperanza.
—Es lo único que me
queda. —Sorbiendo por la nariz una vez más, colgó.
______ colgó a su vez el
teléfono del despacho antes de elevar una larga oración por su amiga.
—Esto es ridículo. —_______
dejó el móvil bruscamente sobre la encimera de la cocina la tarde siguiente.
—¿Qué pasa? —Rebecca
entró con un montón de paños de cocina que acababa de recoger del cuartito de
la colada.
—Tom. No ha habido manera
de ponerme en contacto con él desde que se marchó. Lo llamo una y otra vez y
siempre me salta el contestador. —Apoyó la cabeza en las manos—. Encontré el cargador
de su teléfono arriba. Tendrá que comprarse otro. O llamarme desde el hotel.
Pero parece que está fuera de allí todo el rato.
—Quitaron casi todas las
cabinas de las calles de Nueva York. No le será fácil encontrar una. — Rebecca
dobló los paños y los guardó en un cajón.
______ tamborileó sobre
la encimera de mármol, fulminando el teléfono con la mirada.
—Tenía que haber ido con
él.
—¿Por qué no lo
acompañaste?
—Tenía que entregar unos
trabajos. De hecho, aún me queda uno por acabar, pero no puedo concentrarme.
Estoy preocupada.
—Seguro que estará bien.
Aunque no es normal en él dejarse algo. —Rebecca señaló hacia el cable del
teléfono—. Normalmente suele ser muy... puntilloso.
_______ sonrió con
ironía.
—Es una manera muy
educada de decirlo.
Miró la pila de correo
que Rebecca había dejado en la mesa de la cocina y se fijó en que Tom había
recibido una carta de JetBlue, la aerolínea.
Enderezó la espalda.
—¿Crees que podría volar
a Nueva York esta misma noche? —______ abrió su ordenador portátil.
—No será barato, pero
puedes intentarlo —respondió Rebecca, con una sonrisa comprensiva—. Tom sólo
lleva dos días fuera.
—Se me han hecho eternos
—murmuró ella.
Rebecca se echó a reír,
asintiendo con la cabeza.
—Eso es porque todavía
sois recién casados.
_______ buscó la página
web de JetBlue y empezó a teclear rápidamente.
—Es carísimo —se lamentó,
mientras consultaba varias páginas.
—Considéralo un regalo de
Navidad adelantado.
—Es verdad que no suelo
gastar mucho. Tom siempre insiste para que me compre más cosas —se justificó.
—Se alegrará de que hayas
comprado el billete cuando te vea —la animó Rebecca. Mirando hacia la escalera,
añadió—: Si quieres, puedo empezar a hacer la maleta mientras tú lo compras.
Tendrás que salir inmediatamente, si no quieres quedarte atrapada en el tráfico
de la hora punta.
________ levantó un brazo
y abrazó a Rebecca.
—Gracias. Le daré una
sorpresa.
—Probablemente lo estará
pasando peor que tú —comentó la mujer, dirigiéndose hacia la escalera.
Dos horas más tarde, ______
estaba en el aeropuerto Logan, esperando que saliera el último vuelo en
dirección al aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York. Le dejó un mensaje a Tom
en la recepción del hotel, avisándolo de que llegaría esa misma noche.
Aprovechó para encargar agua mineral con gas, fresas y trufas.
Mientras Rebecca acababa
de preparar su equipaje de mano, ella había entrado corriendo en la habitación.
El taxi ya estaba de camino. Todo había sido tan apresurado que sólo había cogido
el maquillaje y el cepillo de dientes, dejando todos sus otros objetos
personales. Se había llevado el portátil y el material para trabajar (que eran
más importantes que cualquier objeto personal, ya que tenía que acabar aún un
trabajo). Había localizado el bolso justo a tiempo de recibir al taxi, que
llegaba en ese momento. Su marido se iba a llevar una buena sorpresa.
Tom le pidió al taxista
que lo esperara. Habían aparcado a cierta distancia de la casa que le interesaba,
para no llamar demasiado la atención. Fue caminando por la calle lentamente,
fijándose en los números de las casas. Era un barrio residencial en Staten Island,
lleno de casitas antiguas. En ese momento, la vio. La vivienda en sí no tenía
nada de particular. Era blanca y pequeña, con un garaje adosado y un corto
acceso asfaltado. Estaba construida en una parcela muy reducida. Sólo una
diminuta franja de
césped la separaba de la
acera. Un Mercedes negro de aspecto nuevo estaba aparcado delante. Tom se detuvo
a dos casas de distancia. Para su sorpresa, la puerta se abrió en ese preciso
instante y un hombre de pelo cano salió de ella.
No lo vio bien, porque se
volvió en seguida, animando a una anciana a que lo siguiera. Cuando ésta hubo
acabado de cerrar la puerta con llave, el hombre la cogió del brazo y la ayudó
a bajar los escalones, cosa que ella hizo con dificultad. Tom se acercó.
La anciana debía de ser
dura de oído, porque el hombre levantaba la voz para hablarle, pero no parecía
enfadado. Oyó algo sobre la visita a un médico y sobre la fiesta de cumpleaños
de Joey. La mujer vio a Tom y se detuvo, mirándolo fijamente.
Él le devolvió la mirada
desde la acera de enfrente. Era el momento. Aquélla era su oportunidad de
hablar con ella; de revelar su identidad y exigir respuestas. El hombre lo miró
también y en seguida volvió a tirar del brazo de la anciana, dirigiéndose hacia
el coche. La mujer apartó
la vista de Tom y, obedientemente, siguió a su acompañante hasta el Mercedes.
