PROLOGO.-
Florencia,
Italia. 1292
El poeta se apartó de la
mesa y miró por la ventana, desde donde veía su amada ciudad. A pesar de que la
arquitectura y las calles lo llamaban, lo hacían con voces huecas. Era como si
se hubiera extinguido una gran luz, no sólo de la ciudad, sino del mundo.
Quomodo
sedet sola civitas plena populo facta est quasi vidua domina Gentium...
Revisó la Lamentación que
acababa de citar hacía escasos momentos. Desgraciadamente, las palabras del
profeta Jeremías eran insuficientes.
—Beatriz —susurró, con el
corazón en un puño.
Incluso en ese momento,
dos años después de su muerte, le costaba mucho escribir sobre su pérdida.
Ella permanecería siempre
joven, siempre noble. Siempre sería su bendición y no existía poema en la
Tierra capaz de expresar la devoción que sentía por ella. Pero lo intentaría,
por su memoria y su mutuo amor.
CAP 1.-
Junio
de 2011
Selinsgrove,
Pensilvania.
El profesor Tom Kaulitz
se detuvo junto a la puerta de su despacho con las manos en los bolsillos, observando
a su esposa con fuego en la mirada. Su cuerpo alto y atlético era impresionante,
igual que las marcadas facciones de su rostro y sus ojos ambar como el whisky.
La había conocido cuando
ella tenía diecisiete años, diez menos que él, y se había enamorado a primera
vista. Pero el tiempo y las circunstancias —básicamente, el indulgente estilo
de vida de él— se habían encargado de separarlos.
A pesar de todo, el cielo
les había sonreído. Al matricularse en un curso de posgrado en Toronto, seis años
más tarde, ella se había convertido en su alumna. La cercanía había reavivado
su afecto y un año y medio después se habían casado. Tras seis meses de
matrimonio, él la amaba incluso más. Envidiaba hasta el aire que respiraba.
Ya había esperado
bastante para hacer lo que estaba a punto de hacer. Tal vez tuviera que seducirla,
pero Tom se enorgullecía de su experiencia en ese terreno.
Mango, la
canción de Bruce Cockburn, flotaba en el aire, y lo transportó al viaje que habían
hecho a Belice. Allí habían hecho el amor en un montón de sitios, incluso en la
playa. ______ se encontraba sentada al escritorio, ajena a la música y a su
escrutinio. Estaba escribiendo en el ordenador portátil, rodeada de libros,
carpetas y dos cajas de papeles que Tom había transportado diligentemente desde
la planta baja de la antigua casa de sus padres. Llevaban una semana instalados
en Selinsgrove, descansando de sus ajetreadas vidas en Cambridge, Massachusetts.
Tom era profesor en la Universidad de Boston, y _____ acababa de terminar su
primer año de doctorado en Harvard bajo la supervisión de una brillante académica
que se había formado en Oxford. Se habían marchado de Cambridge porque la casa
de Harvard Square estaba hecha un desastre debido a las obras. Antes de
mudarse, habían reformado la casa de los Clark en Selinsgrove. Las obras se habían
hecho siguiendo las indicaciones precisas y detalladas de Tom.
Buena parte de los
muebles que el padre adoptivo de Tom, Richard, había dejado allí, habían ido a
parar a un almacén.
______ eligió los nuevos
muebles y las cortinas, y convenció a Tom para que la ayudara a pintar. Aunque él
prefería decorar con madera oscura y cuero marrón, ella se decantaba por las
tonalidades más propias de una casa mediterránea, con las paredes pintadas de
blanco, igual que los muebles, y toques decorativos en varios tonos de azul,
entre los que predominaba el azul Santorini.
En el estudio habían
colgado reproducciones de unos cuadros que tenían también en su casa de Harvard
Square: Dante y Beatriz en el puente de Santa Trinidad, de
Henry Holiday; La primavera, de Botticelli,
y La Virgen con el Niño y dos ángeles , de
Fra Filippo Lippi. La mirada de Tom quedó cautiva de esa última imagen.
Podría decirse que los
cuadros reflejaban las distintas etapas que había atravesado su relación. El primero
representaba su encuentro y la creciente obsesión por su parte. El segundo
mostraba por un lado la flecha de Cupido, que había alcanzado a _____ cuando él
ya no la recordaba y, por otro lado, su noviazgo y posterior matrimonio. Por último,
el cuadro de la Virgen mostraba lo que Tom esperaba del futuro.
Aquélla era la tercera
noche que ______ pasaba trabajando, redactando la que sería su primera conferencia
en Oxford, el mes siguiente. Cuatro días atrás habían hecho el amor en el suelo
del dormitorio, cubierto de pintura, antes de que les trajeran los muebles. (______
había decidido que la pintura corporal era su nuevo deporte favorito,
especialmente si era al lado de Tom.)
Con el recuerdo de su último
contacto físico, y aprovechando que la música estaba
incrementando el tempo, Tom
pasó a la acción. Su paciencia tenía un límite. Aún eran recién casados. No tenía
intención de permitir que siguiera ignorándolo cada noche para entregarse a la investigación.
Se acercó a ella con paso
firme pero sigiloso. Le agarró la melena con una mano y se la echó a un lado,
dejando su cuello al descubierto. La incipiente barba rascó la suave piel de _____
e intensificó las sensaciones.
—Ven —susurró Tom.
Ella sintió un escalofrío
en la nuca. Mientras aguardaba, él le acarició el cuello con sus dedos largos y
delgados.
—No he acabado la
conferencia. —_____ alzó su preciosa cara hacia él—. No quiero que la profesora
Picton tenga que avergonzarse de mí. Soy la alumna más joven a la que han
invitado.
—No le darás ningún
motivo para sentirse avergonzada. Y todavía tienes mucho tiempo para acabarla.
—También tengo que
arreglar la casa. Tu familia llega dentro de dos días.
—No son mi familia —la
corrigió él con una mirada abrasadora—. Son nuestra familia. Y no te preocupes
por eso. Contrataré a alguien que se encargue de hacerlo. Ven, trae la manta.
______ miró a su
alrededor y vio la vieja manta sobre una silla blanca, bajo la ventana. Echó un
vistazo a los bosques que rodeaban el patio.
—Ya está oscuro.
—Yo te protegeré. —Tom la
ayudó a levantarse y, al hacerlo, le rodeó la cintura con las manos y la acercó
a él.
______ sintió el calor de
sus palmas a través del fino vestido de verano. Era una sensación muy agradable
y excitante.
—¿Por qué quieres ir al
huerto a oscuras? —lo provocó ella, quitándole las gafas y dejándolas sobre el
escritorio.
Él le dirigió una mirada
que podría haber derretido la nieve, antes de susurrarle al oído:
—Quiero ver tu piel
desnuda brillando a la luz de la luna mientras estoy dentro de ti.
Le atrapó el lóbulo de la
oreja y se lo metió en la boca, succionándolo con delicadeza. Siguió la exploración
descendiendo por su cuello, entre besos y suaves mordiscos, mientras el ritmo
del corazón de ella se aceleraba.
—Una declaración de deseo
—susurró él.
______ se entregó a las
sensaciones, y por fin se dio cuenta de la música que estaba sonando. El aroma
de Tom, una mezcla de licor de menta y Aramis, le inundó los sentidos. La soltó,
pero no le quitó el ojo de encima mientras ella se hacía con la manta, observándola
como un gato a un ratón.
—Supongo que Guido da
Montefeltro puede esperar —dijo ______, echando un vistazo a sus notas por
encima del hombro.
—No se ha movido en
setecientos años —bromeó él—. Está acostumbrado a esperar.
______ cerró el ordenador
portátil, devolviéndole la sonrisa. Le dio la mano y bajó la escalera a su lado.
Mientras cruzaban el
patio y se adentraban en el bosque, la expresión de Tom se volvió aún más
juguetona.
—¿Alguna vez has hecho el
amor en un huerto de manzanos?
Ella negó con la cabeza.
—En ese caso, me alegro
de ser el primero.
—Eres el último, Tom. El único.