Él abrió la puerta y esperó con paciencia a que ella se acomodara.
El hombre parecía haberse
olvidado de la presencia de Tom. Cerró la puerta, se dirigió al asiento del
conductor, puso el vehículo en marcha y se alejó. Tom se quedó observándolo
hasta que dobló la esquina y desapareció de la vista.
CAP
60.-
Pasaba de la medianoche
cuando Tom entró por fin en la habitación del hotel. Estaba agotado y harto de
todo. Tenía el pelo alborotado y la corbata torcida. Sin molestarse en encender
la luz, tiró el abrigo sobre una silla y se desprendió de las botas.
(Debe mencionarse que las
botas eran lo más, aunque las llevara puestas con un traje.) Mientras se estaba
quitando la corbata, se encendió la lamparita de una de las mesillas de noche.
—¡Qué demoni...!
—¿Cariño? —lo interrumpió
una voz femenina.
Tom se empapó de la visión
de ______ desnuda en la cama, con el pelo revuelto. Tenía los ojos soñolientos,
los labios rojos entreabiertos y la voz deliciosamente ronca.
Parecía una gatita sexy.
—¡Sorpresa! —dijo, saludándolo
con la mano.
Con una exclamación
ahogada, Tom corrió hacia ella. Se le acercó a cuatro patas por encima de la
cama y le sujetó la cara para poder besarla. Fue un beso largo y apasionado, en
el que sus lenguas se entrelazaron y acariciaron hasta que ambos estuvieron sin
aliento.
—¿Qué haces aquí? —preguntó,
apartándole el pelo de la cara cariñosamente.
—Te he traído el cargador
del iPhone. —Le señaló el objeto olvidado que le había dejado sobre la mesilla
de noche.
Los largos dedos de él le
acariciaron la nuca.
—¿Has volado hasta Nueva
York para traerme el cargador?
—No sólo eso. También te
he traído el accesorio que se enchufa a la pared. Por si quieres cargarlo con
el enchufe.
Tom le besó la punta de
la nariz.
—Lo he echado mucho de
menos. Gracias.
—¿Has echado de menos el cargador?
—No sabes cuánto. Me sentía
muy solo sin él. —Le dirigió una sonrisa irónica.
—Estaba preocupada por
ti. No había manera de coincidir al teléfono.
La expresión de Tom cambió.
Se notaba que estaba agotado.
—Necesitamos un sistema
de comunicación más eficiente.
—¿Señales de humo?
—A estas alturas, aceptaría
hasta palomas mensajeras.
_______ le señaló las
fresas y las trufas que había sobre la mesa. Las que quedaban, porque ya se había
comido algunas.
—Las he pedido al
servicio de habitaciones, pero me temo que he empezado sin ti. No pensaba que
fueras a volver tan tarde.
Tom se sentó con la
espalda apoyada en el cabecero. Tiró de ella hasta que quedó sentada en su regazo
y la tapó con las mantas para que no cogiera frío.
—Si hubiera sabido que me
estabas esperando, habría vuelto hace horas. He ido a Staten Island y luego a
Brooklyn, a ver nuestro antiguo piso.
—¿Qué impresión te ha
dado?
—Todo es más pequeño de
como lo recordaba: el barrio, el edificio... —Juntó la cabeza con la de ella—.
Me alegro de que estés aquí. Me arrepentí de haber venido solo en cuanto salí
de casa.
______ aspiró hondo,
empapándose de su aroma. Olía a Aramis, a café y a algo que podría ser jabón.
Pero no olía a tabaco.
—Eres una auténtica
agente secreto, ________. No tenía ni idea de que ibas a venir.
—Te he dejado recado en
recepción. Cuando he llegado, el conserje ha hecho que uno de los botones me
acompañara hasta aquí. —Miró a su alrededor—. Es una habitación preciosa.
Él hizo una mueca.
—Si hubiera sabido que
venías habría reservado una suite.
—Esta habitación es mucho
más bonita de lo que me imaginaba. Y tiene una vista espectacular de Central
Park.
Tom la acercó más a él.
—Bueno, y ahora que te
tengo aquí, ¿qué voy a hacer contigo?
—Vas a besarme. Luego te
quitarás el traje y me demostrarás lo mucho que has echado de menos el
cargador.
—Y el accesorio para la
pared. —Tom le guiñó un ojo.
—Y el accesorio.
—Espero que hayas echado
un sueñecito en el avión —añadió él y sonrió antes de devorarle la boca.
Amoo la fic!! Es unica..
ResponderBorrarSiguelaa Virgii .. Esta buenisima :)
Aayyy que ternura :)) me encantaa , siguela :) bye
ResponderBorrarQue cucos _______ y tom*-* me han encantao, en general el cap me encantó, estuvo genial ay y que penita me dio Rachel ojalá tengan pronto a su bebe
ResponderBorrarSubeeeeeeee
ResponderBorraraww que bello ajajjajajaj
ResponderBorrarque pena me da lo de rachel ojala pueda tener un hijo pronto :)
igual que tom y tn :)
sube pronto :)
La fic se esta poniendo mas buena de lo q esta, eso si es amor (Tn) fue a Nueva York para estar con Tom no aguanto 2 días sin el q romántico, espero los próximos caps me encantoooooooo!!!!
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