—Doy gracias a Dios por
ello.
Aceleró el paso,
iluminando el camino con una linterna. Llevaba a _____ de la mano y le iba advirtiendo
de las raíces y los otros obstáculos que les salían al paso.
Era junio, y en
Pensilvania hacía mucho calor. La vegetación estaba crecida y las frondosas
copas de los árboles casi no dejaban pasar la luz de la luna ni de las
estrellas. Entre las cigarras y las aves nocturnas, el aire estaba lleno de
sonidos.
Al entrar en el claro, Tom
la acercó más a él. Las flores silvestres salpicaban la hierba. Al otro lado se
adivinaban unos viejos manzanos. Un poco más allá, los nuevos árboles que él
había plantado extendían sus ramas hacia el cielo.
Mientras se dirigían al
centro del claro, Tom se relajó. Había algo en aquel lugar, no sabía si sagrado
o de otra naturaleza, que lograba calmarlo.
_____ lo observó mientras
él extendía la manta sobre la hierba, y después apagó la linterna. La oscuridad
los envolvió como un manto de terciopelo.
La luna brillaba sobre
sus cabezas, aunque en ocasiones su pálido rostro quedaba oculto por nubes
deshilachadas. Un grupito de estrellas titilaba sobre ellos.
Tom le acarició los
brazos antes de pasar un dedo por el discreto escote de su vestido.
—Me gusta —murmuró.
Admiró l a belleza de su
esposa, perceptible incluso entre las sombras. El arco de sus pómulos, sus
labios carnosos... Le levantó la barbilla y la besó.
Era el beso de un amante
ardiente, que quería comunicarle con la boca que la deseaba. Tom apretó su
cuerpo contra el de ella, mucho más menudo, y enredó los dedos en su melena
castaña.
—¿Y si alguien nos ve? —preguntó
_____, con la respiración entrecortada, antes de devolverle el beso, metiendo
la lengua en su boca.
Tom dejó que lo explorara
a placer antes de retirarse.
—Este bosque es privado
y, como has mencionado hace un rato, está oscuro. —Extendió las manos, abarcándole
no sólo la cintura sino también la curva de la espalda.
Hundió los dedos en los
hoyuelos que se le formaban en esa zona, una de las partes favoritas de su
cuerpo, antes de ascender de nuevo hasta los hombros. Sin más preámbulos, le
quitó el vestido por encima de la cabeza y lo tiró sobre la manta. Luego le
desabrochó el sujetador con un leve movimiento de muñeca.
A ella se le escapó la
risa ante dicho movimiento, digno de un experto. Con las manos, se pegó el sujetador
al pecho, tratando de cubrirse. Era un modelo de encaje negro, muy provocativo
y del todo transparente.
—Se te da muy bien.
—¿El qué?
—Quitar sujetadores en la
oscuridad.
Él frunció el cejo y a _____
le pareció que se hacía el silencio a su alrededor. A Tom no le gustaba que le
recordaran su pasado.
Poniéndose de puntillas,
le dio un beso en la angulosa mandíbula.
—No me quejo —susurró—.
En realidad, disfruto de tu experiencia.
La boca de él perdió el
rictus de tensión.
—Me encanta tu ropa
interior, ______, pero te prefiero desnuda.
—Lo sé, pero no estoy
segura. —Miró a su alrededor—. Tengo miedo de que alguien nos interrumpa.
—Mírame.
Ella lo miró a los ojos.
—Nada se interpondrá
entre nosotros. Lo juro. Estamos solos. Sólo yo puedo verte. Y lo que veo es
impresionante.
Trazó los valles y
colinas de su torso uno a uno antes de dejar las manos sobre sus caderas y acariciarle
la piel con los pulgares.
—Yo te cubriré.
—¿Con qué? ¿Con la manta?
—Con mi cuerpo. Aunque
alguien pasara por aquí, no te vería.
Las comisuras de los
labios de _____ se alzaron en una sonrisa.
—Piensas en todo.
—Sólo pienso en ti. Tú lo
eres todo.
Bajó la cabeza hasta unir
sus labios y apartó el sujetador que se interponía entre ellos. Le acarició los
pechos mientras la besaba más profundamente, y siguió bajando las manos hasta
sus caderas para quitarle las bragas.
______ lo besó mientras él
se desnudaba, se deshacía de la ropa y la empujaba a ella hacia la manta. Una
vez tumbada, la cubrió con su cuerpo desnudo.
Apoyándose en las manos,
colocadas a ambos lados de su cara, la miró con sus ojos amabar mientras
declamaba:
—«Hasta
el lecho nupcial la conduje, ruborizada como la aurora. Los cielos y las
constelaciones nos fueron favorables en aquella bendita hora.»
—El
paraíso perdido de Milton —dijo ella, reconociendo los versos, mientras le
acariciaba la incipiente barba—. Pero cuando estamos aquí, sólo puedo pensar en
el paraíso encontrado.
—Deberíamos habernos
casado aquí. Deberíamos haber hecho el amor aquí por primera vez.
Ella le enredó los dedos
en el pelo.
—Estamos aquí ahora.
—Aquí descubrí lo que era
la auténtica belleza.
La besó una vez más,
acariciándola suavemente. _____ le devolvió las caricias y la pasión se encendió
y empezó a arder con fuerza.
Durante los meses que
llevaban casados, el deseo que sentían el uno por el otro no había disminuido.
Sus encuentros seguían siendo apasionados y llenos de dulzura. Se olvidaron de
las palabras y dejaron que sus manos, sus cuerpos y la felicidad del amor físico
hablaran por ellos.
Tom conocía bien a su
esposa. Sabía lo que la excitaba, lo que la impacientaba y lo que la llevaba al
éxtasis. Hicieron el amor al aire libre, rodeados de naturaleza y de la
oscuridad de la noche.
En el extremo del claro,
los viejos manzanos que habían sido testigos de su casto amor en el pasado
apartaron la vista educadamente.
Cuando hubieron recobrado
el aliento, _____ permaneció tumbada de espaldas, contemplando las estrellas,
sintiéndose ligera, como si no pesara nada.
—Tengo algo para ti —susurró
él, antes de volverse a buscar sus pantalones.
Regresando a su lado, le
colocó algo alrededor del cuello. Con la linterna, iluminó el regalo.
_____ bajó la vista hacia
la joya. Era un colgante de plata de ley, formado por anillas entrelazadas.
De las anillas colgaban
tres pequeños amuletos: una manzana de oro, un corazón y un libro de plata.
—Es precioso —murmuró,
acariciando los colgantes uno a uno.
—Lo he hecho traer de
Londres. La manzana simboliza el lugar donde nos conocimos y el corazón, por
supuesto, es el mío.
—¿Y el libro?
—Con esta luz no se ve,
pero en la cubierta se lee el nombre de Dante.
Ella lo miró con timidez.
—¿Me he olvidado de
alguna ocasión especial?
—No, es que me gusta
hacerte regalos.
______ lo besó
apasionadamente y él volvió a tumbarla sobre la manta, dejando la linterna a un
lado.
Cuando se separaron, le
apoyó la palma de la mano sobre el vientre y le besó el espacio que quedaba
justo debajo del pulgar.
—Quiero plantar mi
semilla aquí dentro.
Mientras las palabras de Tom
resonaban en el claro, _____ se tensó.
—¿Tan pronto?
—Nunca sabemos el tiempo
que nos queda en este mundo.
Ella pensó en Grace, la
madre adoptiva de Tom, y en su propia madre biológica, Sharon.
Ambas habían muerto jóvenes,
aunque en circunstancias muy distintas.
—Dante perdió a Beatriz
cuando ésta tenía veinticuatro años —añadió Tom—. Perderte sería devastador.
____ le acarició el
hoyuelo de la barbilla.
—No hablemos de muerte.
Acabamos de celebrar el amor y la vida. —Acarició los dijes del colgante una
vez más.
Él se disculpó cubriéndola
de besos antes de volver a tumbarse.
—He vivido casi tanto
como ella y estoy sana. —_____ le apoyó la mano en el pecho, sobre el tatuaje,
y acarició el nombre escrito sobre el corazón sangrante—. ¿Es Maia la causante
de tu ansiedad?
Tom se tensó de nuevo.
—No.
—Si lo es, no me importa —trató
de convencerlo, apartándole un mechón de pelo de la frente.
—Sé que es feliz.
—Yo también lo creo. —_____
titubeó, como si quisiera decir algo más.
—¿Qué pasa? —le preguntó Tom,
acariciándole el cuello.
—Estaba pensando en
Sharon.
—Sigue.
—No he tenido un buen
modelo materno.
Él se inclinó para
besarla en los labios.
—Serás una madre fantástica.
Eres cariñosa, paciente y amable.
—No sabría cómo hacerlo —susurró.
—Lo descubriremos juntos.
Soy yo quien debería estar preocupado. Mis padres biológicos fueron la viva
imagen de una familia disfuncional. Y mi vida... no ha sido precisamente un
modelo de conducta.
______ negó con la cabeza
y lo besó.
—Cuidas muy bien del niño
de Tammy, hasta tu hermano lo reconoce. Pero es muy pronto para tener un hijo, Tom.
Nos casamos en enero. Y me gustaría acabar el doctorado antes de tener familia.
—Lo sé, y te dije que
estaba de acuerdo —replicó él, acariciándole las costillas con un dedo.
—La vida de casada es
maravillosa, pero todavía estoy acostumbrándome a algunas cosas. Sé que a ti
debe de pasarte lo mismo.
Tom dejó de acariciarla.
—Por supuesto. Aún
estamos aprendiendo a convivir. Pero eso no nos impide hacer planes de futuro, ______.
—Hizo una pausa—. Creo que debería ir a ver a mi médico cuanto antes. Han
pasado tantos años que temo que la vasectomía pueda ser irreversible.
—Hay más de una manera de
formar una familia. Podemos plantearnos otros tratamientos médicos. O podríamos
adoptar a alguno de los niños del orfanato de los franciscanos en Florencia — dijo
ella con la mirada perdida—. Cuando llegue el momento.
Tom le apartó un mechón
de pelo de la cara cariñosamente.
—Podemos hacer todas esas
cosas. Tras la ponencia, pienso llevarte a Umbría antes de ir a la exposición
de Florencia. Pero en cuanto hayamos vuelto de Europa, iré al médico.
Ella lo besó y Tom
aprovechó el movimiento para colocarla encima de él. Una especie de corriente
eléctrica surgió entre ellos. Tom la agarró con fuerza por las caderas.
—Cuando estés lista,
empezaremos a practicar.
—Sí, creo que deberíamos
prepararnos a fondo.
—Tienes toda la razón —susurró
él, rodeándola con los brazos.
HELLOOOOO!!!! BUENO ... AQUI EMPIEZA EL TERCER Y ULTIMO LIBRO ... ESPERO Y EL PROLOGO Y EL PRIMER CAPITULO LES GUSTE ... YA SABEN LAS REGLAS, 4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... HASTA PRONTO Y BIENVENIDAS :))
Tom tan romantico, me encanta *.*
ResponderBorrarSii formar una familia!! Me encantoooo..
Siguelaaa :)
que bello ya quiere formar una familia *-*
ResponderBorrarme encantoo sube pronto :D
:O Me encanto estuvo genial, hay tan bello Tom quiere formar una familia con (Tn) ojala si puedan tener hijos :) pero virgi tengo una duda ellos adoptaran o (Tn) si quedara embarazada de Tom??? estoy muy intrigada me muero x saber espero el proximo cap publica hoy mismo pleaseeeeee!!!!!
ResponderBorrarAyyy diossss no pueeeeede seeeeeer, me tiro un ar de dias sin entrar a leer y miraaa con lo que me encuentro jajajajaja perdon por no comentar, no he tenido tiempo ni de entrar a la novea kajaja pero no te preocupes que no volveré a faltar, lo prometo jajajakaka ayyy ojala la deje embarazada yaaaa ue ganitas de tener un minitomy corriendo por todos laos jajajaja
ResponderBorrarSubeeeee